Hay un fenómeno cíclico que las redes sociales hacen visible cada vez que llegan ciertas fechas, especialmente durante las fiestas navideñas y la Semana Santa: un grupo bastante numeroso de personas –y cada vez más– arremete contra quiénes disfrutan de esos momentos fuera del trabajo cuando no profesan la fe por la cuál surgieron tales conmemoraciones (nacimiento y muerte de Jesucristo, por si alguien anda un tanto despistado). Más allá de que este tipo de mensajes probablemente no procuren tanto acortar los períodos vacacionales de nadie como mostrar determinadas “incoherencias”, lo cierto es que quizás quepa preguntarse con ellos: ¿qué celebramos?

Jesús de Nazaret no nació el 25 de diciembre. Pese a que hay diferentes fechas posibles que apuntan a su nacimiento, y no se ha podido determinar con exactitud el día, hay consenso en que fue en una fecha diferente al día de Navidad. Este quórum se da porque se sabe de buena tinta que la celebración del 25 de diciembre se da por sustitución de las saturnales, festividades paganas que se celebraban para dicha fecha, conmemorando el recién pasado solsticio de invierno (21 de diciembre).

En este sentido, la elección del 25 de diciembre para conmemorar el nacimiento de Jesús, aún a sabiendas de que no guarda relación directa con su auténtico y desconocido natalicio, tiene cuanto menos un doble propósito. En primer lugar, se desplaza una festividad pagana que se aspira a eliminar. En segundo lugar, y aún más importante para este escrito, se aprovecha una fecha que ya poseía un carácter festivo para darle otro significado, pero manteniendo ese espíritu festivo, haciéndolo fácil de recordar y teniendo a todo el mundo pendiente de la llegada de tan marcada fecha.

Pero, ¿qué sentido tiene discurrir aquí sobre el origen de la Navidad? Pues uno bastante elemental: es común y frecuente en la cultura humana la adaptación de las costumbres, así como el sincretismo y, también, la secularización. Esto significa que estamos acostumbrados a que unas mismas fechas, así como unos mismos edificios, lugares y un largo etcétera, sean utilizadas y reutilizadas una y otra vez. Al fin y al cabo, es algo bastante práctico y tiene hasta un cierto sentido ecológico: reciclamos todo lo que podemos, aunque simplemente sea porque confiamos en la memoria (o, según se mire, porque desconfiamos un tanto de ella: mejor no introducirle nuevos datos).

Entonces, pongamos algunos puntos sobre algunas íes. España, como otros tantos países, tiene una tradición católica innegable y evidente. Esto se traduce no solo en el elevado porcentaje de personas bautizadas (sean practicantes o no) y en la existencia de una arquitectura eclesiástica monumental (fíjense en la cantidad de años que lleva construyéndose la Sagrada Familia de Barcelona: hubo pirámides en Egipto que se hicieron más rápido), sino en el seguimiento de un calendario que se respalda en los eventos e hitos fundamentales de la religión católica.

No obstante, al menos en los países no-teocráticos, que haya una tradición religiosa determinada no hace que automáticamente todos sus ciudadanos profesen la fe aparejada a esa tradición, y aún menos ad aeternum. Los hay con diferentes creencias. Y los hay, incluso, que no son religiosos.

En cualquier caso, el calendario es el que es, y lo es para todo el mundo. La consecución de los diferentes derechos laborales (tan arduamente conseguidos y, por desgracia, algunos de ellos comúnmente cuestionados y denostados a día de hoy) configuró una semana y año en el que se consignaron diferentes días de descanso y no-laborables: fines de semana, períodos vacacionales y días festivos. Este calendario laboral se hizo sobre la base de algo preexistente: el calendario gregoriano y católico que en España (y en otras partes) se seguía. Por lo tanto, se aprovechó la familiaridad y costumbre a un calendario conocido para distribuir los diferentes días no-laborables en base a lo que se estimaba oportuno.

Así que no, José Luis. Cuando dejo de ir a trabajar en Navidad o en Viernes Santo, o cuando decido viajar en dichas fechas (si es que puedo hacerlo, y esa es otra fastidiosa cuestión), no debo sentirme avergonzado por hacerlo sin ser creyente, puesto que no descanso en cuanto católico, sino en cuanto trabajador. Igual que tú ya no piensas en el Solsticio de invierno y ahí estás, comiendo gambas sin reparar en que a partir de ese momento los días comienzan a ser más largos.

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