Quim Lázaro y Ricard Aymerich son, junto con Gemma Masip, Jordi Maduell, Josep Padró y Montserrat Gibert, los autores de un libro sobre unas escuelas nacidas por la iniciativa de maestros y familias que ya en los años sesenta del siglo pasado defendían una renovación pedagógica en pleno nacionalcatolicismo. ‘El CEPEPC des de dins’ explica cómo consiguieron formar parte de la escuela pública de Catalunya, con sus tensiones y éxitos y con la perspectiva que da el tiempo. El libro se presenta el 12 de junio a las 18 horas en la sede de la Associació de Mestres Rosa Sensat.
En el libro definís las escuelas del CEPEPC como un espacio de libertad y de resistencia al franquismo, un referente de calidad pedagógica y una historia de éxito. ¿Qué motivó esta iniciativa?
Ricard Aymerich: La escuela que había en los años 40 y 50 era de un retroceso enorme en relación con la calidad pedagógica que había tenido Catalunya el primer tercio del siglo XX y durante la Segunda República. La escuela franquista era una escuela gris, y esto era una alternativa.
Aprovechando que faltaban escuelas y que no había bastantes plazas, muchas escuelas privadas se empezaron a ubicar en espacios que tenían al alcance. Se hacía a través de Coordinación Escolar, que era previo, recogiendo una generación anterior de maestros jóvenes, creo que prácticamente toda la gente que empezó con Rosa Sensat.
Quim Lázaro: En el caso de la escuela que yo conozco, la propiedad era la cooperativa de padres. Eran padres que no vivieron la Guerra Civil. Mis padres y los que vivieron la Guerra Civil ante el franquismo optaron por el silencio y por el miedo. Y estos empezaron a decir ‘somos capaces de hacer una escuela diferente’. De alguna manera, ilegal, porque teníamos a los niños y a las niñas juntos, hacíamos catalán, no hacíamos religión… Todo lo que estaba prohibido. Creo que nació por eso, porque no tenían el peso de haber vivido la guerra y, por lo tanto, la dura represión del franquismo.

Se juntó con que en los años 60 hubo un movimiento en Catalunya de reivindicación del catalán. Nacieron Cavall Fort, Òmnium… Pongo estos dos ejemplos para decir que había una gente que no vivió directamente la Guerra y se permitió dar un paso adelante oponiéndose en el régimen franquista. Tanto los padres como los maestros se vieron con posibilidades de hacer algo de lo que estaban orgullosos.
¿Había un contexto social propicio para las escuelas del CEPEPC?
R.A.: Estaba dentro de todo un movimiento social muy amplio que incluía la lengua, la cultura y, por supuesto, la escuela. Y esta escuela atacaba directamente el palo mayor del franquismo, que era el nacionalcatolicismo, que se transmitía a través de la escuela, la doctrina, la iglesia, la OJE (Organización Juvenil Española)… A través de todos los organismos que tenía el régimen, decía qué se tenía que hacer y qué no se tenía que hacer. Y en estas escuelas se hacía todo lo que estaba prohibido: catalán, niños y niñas juntos, no se usaban los libros oficiales…
Q.L.: Recuperamos la imprenta, el método Freinet… Recuerdo que, los sábados por la mañana, los maestros iban a la escuela, era como un esplai en que los maestros iban a hacer cursos. Hacíamos cursos entre nosotros, o en Rosa Sensat, para ir renovándonos con métodos, con pedagogía operatoria de Piaget, con Montessori…
R.A.: El catalán. No había formación catalana.
Q.L.: Los padres que venían a estas escuelas lo hacían, algunos, porque era una escuela laica, porque éramos la única escuela de todo el distrito que no teníamos un profesor de religión. Otros, porque era una escuela catalana, y otros porque trabajábamos con métodos activos. Mucha gente inmigrante venía porque, para ellos, aprender catalán era un ascensor social.
Ricard Aymerich: En estas escuelas se hacía todo lo que estaba prohibido. Catalán, niños y niñas juntos, no se usaban los libros oficiales…
¿Cómo os vinculasteis?
R.A.: Yo fui a parar en la Escuela Anxaneta de Mataró porque pedían un maestro de catalán. Yo ya salía con la titulación de catalán y de ciencias. Hacía un año que trabajaba en Barcelona y cuando llegué a entrar allí, me encontré con una escuela muy exigente profesionalmente. ¡Como nunca! Porque el material te lo tenías que buscar y, desde el punto de vista pedagógico, estas escuelas iban creando un modelo de escuela alternativa, pero no desde la teoría, desde la práctica. El CEPEPC fue una red de transformación educativa potentísima porque no eran escuelas que iban debatiendo sobre el modelo pedagógico desde la teoría, sino que cuando en 1975 y en el 76 sale el documento de escuela pública, estas escuelas hacía más de diez años que estaban trabajándolo en la práctica.
En este libro explicamos que esto ya lo habían hecho otros antes, pero teníamos que explicar lo que se había hecho porque desde dentro no se había explicado nunca. Y hay mucha épica, hay situaciones durísimas. Te jugabas que te cerraran la escuela, tu carrera profesional, que te encarcelaran, que no te dieran el título. La primera maestra de la Escuela Anxaneta no tenía título porque no tenía el certificado de buena conducta. Estaba fichada por la policía. Y los primeros alumnos, teóricamente, tenían libro de escolaridad en una escuela vecina.
El debate pedagógico era la alternativa a lo que había en aquellos momentos, que eran totalmente grises. Y allá se crearon las bases de lo que era el modelo de escuela pública catalana. Fue un debate fortísimo, en los 70 y 80, sobre qué hacíamos y qué no hacíamos. Y se pusieron todos los partidos políticos por medio, evidentemente, porque todos tenían su sectorial de enseñanza. Y se fue avanzando en cómo se constituía una ley para hacer posible que este colectivo pasara a ser escuela pública. Cada escuela tuvo un debate durísimo, porque cada escuela tenía que decidir si pasaba a la pública con todas las limitaciones que nos ponían, como renunciar al especialista de plástica, música o psicomotricidad en la clase de tres años. Nosotros teníamos psicólogo un día y medio en la semana. Otras escuelas pensaban que compensaba pasar a la pública con todas estas renuncias. Ya estaba la Generalitat constituida, pero ponía unas condiciones que limitaban muchísimo. Algunas escuelas no podían esperar mucho más porque económicamente estaban endeudadas.
Q.L.: Yo entré en la Escuela Baloo de Barcelona a los 18 años como monitor de comedor. Allá descubrí otro mundo, porque yo no quería hacer de maestro, yo quería estar con gente mayor y quería hacer pedagogía. Un día, me encontré a Sebastià Serrano, que era vecino mío, y me preguntó: “A ti, ¿qué te gusta?”. “A mí me encanta la Geografía”. “Pues, estudia Geografía y enseña Geografía”. Y me convenció, en una charla informal. Por lo tanto, mi mundo no estaba tan ligado a la pedagogía, pero cuando llegué a Baloo me imbuí. Yo no había hecho ni la mili, y cuando la hice ya estaba de maestro y tuvieron que poner a un sustituto.

La escuela donde yo estaba, al principio, era pequeña, estaba formada por unas casetas blancas que un grupo de padres creó en el barrio y muy rápidamente se tuvieron que alquilar locales. El Ayuntamiento nos cedió a un precio irrisorio un terreno y se construyó una escuela. Había dos padres arquitectos que trabajaron gratuitamente y se hizo la construcción. Se pidió un crédito avalado por todos los padres. Todavía recuerdo que hace unos años celebramos el cierre del aval del crédito que tenía aquella escuela. Llegamos a tener una deuda de 22 millones de pesetas.
R.A.: En mi caso era una sociedad anónima. Se compró una masía en medio de Mataró, en un barrio pescador, y también contamos con un padre arquitecto que, a medida que íbamos creciendo y comprando las casas de al lado, que conectábamos a través del patio, este padre iba haciendo las obras de mejora, hasta que llegó un momento en que se tuvo que hacer una obra muy grande porque teníamos un crecimiento importante. Maestros y padres eran socios de esta sociedad anónima y todo el mundo hizo una aportación considerable, en la medida de lo que podía. Y cada año se iba devolviendo poco a poco lo que se había dado.
¿Cómo recordáis las primeras reuniones y los primeros debates?
R.A.: Eso venía de dos colectivos: Coordinación Escolar, que venía de inicios de los años 70 e intentaba coordinar pedagógicamente las escuelas, y la Unión de Cooperativas de Enseñanza de Catalunya, que era la fórmula legal de muchas de estas escuelas, que mayoritariamente eran cooperativas. El año 78, estas escuelas, que eran privadas, pero con vocación de ser públicas, se constituyen como Colectivo de Escuelas por la Escuela Pública Catalana. Había una organización interna fortísima, impecable, de militancia. A todas las asambleas teníamos que ir uno o dos por escuela, titular y suplente. Había orden del día, debate, votaciones y, después, unas actas que llegaban a todas partes.
Q.L.: Muchas eran sábados por la mañana. Eran larguísimas.
R.A.: No solo asambleas, también jornadas de trabajo. Yo creo que la organización interna es uno de los grandes puntales que hizo fuerte a este colectivo. Otro era el objetivo clarísimo de pasar a pública y contribuir con todo aquel trabajo que se llevaba al modelo de escuela pública. Y otro es la perseverancia, o sea, no perder nunca la esperanza. El resultado de todo esto es un éxito colectivo de primer orden porque era inédito que tantas escuelas pasaran a pública después de una negociación de una ley que fue aprobada por unanimidad –en 1983–. Se estudió caso por caso y algunas decidieron que lo que perdían no compensaba pasar a pública. Todo lo que se decidía era de una democracia interna y de una participación espectacular.
Quim Lázaro: Queríamos crear a niños críticos que lo cuestionaran todo
Q.L.: Nosotros dedicamos el libro a Carles Martínez, que fue el coordinador del CEPEPC. Había un consejo del CEPEPC que gestionaba democráticamente y preparaba las reuniones, pero había un consejo como más ejecutivo que coordinaba él. Yo pienso que fue la clave, porque, aparte de ser una persona muy trabajadora y muy eficaz, era muy buena persona. Lo conozco bastante porque era padre de mi escuela.
Hay que remarcar que los equipos de maestros venían muy concienciados. Sabías donde ibas y ellos te seleccionaban. En mi caso, tres padres me hicieron la entrevista, me hicieron preguntas sobre educación y uno de estos padres era Carles Martínez. Recuerdo que entré con mucho miedo porque era un monitor de comedor y me hicieron toda una entrevista por si era idóneo para entrar o no en la escuela. Él era un coco a nivel de organización y permitió que se agilizara mucho el debate, que fue muy intenso, sobre todo en este momento de decidir si pasar o no a la pública.
R.A.: Fue un buen negociador, yo creo que era un buen líder. La coordinación siempre la llevaban dos personas. Era una persona muy dialogante y negociadora, en el sentido de que sabía el objetivo de las reuniones y los encuentros, hasta donde podía conseguir algo, y después todo esto retornaba. Es que eran reuniones y asambleas continuas. La organización fue impecable.
Q.L.: Todos los actos que hicimos en Granollers, en el parque de la Ciutadella…
R.A.: Las movilizaciones fueron muy sonadas. Los maestros de música montaron una por las calles del centro de Barcelona, y en el parque de la Ciutadella montaron toda una jornada dedicada a reivindicar la educación física y se organizaron muchas actividades. Es decir, había una capacidad organizativa muy grande, pero es que había una estructura muy bien pensada y yo creo que muy aceptada. Había capacidad para todo el mundo y para ir muy a una. Y los disensos, trabajarlos para al final llegar a un acuerdo. Y aquel acuerdo valía para todo el mundo.

Q.L.: Las escuelas que no querían pasar a públicas, en muchos casos era porque eran cooperativas de maestros y los maestros perdían mucho porque perdían a muchos especialistas. Y en el Costa y Llobera, que tenía Secundaria, se hizo un instituto escuela cuando no sabíamos ni que existía esa palabra. Las escuelas se implicaron mucho, la gente se implicó mucho. La ley también permitía que otras escuelas que no eran del CEPEPC pasaran a públicas porque la convocatoria era pública.
Otra cosa importante es que nunca nos desligamos ni de los movimientos de renovación pedagógica, ni de Rosa Sensat, ni de las escuelas de verano. Estos tres palos son importantísimos porque allí luchamos conjuntamente con otros maestros. En la escuela pública también se luchaba por la mejora de la escuela pública, es decir, no éramos solo nosotros. Existía la idea de que éramos unas escuelas progres, pero había todo tipo de escuelas, en Sant Gervasi y en Nou Barris. La mía no habría podido subsistir continuando como escuela cooperativa, porque los padres no podían pagar… Hicimos la lucha conjunta, con sindicatos, con más movimientos de maestros, muchos del CEPEPC pero no solo del CEPEPC.
R.A.: La mitad de las escuelas prácticamente estaban en Barcelona, pero había 30 y pico que estaban repartidas por la geografía. Es el caso de Mataró, Granollers, Terrassa, Sabadell, Vic, Vilanova i la Geltrú, l’Hospitalet… Todas estas fueron el germen del movimiento de renovación pedagógica de aquel territorio, y también estaba la escuela de verano de Rosa Sensat en julio. Era una cita que no te podías perder, donde aprendíamos, compartíamos donde encontrar un material u otro, salíamos de los grupos de trabajo, etc. Y, en septiembre, organizábamos nuestra escuela de verano en el Maresme y en muchos lugares. Muchas están celebrando ahora su 45 cumpleaños porque muchas nacieron a finales de los 70 y principios de los 80. Y de aquí salieron los movimientos de renovación pedagógica territoriales.
Q.L.: Las escuelas de verano de aquella época no tenían nada que ver con las de ahora. Durante la pandemia, hicimos unos encuentros de maestros de asociaciones de jubilados de toda España con la Universidad de Murcia. Cuando decía, aquí Quim Lázaro, de Barcelona, o de Catalunya, todo el mundo decía: ¡Yo estuve en la escuela de verano de Rosa Sensat! Era un referente. Habían ido con sus hijos, les habían acogido en casa de maestros, llegaríamos a ser 8.000 personas.
Ricard Aymerich: Se crearon las bases del modelo de escuela pública catalana
¿En qué se diferencian aquellas escuelas de verano de las actuales?
Q.L.: Ahora hay menos gente, porque el mundo ha cambiado mucho y la formación se hace de otro modo, pero en aquella época… Yo todo lo que sé de maestro lo aprendí allí.
R.A.: Es un sistema de formación que, cuando ya no hay alumnos, los maestros aprovechamos y nos formamos para ponernos al día, para mejorar, para explicar, para hacerlo mejor. Y, sobre todo, para aprender por igual. Cuando alguien iba a Italia, por ejemplo, y venía hacia aquí, todo eso era un festival de formación. La plástica, las artes, las áreas de expresión… Y se iba replicando este tema. Quién dice esto, dice la observación directa.
Q.L.: Y profesores referentes que venían a hacer algún curso… No es que fuéramos, es que lo esperábamos. Además, vinieron Lluís Llach, Maria de Mar Bonet, Raimon, había debates políticos. No solo era pedagógico, culturalmente era una movida. A mí esto me hizo pensar, cuando fui presidente de Rosa Sensat, quizás iban 1.200 personas, que no está mal. Decía: ‘¡Cuánta gente joven, que bien que se formen los jóvenes!’. Y me dijeron: ‘No te engañes, son interinos que si no hacen una formación en verano no cobran’. Por lo tanto, iban porque tocaba, pero nosotros, lo esperábamos.
R.A.: No había el modelo de formación que hay ahora, más institucional, que te presentan cincuenta actividades para hacer. Nosotros incidimos mucho en el modelo de formación permanente, en organizar también actividades de invierno, cursos de invierno, grupos de trabajo… Todo esto, después se ha institucionalizado, hay muchísimas actividades más ahora, pero en aquel momento, si tú querías saber por donde iba la nueva pedagogía, que tenía Pau Vila, esa gente iba a las escuelas de verano. Y conectaba con toda una red de gente.
Q.L.: Hay dos temas. Uno es la no burocratización de la escuela; cada cual se organizaba con los modelos que mejor le parecían, compartía esto y aprendían mucho los unos de los otros. El otro es la democracia de la escuela. La escuela a la que yo iba hacía consejos escolares, cuando no existía esta palabra o cuando no había; nos encontrábamos una vez al mes tres padres y tres maestros y decidíamos sobre los proyectos.
Quim Lázaro: Ningún alumno dejaba de ir a colonias porque no las podía pagar
Los maestros teníamos muy claro que si queríamos hacer una innovación educativa lo teníamos que presentar a los padres, pero en el caso de mi escuela eran los padres los que innovaban, nos hablaban de hacer autoevaluación. Los padres eran los motores de esto, querían que hiciéramos cosas nuevas. Y esta gestión democrática no era solo de padres y maestros. La gestión democrática de los alumnos era muy importante, hacíamos asambleas, había delegados de clase que después hacían consejo de delegados… Ahora se ha generalizado en las escuelas.
En mi escuela se decidió comprar no sé si 50 o 100 sillas plegables porque allí se reunían los sindicatos, clandestinamente, con el amparo de que venían a una reunión de la escuela. Es decir, también servía como local para actividades antifranquistas, como se hacía en las parroquias.
R.A.: Formaba parte de este movimiento social que había.
Q.L.: Nosotros queríamos crear a niños críticos que lo cuestionaran todo. Hacíamos excursiones por el barrio, e íbamos de colonias, que eso entonces no se hacía.
¿La cohesión social y cultural formaba parte de los ejes de aquella renovación pedagógica?
R.A.: Se tuvo muy claro que la lengua era un elemento de cohesión, pero también hubo un debate muy intenso a todos los niveles, también político, para decidir desde el Govern. Había dos modelos: que hubiera dos escuelas, según la lengua materna, o que la lengua fuera un elemento de cohesión social. Y se tiró por aquí. Y este ha sido el principio desde los años 80 hasta ahora.
Todo lo que se hacía en aquella escuela, en un momento en el que no había aulas de educación especial, era para intentar llegar a todas las necesidades educativas. Hablábamos de aulas de apoyo y de actividades de apoyo; es decir, una escuela inclusiva. En el tema económico, también, se tenía que intentar que ni las dificultades desde el punto de vista personal o escolar, ni las dificultades económicas, ni la procedencia cultural, fuera una barrera para entrar aquí. Y un elemento cohesionador era no solo la lengua y la cultura catalanas, sino el hecho de compartir un proyecto educativo en el que intentábamos que todo el mundo entrara y tuviera su voz, que es la función social de la escuela que todos teníamos claro que queríamos cuando hacíamos magisterio.
Q.L.: Había escuelas con becas dadas por la misma cooperativa de padres para las familias que no podían pagar. Ningún alumno dejaba de ir a colonias porque no las podía pagar. Iba siempre todo el mundo porque la escuela tenía un cojín. Y este cojín ya venía como ideología, para no segregar. Yo pienso que, para la escuela pública de aquel momento, llegar nosotros fue conseguir un cambio.


