El trabajo está mutando. Sí, con toda seguridad, todo lo que vivimos cambia y se diferencia de sí mismo conforme pasa el tiempo, pero no sería muy arriesgado decir que el trabajo está experimentando cambios muy significativos y acelerados en las últimas décadas.
En este contexto de cambio, Remedios Zafra publica su último libro, El informe, en el que analiza cómo se nos está escapando de las manos el tiempo de vida en un trabajo que ya no es ni siquiera subsumido a la actividad esperable: las tareas administrativas y, en general, el exceso de burocratización, están absorbiendo cada vez más la cantidad de tiempo disponible, haciendo que aquellas actividades funcionales y productivas, consideradas como las habituales, queden relegadas a un segundo término. Esto es visto así desde el prisma del trabajo intelectual, aunque buena parte de las reflexiones de este libro son extensibles a muchas otras formas de trabajo en la actualidad.
Respecto a lo concreto del trabajo intelectual, Zafra hace referencia a lo que para aquellos que llevamos tiempo en ello, nos resulta obvio. La promesa que antaño se nos dió de una vida mejor y más libre a través de la formación académica se ha ido diluyendo progresivamente. Esto es así ya no solo porque los salarios hayan ido menguando, sino porque la precarización se ha extendido a la dificultad para estabilizarse en un puesto concreto, en poder disponer de un contrato indefinido, de unas tareas o rutinas previsibles, etc. No solo se va cobrando cada vez menos, sino que en múltiples ocasiones se tiene que recurrir a más de un pagador o, aún con más frecuencia, a ser una exterioridad en todas partes: colaboraciones, becas, ayudas, presupuestos… Ingresos por una actividad que, quizás, no se vuelva a repetir. O ingresos por una actividad que se repite todos los días pero que ninguna parte contratante quiere asumir como un compromiso…
Es también la promesa de Bertrand Russell o John M. Keynes la que se ha truncado. Hace aproximadamente un siglo, ambos autores, desde planteamientos teóricos y perspectivas bastante diferentes, vislumbraban un carácter emancipador en una tecnología que volvería el trabajo infinitamente más productivo y que, por lo tanto, facilitaría poder liberarnos en buena medida de él. Planteaban jornadas de unas 15 horas semanales… Nada más lejos de la realidad. La productividad fue aumentando mucho, sí. Pero el capitalismo vigente convirtió esta promesa de liberación a través de la tecnología en una técnica de vigilancia mucho más sofisticada y precisa: el requerimiento de estar siempre disponibles, de no poder desconectar nunca. En definitiva, la indiferenciación entre lo que es tiempo de trabajo y todo lo demás. Así, se llega a una constante cruel: la extenuación no como resultado del trabajo mismo, sino como condición necesaria para que este se pueda dar. ¿Acaso una forma de silenciación?
Ante esta situación, y a través de su propio relato vivencial, Remedios Zafra apuesta por resistir. Sí, es cierto. Lo de resistir suena, tal vez, muy manido. Un cliché con el que consolarse de alguna manera o, si somos un poco mal pensados, con el que poder hacer libros rápido y venderlos fácilmente. No obstante, a pesar del carácter narrativo de la obra, la autora no elude la propuesta y plantea algunas cuestiones bastante específicas.
En el eje central de las propuestas se haya el requerimiento de una toma de conciencia de la importancia de una política de los cuidados: una corresponsabilidad que nos permita hallar una exterioridad a este mecanismo viciado, poder observar cuán injusto, absurdo y dañino es un sistema que nos impide detenernos ni tan siquiera por un instante.
Esta forma de cuidado tal vez nos facilite visualizar algunos puntos fundamentales. Esto es, entender que la culpa, el síndrome del impostor o, en términos arendtianos, la banalidad del mal, son algo muy presente en nuestra sociedad y que, colectivamente, debemos observar y combatir.
La culpa por no estar haciendo más o por descansar, así como por dar importancia al placer, al ocio o a la diversión.
El síndrome del impostor por pensar que apenas somos un número más, que no hicimos nada para merecer nada… Y que, por lo tanto, si nos quedamos fuera de todo, tampoco hay de qué quejarse.
O la banalidad del mal en su sentido más profundo: la irreflexión. El hecho de seguir haciendo algo como un autómata simplemente porque es lo que se nos exige, porque lo dicta el protocolo o el procedimiento estándar, porque es lo que los demás van a hacer, aún a sabiendas de la ingente cantidad de tiempo que se pierde absurdamente y de la vida que se nos va con ello.
Estos puntos, y algunos más, deberían invitarnos a la reflexión y al planteamiento de que debe ser posible parar.
A decir verdad, sería un tanto ingenuo sugerir que el planteamiento de Zafra en su último libro nos plantea un problema nuevo o, ni siquiera, unas soluciones innovadoras al mismo. No obstante, no está de más que, de tanto en tanto, nos detengamos a pensar en ello. Que le pongamos carne, que pongamos el cuerpo y nuestro sentir, algo que magnificamente hace la autora, y que nos preguntemos otra vez aquello de, ¿Qué es lo que puede un cuerpo?


