Tras la pausa pandémica, el negocio turístico sin control se ha desatado, y sus consecuencias graves y perjudiciales están encendiendo por doquier los ánimos de la ciudadanía local. Lo evidencia el hecho de que en los últimos meses ha habido protestas importantes contra la depredación y especulación de este sector económico en diversas regiones y ciudades del Estado, como Canarias, Baleares, Cantabria, San Sebastián, Madrid, Granada, Cádiz o Málaga; y en el horizonte cercano se divisan nuevas manifestaciones en Baleares (una vez más) y, por supuesto, también en Cataluña. El próximo 6 de julio, en Barcelona y Girona están convocadas de forma coordinada dos manifestaciones contra los embates del turismo, unos llamamientos unitarios que reciben el apoyo de cientos de entidades y colectivos sociales, vecinales, sindicales y ecologistas para decir “¡BASTA! Pongamos límites al turismo” y exigir el inicio del decrecimiento turístico.

¿Por qué? Si nos centramos en Barcelona, ​​su límite de atracción de visitantes está superado con creces, puesto que la ciudad, con una población de 1,6 millones de habitantes, es visitada cada año por más de 30 millones de personas, es decir, 20 visitantes por cada residente, una cifra exorbitante. Si bien el problema de la masificación turística hace ya años que existe, en los últimos meses se ha visualizado mucho más, y ahora, en la última encuesta de la Oficina Municipal de Datos, un 61,5% del vecindario piensa que Barcelona “está llegando o ha llegado al límite de la capacidad turística”.

Sin embargo, la clase política está reaccionando a esta situación con un doble juego que no es nada creíble: mientras hablan de eliminar pisos turísticos y reducir el número de cruceros, sueñan con la ampliación del aeropuerto de Barcelona y promueven eventos como la Fórmula 1 en el Paseo de Gracia, el desfile de Louis Vuitton en el Park Güell o la Copa América de vela, y aún sostienen el discurso de que son “beneficiosos para la ciudad”, generan “impacto económico” y tienen “interés público”. Pues bien, que les expliquen todos estos supuestos beneficios a las personas que viven en los Tres Turons, que no pueden ni llevar a los niños a la escuela en bicicleta, ni utilizar dignamente el transporte público; a la gente que vive cerca de la Sagrada Familia, que no puede ni andar por las aceras, o a los cada vez menos habitantes de Ciutat Vella, donde casi uno de cada diez pisos es turístico y donde el barrio ha perdido totalmente su esencia, vendida a los intereses turísticos y especuladores. Porque hoy, el turismo masivo que estamos sufriendo en Barcelona no solo genera puestos de trabajo precarios y salarios míseros, sino que también afecta directamente a toda la sociedad, expulsando al vecindario tradicional de sus barrios, fulminando los tejidos sociales y comerciales y encareciendo el nivel de vida, lo que complica cada vez más seguir habitando la ciudad.

Llegados a este punto, hay que evidenciar la importancia del aeropuerto y del puerto de Barcelona como instrumentos clave dentro del entramado turístico de la ciudad.

El aeropuerto de Barcelona transporta al 82% de los visitantes que llegan a Barcelona y es responsable del 85,5% de la huella de carbono del turismo. En 2019, provocó 8,4 millones de toneladas de CO, es decir, más del doble de las emisiones vinculadas a la ciudad de Barcelona (y quien visita Barcelona en avión genera de media 605,7 kg de CO2 eq; quien lo hace en tren, solo 52,9 kg de CO2 eq). Visto esto, por mucho que las instituciones públicas pretendan lo contrario, el aeropuerto de Barcelona no deja de ser un aeropuerto eminentemente turístico (así lo considera su gestor, AENA), y la importancia del turismo en su operativa no deja de crecer año tras año: en 2017, el pasaje turístico representaba 46% y en 2023, ya alcanzaba el 55%. En este contexto, y teniendo presente la liberalización del movimiento mundial de capitales y la aparición del turismo de ciudad como atrayente de inversores internacionales, cabe señalar que los estados han estimulado las inversiones en infraestructuras para seguir captando estos flujos. Y es aquí donde se sitúa la controvertida ampliación del aeropuerto de Barcelona, ​​que se justifica por “atraer talento y tecnología” y para que sea un “hub internacional para captar negocio”, cuando, en realidad, lo que se quiere es estar en la primera línea del ranking turístico mundial de ciudades, sin pensar en las consecuencias que esto pueda tener en sus habitantes.

En cuanto al puerto de Barcelona, ​​se trata del primer puerto del Mediterráneo y del cuarto del mundo en cruceros, con más de 3,5 millones de cruceristas anuales. Hoy tiene operativas seis terminales, y están en construcción otras dos, con lo que se podrán alcanzar los 5 millones de cruceristas anuales en pocos años. Se han invertido entre 100 y 200 millones de euros públicos para ampliar el muelle Adossat y poder albergar las dos nuevas terminales, que se han dado en concesión por más de 30 años. En este caso, no se invierten tan solo fondos públicos en una industria que ultracontamina el mundo (y lo calienta) como pocas, consume recursos locales como el agua (alrededor de unos 150 millones de litros al año), nos llena de residuos y colapsa la ciudad, sino que se dan las concesiones de las terminales a empresas multinacionales del sector de los cruceros que tienen sus sedes en paraísos fiscales, operan con banderas de conveniencia y tienen regímenes laborales, normativas técnicas y regulaciones ambientales mucho más laxas. Y todo ello sin ningún control democrático y totalmente de espaldas a la ciudadanía.

El continuo crecimiento del tráfico de cruceros empeora los problemas de turistización que sufre Barcelona, ​​ya que se trata de un turismo muy intensivo: se descargan a las mismas horas una gran cantidad de personas que visitan lugares muy concretos en muy poco tiempo. Así, se agravan los impactos ya presentes en la ciudad, como la masificación de las áreas más saturadas, los problemas de movilidad y de tráfico (en los días de mayor actividad, circulan hasta 60 autocares y cerca de 10.000 vehículos, 1.100 en horas punta, el 80% de los cuales son taxis), la destrucción del comercio de barrio en estas áreas y su transformación en escenarios turísticos despejados de gente local.

En el caso de los cruceros de puerto base (los que inician y terminan la ruta en Barcelona), los impactos también se amplían al darse más demanda de alojamiento turístico y de vuelos, porque quien viaja en estos cruceros pernocta en la ciudad y utiliza aviones para llegar, en muchos casos en vuelos intercontinentales, con los efectos extra de contaminación y calentamiento global que esto supone. Asimismo, a raíz de la próxima Copa América que se celebrará este octubre, está previsto que lleguen a Barcelona una gran cantidad de turistas de alto poder adquisitivo. Y una parte importante de esta ola de visitantes vendrá a la ciudad con sus megayates, muchos de los cuales ya están instalados en el Port Vell, que, recordémoslo, es un espacio de titularidad pública que se privatizó en el época del alcalde Trias, pese a la fuerte oposición del vecindario.

Es necesario replantear el modelo económico de la ciudad y dejar de depender de una industria como la turística para pasar a una economía más diversificada y resiliente. Este replanteamiento supone poner en marcha un proceso de decrecimiento del sector, y en este punto son claves el aeropuerto de Barcelona y los cruceros. En un momento en el que las crisis ecológica y energética globales nos abrazan ya fuerte, es posible cerrar terminales de cruceros y reducir los vuelos que llegan a nuestro país. Combatir la masificación turística implica reducir el número de operaciones aéreas en todo el país y olvidar proyectos insostenibles de ampliaciones de aeropuertos. En el caso de los cruceros, tres terminales finalizan su concesión antes de 2030, con lo que se puede planificar el cierre sin un coste público excesivo. Para eso es necesaria una valentía política (hoy inexistente) que vaya mucho más allá de simples declaraciones de intenciones o planificaciones a largo plazo. La ciudadanía no puede más y pide poner límites al turismo ya.

Share.
Leave A Reply