23 de junio de 2016. Reino Unido celebra un referéndum para decidir si salir o no de la Unión Europea. Sí, estamos ante el Brexit. Hay muchas expectativas depositadas en esta votación, se sabe que el euroescepticismo, alimentado de forma principal por movimientos nacionalistas de derechas, ha ido creciendo durante los años previos a la votación. Hay un descontento creciente de parte de la población británica por lo que significa su integración en la Unión Europea: falta de autonomía para protegerse con aranceles comerciales, no-control sobre migrantes recibidos de otros países de la Unión, etc. Ante esta situación, se prevé que el SÍ a la salida de la UE tendrá un cierto peso, aunque se estima como muy difícil que salga vencedor. Para sorpresa de muchos/as, y como ya es bien sabido, el SÍ sale vencedor con un estrecho margen respecto al NO. Aunque dicho margen sea estrecho, se ha abierto la veda, sobre los consensos que parecían firmes y establecidos comienzan a aparecer las primeras grietas: las primeras de muchas más que vendrán. Estamos en el momento de la sorpresa. Se inaugura la década triunfante de la alt-right.
8 de noviembre de 2016. Elecciones presidenciales en los EEUU. El candidato republicano Donald Trump se impone a la candidata demócrata Hillary Clinton. A pesar del palpable rechazo de una parte del electorado a la figura de Clinton, antes de las elecciones se estima su candidatura como favorita para ganar. Cuesta creer que un discurso plagado de mentiras, hipérboles, show y tintes de discurso xenofóbico y racista (simplemente recordemos el muro que quería construir y que debía pagar México) pueda imponerse en las urnas. Se confía en la sensatez del electorado, a pesar de que los vientos parecen estar cambiando internacionalmente. En cualquier caso, la victoria de Trump, aunque un poco más esperable que el SÍ en el Brexit, seguía siendo una sorpresa. Así que cuando finalmente el candidato republicano se impuso en las urnas, la pregunta obvia era, ¿y ahora qué?
Pues bien, después de Trump: Bolsonaro (Brasil), Meloni (Italia) o Milei (Argentina), por poner solo algunos ejemplos. A cada año que pasaba sorprendía menos la victoria de candidatos excéntricos, filofascistas, hiperbólicos y/o negacionistas de la justicia social, el cambio climático o la diversidad.
Durante todo este período de normalización de lo excéntrico al sistema, en Francia la ultraderecha cambió incluso de nombre: de Frente Nacional a Reagrupación Nacional. De querer salirse de la UE a querer reformarla de arriba a abajo, pero desde dentro. Estamos ante lo que se ha venido a llamar como el proceso de “dedesmonización” de la ultraderecha. No obstante, a tenor de cómo han ido soplando los vientos estos últimos años… Tal vez, tampoco hubiera sido necesario este proceso para seguir creciendo electoralmente. La inercia les acompañaba y acompaña.
Recordemos: en 2002, Jean-Marie Le Pen, el padre de la actual líder de la formación ultraderechista, pasó a la segunda vuelta de las presidenciales francesas. En dicho momento, se armó un revuelo por este hecho y buena parte de la sociedad tomó conciencia de ello de cara a decidir su voto (incluso Zinedine Zidane se pronunció al respecto y, por cierto, de una forma bastante más contundente que Kylian Mbappé ahora). Pero en 2012 su hija lo volvió a hacer, y en 2017, y en 2022. Y a cada vez que esto sucedía, la normalización de la ultraderecha avanzaba, el porcentaje de votos aumentaba y la sorpresa se reducía.
Ahora, en 2024, la llamada a la unidad frente a la ultraderecha sigue existiendo, aunque parece más tímida que nunca. Aunque tal vez no sea timidez, sino hartazgo, hastío. Parece que ya se ha asumido como inevitable que, más tarde o temprano, y como comentaba con anterioridad, el dique se desborde.
En no mucho tiempo se cumplirá una década del Brexit. A decir verdad, han pasado poco más de ocho años. Pero el mundo, cuando menos a nivel político, es muy diferente. Ya nada nos puede sorprender viniendo del espectro de la alt-right. Y por eso hemos incluso normalizado que se pongan en cuestión tantos y tantos valores o consensos de nuestra sociedad. Ni siquiera fotografiarse con Netanyahu les pesa. Me gustaría poder escribir la continuación de este artículo dentro de una década. Aunque aún me gustaría más poder rebobinar esta mala película. No me está gustando la performance.


