El debate público sobre el porno pone el énfasis, últimamente, en su relación causal con las agresiones sexuales, especialmente en grupo. Y tiene todo su sentido porque la iniciación sexual vía el porno sádico -y desde edades tempranas- es uno de los factores que explican el aumento de violencias sexuales. No es el único, también cuentan el efecto “pandilla” entre los adolescentes, la hipersexualización y, sobre todo, los discursos misóginos de amplio calado político.

Sin restarle importancia a estas violencias (los datos son concluyentes) me gustaría hoy destacar otro aspecto menos comentado: el vínculo entre la pornificación (la banalización obscena de los vínculos humanos y la cosificación del cuerpo femenino) y la tristeza que genera en sus consumidores habituales.

Tristeza -hay que aclararlo- no es depresión, etiqueta psicopatológica acompañada de medicación. La tristeza, para Jacques Lacan, se sitúa más cerca de la cobardía del que no quiere saber de su malestar. Es un ejercicio voluntario de ignorancia, recurriendo para ello a una nostalgia infinita sobre aquello que nunca fue. Un paciente, joven adulto, con consumos compulsivos de porno online explica que esas escenas pornográficas le atraen por la ausencia de palabras. Basta con que le indique a la mujer sus preferencias para que ella actúe en consecuencia, ni siquiera -agrega- es necesario despedirse. A él, lo de hablar nunca le fue bien, especialmente con las mujeres a las que atribuía una (ilusoria) burla permanente por un leve defecto físico en el rostro.

La tristeza tiene una larga historia, los pensadores medievales la nombraban como acedía y la vinculaban a la inmovilidad y al aplastamiento del deseo que se ve relegado por la compulsión al goce repetitivo de lamentarse del hecho de vivir. Es evidente que hoy, más que en otras épocas, soportamos mal el dolor y la pérdida: los españoles somos líderes mundiales y destacados, en el consumo de ansiolíticos y antidepresivos. Todo un signo de la dificultad de amar en los tiempos del porno que se ofrece como su sustituto, rápido y fácil. Otro paciente se lamenta de lo inaccesible que le resultan las mujeres porque, según explica, “siempre son impredecibles y yo frente a eso no puedo”. Su método es evitarlas mientras se entrega a fantasías eróticas en Onlyfans.

El porno triunfa (más de 3.500 millones de visitas diarias a Pornhub) porque promete eliminar el enigma de la sexualidad. Las chicas lo miran, preferentemente, para saber qué se espera de ellas y los chicos para saber lo que deben hacer en la escena sexual. El problema es que esa iniciación cruda y salvaje (sin velos) los deja más expuestos al traumatismo del encuentro con lo real, produciéndoles un doble afecto: la adicción y la tristeza posterior. Consumir porno en lugar de ligar presencialmente —deseo de tener una relación sexual— implica esa renuncia que nos hace sentir, por ello, tristemente culpables de no atrevernos con ese deseo. Y, al anular el misterio por hacerlo todo visible y programado, ellas y ellos no pueden conjugar el goce y el deseo.

Sostenía Lacan, ya en 1974, que el hecho de que “el sexo esté a la orden del día y se exponga en todas las esquinas, tratado de la misma manera que cualquier detergente en la televisión, no representa ninguna promesa de beneficio” puesto que “no basta para tratar las angustias y los problemas particulares”. Un verdadero saber hacer con el sexo y con el otro, incluyendo el amor, solo se alcanza si se atraviesa mediante una experiencia. El ‘manual’ porno se muestra insuficiente e inadecuado para orientarse entre los sexos.

La tristeza -que sigue a la compulsión- es el síntoma más persistente de ese afán por no querer saber, que deja a cada uno vulnerable y entregado a la nostalgia. Únicamente desde una decidida posición para hacer frente a las dificultades propias, la alegría de vivir puede revertir ese ánimo triste, como el que embarga a un paciente adolescente al terminar su sesión de porno: “me queda la sensación de ser una mierda, casi un desecho”.

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3 comentaris

  1. Bon escrit i molt entenedor, quina pena que mols joves no sabran mai les sensacions internes de lligar personalment.

  2. Lourdes Mestres Camps on

    La passivitat d’observar sense implicació, anàlisi o reflexió compartida, des de l’anonimat, ens anestesia i empobreix i, en la meva opinió, dificulta les relacions interpersonals farcides d’expectatives, ilusions i desitjos. No obstant, en l’era digital vehiculizada per pantalles impersonals, el porno que es construeix a base de l’imaginari individual i col.lectiu, podria ser la única o la millor forma de relació per a molts/es???

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