Nos encontramos en la recta final del verano 2024 y, como cada año por estas fechas, el calendario se llena de números rojos que señalan las fiestas locales de numerosos barrios, pueblos y ciudades. Tal concentración no es casual, pues estas festividades se originaron y pensaron en un momento en el que la economía era principalmente agraria y dónde los hitos que marcaban el discurrir del tiempo no estaban relacionados con las vacaciones estivales, la producción industrial o el periodo escolar sino, más bien, con la finalización de las arduas tareas vinculadas al campo. De hecho, lo que hizo la Iglesia Católica durante siglos no fue otra cosa que apropiarse de estos días, que contaban con señaladas y notorias conmemoraciones paganas vinculadas a la celebración de aspectos sensuales y colectivos, y transformarlos, en la medida de lo posible, en días de celebración religiosa. Es así que el 15 de agosto se celebra la Asunción de la Virgen María, coincidiendo con la cosecha de cereales, o el 11 de noviembre San Martín, pues es cuando se llevaba a cabo la matanza del cerdo en numerosas localidades del área del Mediterráneo.
Es dentro de este contexto en el que hay que entender la celebración de la Fiesta Mayor de Granollers, en el interior de la cual se había programado el Pràcticum: Tècniques Aplicades de Guerrilla Urbana. Introducció a les principals eines tècnico-tàctiques per a una estrategia subversiva, por parte de la Colla dels Blaus de la localidad. La división en varias collas, grupos o hermandades, dependiendo del elemento vertebrador, de la población de numerosos pueblos y ciudades mediterráneos no es nueva. De hecho, el antropólogo Isidoro Moreno ya teorizó al respecto durante los años 70 en publicaciones como Propiedad, clases sociales y hermandades en la Baja Andalucía, o en Cofradías y Hermandades Andaluzas, donde explicaba como esta división simbólica de las localidades afectadas permitía la articulación social y la canalización del conflicto, además de devenir un elemento de fundamental importancia en la reproducción social de estos pueblos y ciudades.
Las fiestas populares son, por tanto, instrumentos complejos que permiten la generación de identidad, la renovación de los lazos sociales, la recuperación de la memoria local o el reforzamiento de prácticas como el apoyo mutuo y la reciprocidad. Además, éstas no se practican en un vacío social, sino que se llevan a cabo en la inmediatez de una sociedad que manifiesta, de manera evidente, jerarquías de poder, desigualdades socioeconómicas, diversos tipos de violencia soterrada y escasa capacidad de respuesta popular frente a las afrentas. De este modo, la carnavalización de las fiestas populares funcionan, también, a modo de homeostasis inversa, expresión que viene a señalar la capacidad de algunos mecanismos sociales para equilibrar el cuerpo social de forma que pueda seguir funcionando de forma adecuada. Es ahí donde podemos encuadrar manifestaciones como las coplas satíricas, los desfiles de disfraces o la quema de figuras significadas en algunas fiestas populares.
Esta explicación, de tipo funcionalista, sin embargo, no entra directamente a caracterizar la salud democrática de una determinada sociedad. Al menos no lo hace de manera evidente. Pese a lo que pueda parecer, el sistema democrático no es un sistema de gobierno que se limita a permitir la elección de los gobernantes cada cuatro años. Es algo que va mucho más lejos. La salud democrática de una sociedad se mide, más bien, por la capacidad de los diferentes agentes que la constituyen, aquello que se ha venido en llamar, desde mi punto de vista erróneamente, sociedad civil, por articular y desarrollar propuestas de acción política, influir sobre los partidos y discutir un sentido común, además de ejercer un poderoso freno a los desmanes de las instituciones en un movimiento continuo nunca exento de conflictividad. De hecho, extirpar la conflictividad de la democracia solo lleva a la muerte de la misma por incomparecencia de los gobernados. Es así que se explican las tasas de corrupción de determinadas regiones y países, las políticas de eugenesia implementadas por algunos países avanzados o la falta de avance en la consolidación de determinados derechos sociales.
Es evidente, o lo debería ser para la gran mayoría de la población, que la Colla dels Blaus de Granollers no pretendía enseñar a niños y mayores cómo fabricar cócteles molotov, ni agredir a la policía nacional o los mossos d’esquadra, sino representar simbólicamente lo que las fuerzas y cuerpos de seguridad suponen para muchos colectivos en gran cantidad de ocasiones: representantes de un poder que impide la libre manifestación del descontento o que actúa de correa de transmisión en el mantenimiento de la propiedad inmobiliaria actuando contra los movimientos sociales que intentan impedir desahucios. Y todo ello en un contexto festivo, libre de la tradicional intervención de instituciones públicas y privadas que, el resto del año, ya organizan y rigen la vida de los vecinos de Granollers.
Así, más que lamentarlo, deberíamos estar bien atentos al peligro de desaparición de este tipo de actividad, porque su desaparición podría ser un síntoma de una falta severa de salud democrática de nuestra sociedad.


