Los medios de comunicación, especialmente los televisivos, celebraban con júbilo este 29 abril el fin de la tensión y de la espera. Habemus presidente: Pedro Sánchez se queda. A las 11 h de la mañana de tal día, hora peninsular de España, el presidente del gobierno anunciaba que, tras pensárselo durante cinco días, seguirá en su cargo. En primera instancia, se anunció que hablaría a las 12 de la mañana, pero incluso en eso hubo giro de guión, y se adelantó una hora el acontecimiento para zanjar definitivamente el asunto.

El pasado miércoles 24 de abril de 2024, Pedro Sánchez comunicó en una “carta a la ciudadanía” que tenía que sopesar si dejaba o no la presidencia del gobierno, habida cuenta del desgaste y el estrés emocional acumulado por la persecución mediática, política y judicial que, en sus términos, la derecha y la extrema derecha estaban llevando a cabo hacia su persona y también hacia su familia.

El detonante, la gota que colmó el vaso de la paciencia política de Sánchez, fue la admisión a trámite de una denuncia hacia su mujer, Begoña Gómez. La acusación en cuestión era casi lo de menos, dado que la denuncia era presentada en base a recortes de prensa e incluso a alusiones a otra persona que coincidía con el nombre de su esposa, pero que no era ella: todo un despropósito. Por otra parte, la propia denuncia tampoco era algo que debiera sorprender a nadie, pues procedía de Manos Limpias (algo debían tener limpio). Si acaso, lo problemático es que un juez admitiera a trámite una denuncia con multitud de defectos de forma y, por lo tanto, difícilmente sostenible. ¿Alguien dijo Lawfare? No, por favor, eso sería muy atrevido. Pero algo empezaba a oler raro. Y entonces Pedro Sánchez preparó un golpe de efecto.

Quizás, Pedro Sánchez se vió profundamente afectado por cómo su mujer estaba siendo salpicada por presuntos escándalos de forma forzosa y torticera. Tal vez, este hecho en concreto tampoco le pesó tanto, pero por acumulación acabó profundamente extenuado, harto y decepcionado. Nadie debería descartar de antemano que en lo personal Pedro Sánchez se viera compungido. En cualquier caso, es difícil meterse en la mente de nadie y, si acaso, por parte de los demás no podemos más que brindar comprensión ante ello, pero sin mucho más análisis.

No obstante, se viera realmente o no afectado por lo que el propio Sánchez considera una cacería política, lo que sí podemos observar es que su reacción ha sido cuando menos tardía. Lo ha sido en la medida en que, sin ánimo de hacer un repaso exhaustivo, tenemos precedentes en los últimos años a tener en cuenta: Jorge Fernández Díaz presuntamente persiguiendo por tierra, mar y aire a políticos independistas catalanes; Mónica Oltra hostigada por un aluvión mediático y político en el cuál se le exigía responsabilidad política por los presuntos comportamientos criminales de su ex-marido; Pablo Iglesias y su familia acosados en su domicilio particular durante semanas por multitudes que habían conseguido su dirección a través de ciertos “medios”, etc. Es decir, el retorcimiento y la confusión de las funciones de las diferentes instituciones, poderes y contrapoderes del Estado no es algo que se inicie ahora. Sin ir más lejos, se debe recordar que el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) lleva “bloqueado” más de cinco años, y aunque apremia una renovación, el PP siempre tiene entre manos una nueva excusa por la que es mejor dejarlo estar como está (pues al fin y al cabo, Pedro Sánchez es una suerte de dictador, y no sé que del socialcomunismo, y que si los filoetarras, etc.).

Es decir, el deterioro del funcionamiento de muchos elementos del Estado lleva en curso mucho tiempo, y aunque la derecha (en todo su espectro) ha sido la principal instigadora y beneficiada de que esto sea así, también es cierto que desde una supuesta izquierda que debería ser el PSOE apenas se ha movido ficha en todo este tiempo. Es más, incluso en algún caso se ha alentado o compadreado este tipo de comportamientos.

La estrategia política es un factor diferencial en la figura de Pedro Sánchez. Seguramente por ello siempre acaba sobreponiéndose a circunstancias que enterrarían políticamente a prácticamente cualquiera. En su proceder hay multitud de golpes de efecto, formas de zafarse, y ante un gesto como este último podemos presuponer que había cierta voluntad de aglutinar apoyos y, sobre todo, de recordar quiénes son los adversarios políticos. Además, hay otro factor a tener en cuenta y que a menudo abordamos únicamente de forma implícita: en Sánchez se produce y se reitera la dinámica de lo que, en términos de Sören Kierkegaard, podemos denominar como el héroe trágico: aquél que se enfrenta a una situación solo, que incumple con una regla o una costumbre en pos de un beneficio mayor, aquél que está dispuesto a sacrificarse con tal de hacer lo que considera que es correcto, sea o no lo que se espera de él. A pesar de que entendemos lo problemático que hay en el héroe trágico, es decir, a pesar de que se nos hace saber porque el héroe se extralimita, empatizamos con su transgresión, con su excepción. El carácter heroico nos atrae, por mucho que comprendamos que no todo el mundo puede ser héroe en todo momento.

Sea como fuere, tanto si hay en Pedro Sánchez algún tipo de heroísmo como si no, es fundamental en él su resiliencia (más que realmente resistencia), un valor muy en boga y que, pese a lo discutible que entraña el mismo concepto, es algo ciertamente valorado hoy en día. En este sentido, quizás deberíamos comenzar a hablar más de Gato Sanxe, en vez de perro, o, si queremos seguir con los memes y viralizando, podríamos cantar aquello de “Pedro, Pedro, Pedro, Pedro, Pe’”.

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