Una gran belleza de todos estos años de paseo por Barcelona y Europa consiste en adquirir habilidades secretas, inútiles para la mayoría, fundamentales para mi trabajo. Una de ellas radica en intentar ver lo invisible porque en la cabeza, el paso del tiempo es oro, tengo memorizados mapas del pasado para caminar mejor por el presente.

De esto va un poco toda esta pequeña serie de estas últimas semanas, centrada en el parque sin nombre comprendido entre Pitágoras, Duero, Cartellà y Petrarca. Esta última es la neófita del cuarteto y venció en la batalla a Folch, ahora mismo existente y tapiada para corroborar su defunción desde el poder, poco interesado en aprehender morfologías al preferir aniquilarlas, algo bien idiota porque las formas antiguas suelen permanecer y siempre están ahí para lanzar avisos a navegantes.

Vista de la calle Petrarca desde su tramo superior junto a Cartellà. | Jordi Corominas

Además de esto, no está de más decirlo, también se quedan para facilitar y complicar la vida al investigador a partes iguales. En este caso en concreto la intención era reconstruir la industria del actual espacio de ocio al aire libre, a bautizar según mi parecer como jardins del torrent d’en Carabassa dada la trascendencia del curso fluvial a la hora de delimitar todos los dimes y diretes de este perímetro.

Vimos como en la parte baja la voz cantante, hasta configurar el enclave, la llevaron los contratistas Oliva Serra, con fábrica y finca en el número cinco de Pitágoras. La frontera del dueto en su tramo inferior se entiende por la entrada que sigue el trazado del carrer Pintor Mir, óptimo para marcar el antes y después en un mismo terreno.

Sin embargo, cualquier hijo de vecino con ganas de comprobar por sí mismo todo este quebradero de cabeza se fijará en cómo subsiste en Petrarca 33 una finca antigua, muy destartalada y con una barbaridad de preguntas en su interior poblado de palomas, más si cabe porque el inmueble, con aspecto de almacén, prosigue hasta dividir en dos hemistiquios claros este singular parque.

Petrarca 33 y su continuación divisoria del parque sin nombre. | Jordi Corominas

Petrarca 33 luce esa numeración desde no hace tanto, quizá desde la extinción jamás promulgada de Folch. Resulta sencillo averiguar la antigua dirección porque, justo enfrente, el número 26 tiene una plaquita donde nos dice que antes fue el número 8 de la fenecida calle.

De este modo basta con coger un planisferio e iniciar una diversión entre archivos. La lógica nos indicaría cómo esa mole a preservar, aunque las intenciones del Ayuntamiento a buen seguro son otras, integraba un extenso número 11.

Pertenecía a Joan Salvadó Zaragoza, quien en 1921 solicitó un electromotor para una fábrica de curtidos, una de las actividades más típicas de la economía hortense de antaño junto a la de  las míticas lavanderas. Salvadó Zaragoza añadió a este ingenio otro más pequeño sitio en el entonces número 4 del cercano carrer del Duero.

Su plan se correspondía con las ambiciones del clan familiar. La necrológica de su hermana Teresa nos proporciona más pistas. Expiró en enero de 1952, viuda de Ignacio Zaragoza y recordada por las empresas Curtidos Zaragoza S.A, ubicada en la carretera de Ribes e Industria del Tejido Cuyás S.A., con sede en Bruc 34.

El muro divisorio del parque sin nombre visto desde la calle Duero. | Jordi Corominas

Me hubiera gustado obtener más documentos de todo este pequeño emporio para aportar luz a todo el mosaico. Otros historiadores, desconocedores de este relato, han apostado por otorgar la propiedad de estas misteriosas piedras a José Guix. Este paleta con posibles se asoció en 1869 con Agustina Gorgas, propietaria de Can Carabassa, y el comerciante Víctor Dotti para sacar partido a las abundantes aguas de esta masía visible en el carrer de Peris Mencheta, por donde el torrente descendía radiante.

La idea de canalizar el líquido elemento era un win win, capitalizado en lo práctico porque José Guix tenía una finca en las hectáreas correspondientes al carrer Petrarca, magnifica para realizar la conexión de las aguas de Can Carabassa con las de otros canalizadores, José Monteys y Salvador Mates, cuyo caudal de explotación se originaba en la plaça de l’Ajuntament d’Horta, rebautizada en una fecha posterior a 1904, cuando el pueblo fue anexionado a Barcelona, como plaça de Santes Creus.

Can Carabassa desde la calle de Aiguafreda. | Jordi Corominas

La jugada comercial de algunos potentados rurales, aliados con otras personalidades con menos solera, pero muy válidas para la meta prevista, quizá encajaría en Petrarca 33. El mapa parcelario de la Segunda República relegaría esta hipótesis por las obvias transformaciones de cualquier entorno a lo largo de las décadas.

Si subimos un poco, el número 13 correspondía a Juan Cortés, quien con toda probabilidad también siguió el dominio de los curtidos en la vieja Folch, imitado por otros vecinos como Gonzalo García Oro en el 10 o la familia Bartroli en el 19, un grupo estable y longevo pese a ser más bien parcos en lo relativo a su negocio.

Para descifrar su jeroglífico me apoyo tanto en las hemerotecas como en el ínclito Archivo Municipal. El patriarca del clan debió ser Joan Bartroli Romani. Su mujer Margarita Serra falleció en 1945 con sesenta y seis años de edad. El heredero fue Matías, llamado con un hermano de su padre dedicado al tabaco en la localidad de Capellades.

La línea roja marca la divisoria entre ambas partes del parque sin nombre. Mapa parcelario de 1931.

El no tan joven sucesor debió dirimirse entre mantener el esfuerzo paterno y avanzar hacia otra era donde todas esas fábricas de un universo en peligro no podían durar mucho tiempo por la voracidad del capitalismo contemporáneo. En 1957 debía vivir de acuerdo a determinadas costumbres con mucho de apariencia y coordenadas de profesionalidad. El primero de diciembre de ese año pagó un clasificado en La Vanguardia para denunciar la pérdida de un reloj Rolex con cadena de oro y valor sentimental. Gratificaría con creces a quien se lo devolviera y para ello daba el teléfono de su empresa con la dirección en Folch 19, no sin explicar sus trayectos del primer día del mes, cuando fue en taxi de Horta a San Andrés para asistir al recinto ferial del barrio y, a continuación, ir a la iglesia del Palomar como buen cristiano de la Dictadura.

En los sesenta los Bartroli se deshacen de motocarros vendiéndolos baratísimos, solicitan choferes de motocicletas o triciclos y en 1964 desean contratar a un corredor a comisión con conocimiento de Gavà, El Prat, Hospitalet y Cornellà para una fábrica de abonos agrícolas. El número de teléfono no es el mismo de 1957 y eso puede suponer que los dueños de Folch 19 no eran los mismos o bien una mutación general de los números digitados con esa legendaria ruedecita de nuestra infancia, cuando el aparato se usaba sin la estupidez crónica de nuestro siglo, el mismo tan nefando cómo para renunciar a resucitar la pequeña Historia ante los beneficios de ser una postal turística gobernada desde hace casi un año por un Consistorio sin voz, mayoría ni voto, salvo para efectuar las obras pendientes de la anterior alcaldía y tener a un primer concejal obsesionado en proclamar que es el Alcalde de Barcelona, la ciudad sin pasado ni acción en el ahora, víctima provinciana de tantos y tantos mediocres que la vapulean a la vista de todos, también desde minucias intangibles como las narradas aquí semana tras semana.

Share.

1 comentari

  1. Hola, solo decir que la primera foto no corresponde a la calle Petrarca, si no que corresponde a la calle Torrent de can Mariner y la fecha debe ser a mediados de los 80.