Existe un mantra dentro del espectro ideológico de la derecha en España (y en otros lares) que dice algo así como que, en su asunción de superioridad moral, la izquierda ha colonizado el discurso y los espacios de discusión pública, volviéndose la norma, ostentando una hegemonía cultural.

Este mantra viene de lejos y, si hacemos arqueología política, probablemente bebe de reverberaciones que llegan cuando menos hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial, momento en el que surge la idea en el bloque occidental de generar en Europa y otros lugares un cierto Estado del Bienestar que desvanezca la tentación revolucionaria. Así, los servicios públicos se entendieron como una forma de humanizar el capitalismo y se fortaleció una conciencia de izquierdas alternativa a la revolucionaria: una que luchaba por causas consideradas justas socialmente pero dentro de los límites del sistema.

En todo caso, la izquierda cultural se consolidó no siempre con el viento a favor del Estado y, aunque fue creando diversas corrientes, a grandes rasgos se fue caracterizando por tener un discurso que abarca ya no solo a los factores clásicos de clase sino, y de manera especial en los últimos años, el abanderamiento de la reivindicación antirracista, feminista, etc.

Por supuesto, la caracterización esbozada es muy simple e imperfecta y, por ello, hasta cierto punto imprecisa. Pero nos sirve como introducción sucinta para poder ahondar en las cuestiones mollares de este análisis. Al fin y al cabo, lo que nos interesa a este fin es, sobre todo, comprender que existe una sospecha recurrente por parte de la derecha de que la izquierda pretende colonizar siempre la esfera cultural (como si el tiempo nunca hubiera pasado).

Hace unos meses se dio a conocer la contratación de David Broncano por parte de RTVE para importar su programa La Resistencia a La 1 (con la idea, obviamente, de tratar de importar también su éxito de audiencia). Desde un primer momento, se desataron fuertes críticas, ya no solo directamente desde la oposición política de PP y Vox, sino de los aparatos mediáticos más afines a la derecha en su conjunto.

Estas críticas solían centrarse en el despilfarro de dinero público que significaba contratar dicho programa, centrándose en lo costoso que era, pero, muchas veces, yendo más allá y sugiriendo que la televisión pública no debería tratar de competir con las cadenas privadas, y aún mucho menos tratar de hacer política con un organismo que es de toda la ciudadanía. Al respecto de este último punto sucede algo curioso, ya que La Resistencia nunca se caracterizó por un pronunciamiento político explícito, a diferencia de otros programas como El Intermedio, por ejemplo. Pero he aquí un giro de guion importante: se sospechaba que el programa sería emitido en el mismo horario que El Hormiguero de Pablo Motos (Antena 3).

Por lo tanto, Broncano comenzó a ser percibido como problemático por el espectro de la derecha no tanto por sus propias ideas, sino por aquello a lo que se iba a oponer, por lo que restaba o podía restar a Pablo Motos. Alguien que, por cierto, suele ser considerado por parte de la derecha como alguien no de derechas, sino neutro o libre. En fin, cosas de una cultura maniquea.

El lunes 9 de septiembre de 2024, La Revuelta, el rebautizado programa de David Broncano y cía, se estrenó en La 1. El éxito fue considerable, durante su primera semana consiguió superar en audiencia a El Hormiguero en diversas ocasiones. Así las cosas, las críticas arreciaron desde el PP y Vox, trasladando la tensión al congreso de los diputados y obligando a la directora de RTVE, Concepción Cascajosa, a pronunciarse para defender su nueva apuesta televisiva.

Las críticas dan la siguiente cara visible: el dinero público no solo se está malgastando, sino que se está utilizando para hacer lo que se supone que la izquierda suele hacer, que no es otra cosa que tratar de batallar culturalmente aquello que las urnas y, por extensión, la sociedad le niega. Ante este argumentario, uno se pregunta si realmente creen de verdad que la derecha nunca ha estado interesada en la susodicha guerra cultural. Si de verdad creen que el libre mercado lo regula todo de forma clara, prístina, perfecta y, sobre todo, a-ideológica. ¿De verdad nos están diciendo que el sesgo de Pablo Motos o Iker Jiménez, por no decir ya de una infinidad de youtubers, es algo no intencionado?

Que no se me malentienda, me parece perfectamente legítimo y aceptable que existan altavoces mediáticos de diferente tipo de la derecha o de cualquier otra posición política. Lo que no me parece tan bien es que estos altavoces quieran ser pasados por neutros, bajo la mascarada de una libertad que es ya apenas un significante vacío, mientras que cualquier tipo de discrepancia u oposición respecto a ellos es contaminación de una izquierda desquiciada y adoctrinadora. Quizás lo peor de todo este asunto sea pensar que tal vez no haya mala fe: el dogma neoliberal se ha infiltrado hasta el punto de considerarse no-ideológico.

Alguien podría decir que escabullo la crítica principal: El Hormiguero u otros medios similares no se financian con dinero público y La Revuelta sí. ¿Pero acaso la publicidad institucional que reciben muchos medios no es una vía indirecta de financiación? ¿Acaso la televisión pública es la primera vez que apuesta por unos contenidos para competir con la televisión privada? Esto último ha sucedido con gobiernos del PP y del PSOE.

En cualquier caso, no se puede obviar un detalle anteriormente comentado: los proyectos de Broncano no se han caracterizado por pronunciarse abiertamente en términos políticos, pero se han atrevido a competir con las “neutras, equidistantes y nada posicionadas esencias” del entretenimiento, encarnadas por Pablo Motos.

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