Debo reconocer que el título que he puesto en el artículo es bastante truculento, para llamar la atención, pero si a pesar de todo se animan a leerme, se darán cuenta de que estamos ante un efecto inesperado (y de momento sin consenso científico) del cambio climático, que si llega a ocurrir supondría el fin de la vida actual en los Países Bálticos y en Gran Bretaña, por ejemplo. Vale la pena hablar de ello.
Los efectos que puede producir el cambio climático que ya estamos sufriendo son conocidos, y van desde el incremento del nivel del mar hasta la desaparición de los glaciares. El IPCC (el llamado Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático, grupo de expertos que bajo los auspicios de las Naciones Unidas trabaja el tema) lo anuncia desde su primer informe, en 1988, identificando las causas (el uso de combustibles fósiles, principalmente) y con una intensidad de los efectos variable en función de los distintos escenarios de calentamiento global.
Sin embargo, parece que algunos efectos no han sido previstos por los expertos y recientemente han saltado las alarmas por un colapso de la Corriente circular del Atlántico Norte (AMOC en inglés). Antes de seguir profundizando sobre el tema, conviene explicar que es la AMOC. Es una verdadera cinta transportadora de calor, desde las zonas tropicales del golfo de México a las costas de Europa del Norte. Tiene una importancia primordial para el clima en esta zona, ya que hace que a igual latitud, las temperaturas no sean tan extremas como en las costas de Norteamérica. El colapso de esta corriente introduciría un cambio drástico en el clima (se calcula que el hielo podría cubrir permanentemente las islas Británicas y en España la temperatura descendería de media unos 1,5°C).
Es decir, en este caso el efecto del cambio climático sería un enfriamiento extremo en Europa y al mismo tiempo un calentamiento de las zonas tropicales, puesto que el exceso de calor no sería transportado, se quedaría in situ. Y estamos acostumbrados siempre a realizar una lectura antropocéntrica de los efectos del cambio climático, pero la suspensión de la AMOC supondría poner fin a la vida marina en las aguas del norte de Europa (pensamos que la corriente, además de calor, transporta nutrientes), cambio del modelo de vientos y modificación del régimen de lluvias en el Amazonas, por ejemplo. Un desastre global, porque la AMOC tiene una contra corriente de aguas frías en profundidad que retorna hasta el golfo de México y contribuye a una regulación térmica en todo el Atlántico Norte.
Los cambios en la AMOC se detectan por una disminución en la velocidad de la corriente, como si se frenara. Y la causa sería que el deshielo producido hoy por hoy por el incremento de temperaturas en la zona polar (sobre todo Groenlandia) genera un exceso de agua dulce que flota, haciendo una especie de tapón al desplazamiento de las corrientes superficiales (que han disminuido la intensidad en un 15% desde mediados del siglo XX). No hay acuerdo entre el mundo científico, porque algunas publicaciones recientes anuncian que el colapso de la AMOC empezaría en cualquier momento, entre 2025 y 2095, mientras que otros científicos discuten la bondad de los métodos matemáticos empleados en la simulación de éste cambio de corrientes; incluso existe un tercer grupo de científicos que también predicen el colapso pero en un horizonte temporal más largo. Sea como fuere, tampoco sería nada nuevo sobre la Tierra, ya que parece que se detuvo hace 120.000 años, provocando la última Edad del Hielo.
Por tanto, estamos ante el anuncio de una gran catástrofe por la que los científicos no se ponen de acuerdo si finalmente se producirá o cuándo; algunos lo anuncian de inmediato.
En este artículo quisiera huir del alarmismo, que no sirve para nada; incluso, cuando se anuncian calamidades que finalmente no pasan, la población se vuelve escéptica y poco crédula hacia los anuncios fundamentados. Pero hay dos reflexiones que considero importantes: la Tierra es un sistema extremadamente complejo, con equilibrios muy delicados, y he aquí cómo un cambio en una circulación oceánica puede producir un cambio global en el clima hasta el punto de hacer no navegables las rutas actuales del norte de ‘Europa. En segundo lugar, debemos ampliar nuestra concepción del cambio climático, dado que no siempre implicará un incremento de las temperaturas; el colapso de la AMOC es un magnífico ejemplo que puede implicar también una glaciación incompatible con la vida del hombre en amplias regiones de la Tierra. Todo cambio puede ser a más o menos.
Ante el peligro de tal catástrofe, más allá de la probabilidad y del momento de ocurrencia, deberíamos actuar bajo el principio de precaución, que tan sensato es en nuestra relación con la naturaleza y la biodiversidad. Es decir, si el colapso de la AMOC (pase o no este siglo) se debe al deshielo de Groenlandia y éste se produce por el incremento de la temperatura atmosférica debido a la emisión masiva de gases de efecto invernadero, deberíamos reducir con contundencia la liberación de CO2 en la atmósfera.
Y esto no sólo va de transición energética justa, sino también de cambio de modelo.



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