Este agosto hubo una polémica protagonizada por Xavier García Albiol, otra más, que surgió a raíz de un tuit en el que el alcalde de Badalona vertía unos comentarios manifiestamente racistas. No malgastaré mi tiempo reproduciendo dichos comentarios, tampoco es que sea difícil encontrar información sobre ello. Aunque ciertamente tiene mérito que sea tan fácil encontrarlos: no es, ni de lejos, la primera controversia de las mismas características que tiene por protagonista a Xavier García Albiol.
A todo esto, Risto Mejide, presentador y conductor principal del programa televisivo Todo es mentira, dio un buen rapapolvo en directo al alcalde de Badalona, apuntando a lo inexcusable e injustificable de un tuit que era manifiestamente racista y xenófobo, sin lugar a dudas, por mucho que el aludido se esforzara por formular otra interpretación (que, desde luego, no estaba en la letra, ni tampoco en el espíritu de la publicación de García Albiol).
A tenor de la contundencia y claridad con la que el presentador confrontó a Albiol, y habida cuenta de la gravedad del posicionamiento ideológico que de la publicación se desprendía, uno pensaría que Albiol debería pasar a ser persona non grata para Todo es mentira. Pero no. Efectivamente: todo era mentira. O, más bien, todo era cinismo, pues, tal y cómo nos explica el filósofo Slavoj Žižek:
El cínico paradigmático nos dice en privado, en voz baja y tono confidencial: “Pero ¿no te das cuenta de que todo esto tiene que ver en realidad con el (dinero/poder/sexo), que los principios y valores elevados son solamente frases vacías que no cuentan para nada?” (Chocolate sin grasa, pp. 67-68)
Efectivamente, el cínico piensa que todo “valor elevado” en el que pensamos creer es apenas un artificio, un entretenimiento o una mascarada con la que mantenernos entretenidos. Que sí, que el racismo puede estar muy mal, pero que alguien se comporte de forma manifiestamente racista no convierte a la persona en racista o, si lo hace, eso tampoco significa que debamos perder la oportunidad de hacer buenos negocios con él, pues, al fin y al cabo, ¿a quién iba a afectar realmente una actitud xenófoba o racista? ¿A quién le importa una pizca de racismo a la hora de la siesta?
Así, ¿por qué no contratar a Albiol como colaborador de tu programa unas semanas después de reprochar su lamentable tuit? Efectivamente, uno podrá decir que un programa tiene la libertad de contratar a quién considere oportuno, igual que Albiol tiene libertad de expresión para decir lo que considere (aunque, a decir verdad, incluso la libertad de expresión, como cualquier otro derecho, tiene ciertos límites en cualquier ordenamiento jurídico). En todo caso, nadie discute la legalidad o, ni siquiera, la legitimidad de dicho acto de contratación. Quede esto debidamente aclarado, pues, a buen seguro, muchas de las críticas a este artículo irán por tales derroteros.
El caso es que el contraste entre la fuerte confrontación y la posterior contratación no puede sino llevarnos a la conclusión de que para el programa lo que se vio era apenas un juego retórico, pero que aquella línea que se traspasaba, la del racismo, no tenía una importancia intrínseca, que no había ninguna línea infranqueable porque, a decir verdad, no era un valor real o “elevado”.
Quizás alguien pueda pensar que la contratación de Albiol acabaría siendo la mejor forma de poder hacer que se retrate, de que evidencie la bajeza de sus mensajes o, si es necesario, que los explique, justifique o regule. Que acallar a alguien es mucho peor. Pero este razonamiento es falacioso: nadie propone que se acalle la voz del alcalde de Badalona (al menos no lo hace este artículo), sino que no se desarrolle una complicidad para con él y sus actitudes. ¿O acaso nos iríamos a cenar con alguien de quién detestamos fervorosamente ciertas actitudes?
Risto Mejide no tenía porqué confrontar con Albiol si no lo deseaba, pero lo hizo. Lo hizo porque, supuestamente, le parecía muy mal lo que se desprendía del susodicho tuit. Él fijó un listón de lo que le parecía éticamente aceptable. Pero luego él mismo lo traspasó: business is business.
En todo caso, mi idea no es señalar a Todo es mentira como una excepción en el panorama de los medios de comunicación. De hecho, ni siquiera es una anomalía de nuestra sociedad.
Efectivamente, debemos pensar aquello de que mal de muchos, consuelo de tontos, pero lo cierto es que este es un ejemplo más de otros tantos que podríamos sacar a relucir. Y estos ejemplos no son un cúmulo de casualidades, sino algo propio de una época como la actual que, cuando menos, hasta hace muy poco se ha concebido a ella misma como a-ideológica o post-ideológica. En tal contexto, nada parece tener ya un sentido o valor en sí mismo. Nada… but the money (Nada, menos el dinero).
Pero que al dinero le otorguemos un valor que está más allá de cualquier otra razón, tampoco es casual. Y, desde luego, no es algo a-ideológico o post-ideológico. Es un signo de nuestro tiempo. Es un síntoma de nuestra ideología. Una ideología y un momento que confraterniza muy bien con el cinismo: y esto tampoco es casual.


