Política de la palabra muerta: ¿final de la etapa?

El título de este artículo, formulado en forma de interrogante, bien podría haber sido construido en forma de expresión de deseo ilusionado. La política de la palabra muerta, a la que he hecho referencia en otras ocasiones, es la que hemos sufrido durante las últimas legislaturas en nuestro país y en el estado. Se caracteriza por un intercambio de argumentos entre los responsables y representantes políticos fundamentado, de manera casi permanente, en una retórica vacía y estéril, cuando no directamente en mentiras y falsedades.

De esta manera, a los pocos segundos de que la declaración del político de turno haya salido de su boca, los oyentes ya han asimilado que lo que está diciendo es retórica banal, manipulación o falsedad; lisa y llanamente, palabra muerta. Este hecho, añadido a los incumplimientos, las renuncias, la incoherencia, la corrupción y al hecho de poner los intereses de partido por encima del interés general es el que ha llevado al más elevado grado de desafección hacia la política de los últimos cincuenta años.

¿Y ahora qué? ¿Cambiarán los resultados de las elecciones catalanas del domingo 12 de mayo esta dinámica? ¿Ha entendido la clase política catalana (o al menos una parte de ella) el mensaje? La foto del reparto de los 135 escaños del Parlament de Catalunya no ha traído muchas sorpresas a los que, huyendo de opinadores de partido y periodistas de carné, habían estado atentos a las señales que la ciudadanía enviaba.

Tras una campaña de bajo nivel, pésima en los contenidos, con encuestas manipuladas, absurdas e irreales, los resultados han reflejado una vez más que una parte importante de la sociedad catalana pide que se asuman responsabilidades por el fracaso y las renuncias, cerrando un ciclo que comenzó con las municipales del año pasado.

Hace exactamente once meses escribía en este mismo medio el artículo Reflexión en tres actos, en el que anticipaba el ciclo mencionado. En uno de los párrafos decía: “Si esto no ocurre, avanzaremos rápidamente hacia el tercer acto de llamada a la reflexión. Y este puede ser el más duro y traumático para el país, porque unas elecciones catalanas con los partidos desacreditados, enrocados y sin capacidad de enderezar el rumbo no es el mejor de los escenarios para el futuro de Catalunya y su calidad democrática”.

Tanto en la precampaña, como en la campaña e incluso en las horas posteriores a las elecciones, se ha ignorado deliberadamente la elevadísima abstención que ya se preveía y que se ha confirmado. Una táctica equivocada, porque la realidad de los hechos casi siempre se acaba imponiendo. Hoy ya podemos afirmar que un grueso importantísimo de las personas que no han ido a votar representa una abstención activa independentista que ha marcado de manera clave los resultados.

El resumen, muy resumido, sería que los partidos autollamados independentistas harían bien en leer el mensaje y entender que no ha gustado cómo se han hecho las cosas estos últimos años. Se necesitan relevos y cambios a fondo. La política, en democracia, es así de cruel, afortunadamente. ¡Pero atención! El unionismo y los partidos de obediencia española harían bien en no matar y enterrar muchas cosas. El proceso como lo entendíamos terminó ayer 12 de mayo. Pero hubo y hay más de 2 millones de independentistas en este país. Y un gobierno con políticas dirigidas desde Madrid incrementará exponencialmente el número.

Ganó y gobernará, si no hay movimientos estrambóticos, un PSC que sólo podía perder haciendo muy mal las cosas. Puigdemont, por su lado, convirtió las elecciones en un plebiscito sobre su figura y lo ha perdido. Esperemos que sea fiel a su compromiso de dar un paso al costado. Enésima refundación de Junts-Convergència a la vista.

ERC, crónica de un fracaso anunciado. Pero ahora más que nunca hace falta un partido independentista de izquierdas fuerte. Dimisiones, agradecimientos y relevos. Mirada de futuro, con nuevos liderazgos que mezclen experiencia y generaciones jóvenes para volver al partido al lugar de donde no tenía que haber marchado nunca.

Con la suma de la mayoría de los votos de Ciudadanos y parte del abstencionismo que nunca vota en las elecciones catalanas movilizados por la estrategia errónea de Puigdemont, el PP incrementa su representación de manera importante. Sólo les será útil en clave española. Y VOX, que se queda como estaba, hará lo mismo que ha hecho la última legislatura: entre poco y nada, Solo ruido y mala educación. Ciudadanos desaparecen, pero el modelo queda. Misión cumplida, que para eso pagaron algunos una pasta.

CUP y Comunes deberían hacer una reflexión a fondo sobre sus pésimos resultados y la irrelevancia hacia la que se dirigen. Así como pienso que los primeros lo harán, tengo mis dudas de que los de la Colau hagan mucha autocrítica.

Finalmente, capítulo aparte por Aliança Catalana. El cofoísmo de los opinadores oficiales, moviéndose entre el “son de extrema derecha” y el “no los entrevistaremos”, ha hecho aún mayor un fenómeno que se veía venir. Sería bueno estudiar la historia de nuestro país y entender la diferencia entre la extrema derecha y un partido racista, xenófobo y aporafóbico. En cualquier caso, casi ciento veinte mil catalanas han comprado el discurso, un hecho que nos debería hacer reflexionar y actuar.

Doy por descartada una repetición electoral. Aunque hace unas semanas, ante el no acuerdo de presupuestos y la convocatoria adelantada de elecciones, un servidor manifestaba confiar poco en el sentido de la responsabilidad de nuestros políticos, no me puedo ni plantear la posibilidad de una “segunda vuelta” que nos llevaría a alargar esta situación hasta final de año. Sería una irresponsabilidad conducir al país a perpetuar la inacción y la inestabilidad seis meses más.

Guste más o menos su composición y mientras quien lo considere necesario trabaja para impulsar alternativas de futuro, el día a día de mañana mismo pide un Govern y un Parlament que trabajen intensamente para hacer frente a los retos que tenemos por delante. El listado es grande y de alta complejidad: sequía, pandemia de salud mental, acceso a la vivienda, cronificación de la pobreza, desigualdades sociales, educación, políticas de empleo, atención primaria en salud,…

Hace unos días escuchaba al periodista Ot Bou, tertuliano didáctico y reflexivo como pocos, reclamar que “el voto de la ciudadanía recupere la capacidad de influencia sobre las políticas públicas, que los votantes puedan recuperar la capacidad de autorizarse y que los políticos recuperen su capacidad de influencia y enfrentamiento ante los poderes económicos y fácticos como medida de calidad democrática”. Hago mías sus palabras para expresar la confianza en que se abra una nueva etapa que acabe con la palabra muerta, en que la política en mayúsculas se imponga, tanto en el Govern, como en el Parlament y los partidos.