Contribución al problema de la vivienda

Las consecuencias sociales del anterior ciclo especulativo son conocidas por todos, sólo cabe recordar por ejemplo que en el primer trimestre de 2012, en todo el Estado, se producían 517 desahucios diarios. Ahora, en 2024 nos encontramos en un mayor empobrecimiento de las capas popular que se concreta en diversas tendencias. Una de ellas es la creciente lógica de población viviendo de alquiler debido a la imposibilidad de comprar. Además, quien puede pagar el alquiler, destina ya más del 60% del sueldo o debe irse a una periferia cada vez más periférica o vivir en pisos cada vez más compartidos. Quien no puede, directamente sigue sin emanciparse o debe volver al núcleo familiar. Sobre los desahucios, en 2023 hubo 72 diarios, pero ahora el 75% son por impagos de alquiler.

Tampoco descubrimos nada si decimos que lo que, en el capitalismo, es un bien de primera necesidad, no deja de ser un elemento para la acumulación de capital y para la especulación. Además, la fase neoliberal convirtió a la vivienda en un activo financiero que vincula la riqueza de las personas con la propia dinámica ascendente en los precios de las casas. Las consecuencias de esta financiarización de la vivienda las describía Jaime Palomera: «ganarme la vida y dar un futuro a mis hijos y a mi familia ya no depende exclusivamente de trabajar, ingresar más dinero y ahorrar sino que la vivienda y su valor será también una pieza fundamental para proyectarme a futuro». De esta forma, se ha tratado de integrar en el juego del capitalismo a una parte de la población como modo de subyugación social en la que una parte de la población ha obtenido beneficios. Éste era el sentido de la frase de Margaret Thatcher cuando decía: «El medio es la economía, el propósito es el alma». Pero, como siempre, las mutaciones del capitalismo no son procesos unidireccionales, sino que acaban por toparse con las contradicciones que ellas mismas generan. Éste podría parecer el punto al que está llegando la situación actual. Y sin embargo, este modelo no ha sido siempre el hegemónico.

El propio neoliberalismo tuvo que producir grandes transformaciones para conseguir establecer su modelo de mercantilización de todas las esferas de la vida. Esta lucha empezaría en Inglaterra. Hay que empezar teniendo presente que antes de la aplicación de este sistema, tal y como explica Selina Todd en El pueblo. Auge y declive de la clase obrera (1910-2010), los ingleses tenían el 40% de la vivienda de su país en el sector público y mayoritariamente bajo gestión municipal, donde incluso los Ayuntamientos tenían la potestad efectiva de controlar y regular los precios de los alquileres. La ofensiva contra este poder empezaría con el gobierno de Heath con la Ley de Vivienda de 1972. Esta legislación implicaba que los precios de alquiler debían establecerse según el mercado y ya no en relación al coste de la vida. Con esta decisión, los precios de alquiler subirían un 25% en tres años, a la vez que se inducía una política de crédito desregularizada de endeudamiento masivo para promover su compra. No obstante, este primer embate conservador al pacto social de posguerra se saldaría con la caída de Heath en las elecciones de 1974. Entonces Inglaterra había llegado a ser uno de los lugares con mayor poder obrero de occidente, hasta el punto de que la propia Thatcher diría: «Ningún gobierno podía realmente sobrevivir a una huelga importante, especialmente a una huelga del sindicato minero, y menos aún salir victorioso ». No sería hasta la llegada de ésta al Gobierno, en 1979 —en medio de una brutal lucha social desencadenada por ella misma—, que no se aplicarían todas las baterías de medidas que harían pasar el parque de vivienda pública inglesa del 40% al 7% actual. Aparte del derribo de derechos y la promoción del crédito fácil y el endeudamiento masivo, la vivienda pública ya quedaba sólo vinculada muy estrechamente a los sectores más depauperados de la población y a la asistencia social excepcional. Las consecuencias no tardarían en sentirse y lejos de crear una perfecta democracia de propietarios las consecuencias serían: en Gran Bretaña, en 1991, habría 75.500 embargos de casas por impago hipotecario, una sociedad altamente polarizada y unas tasas de brutal desigualdad.

Este modelo económico no ha generado, pues, abundancia. O, mejor dicho, lo ha generado para algunos. Como dice el sincero portal emprendedores.es:

«El incremento del número de millones en España está por encima de la media mundial, puesto que la población de HNWI aumentó un 5,1% en el conjunto del planeta».

Y añaden, para tranquilizarnos, que la dinámica de transferencia de rentas de abajo hacia arriba es una cuestión global:

«Pese a la inestabilidad de los mercados, en el mundo hay ya 22,8 millones de millones».

La cuestión es clara, y en los últimos 40 años se ha visto una redistribución en favor de los ricos como nunca en la historia y, en esta lucha, la vivienda ha jugado un rol muy concreto. David Harvey explicaba a El enigma del Capital que el terreno de la urbanización se convertía en protagonista en el circuito de acumulación de capital especialmente en tiempos de crisis de sobreproducción y dificultades de absorción de capital excedente. Los capitales se refugian en negocios inmobiliarios ya que, aunque tienen ciclos de circulación más largos, pueden ofrecer mayor seguridad y beneficios frente a las incertidumbres que generan las condiciones típicas de las crisis, la inflación, etc. Otro sitio al que, como explica Harvey, se destina capital excedente y que ofrece una rentabilidad perfecta al capitalismo es el gasto militar. Nada mejor para el capital que producir mercancías que se crean directamente para ser destruidas. Pero esto habría que tratarlo en otro artículo, volvamos a la propiedad inmobiliaria.

Thomas Piketty analiza el fenómeno en El capital en el siglo XXI y explica que el patrimonio juega un papel cada vez más importante en la acumulación de riqueza en el mundo. Un patrimonio que —él lo dice claramente— está cada vez más concentrado en capital inmobiliario y financiero. No es extraño, por poner un ejemplo que pone el autor francés, en «1950 el poder público poseía en Francia entre 25 y 30% del patrimonio nacional» mientras que «a partir de 2010 la riqueza privada constituye la práctica totalidad de la riqueza nacional, con un 99% en Reino Unido y un 95% en Francia». La conexión entre la reducción del patrimonio y el poder público, el empobrecimiento de las clases populares de la población y el acaparamiento de viviendas por parte de inversores, rentistas y grandes genios de los negocios es muy evidente.

Tiene todo el sentido pues que, a día de hoy, veamos que cuesta encontrar un sitio donde vivir de alquiler. Aitor Esteban del PNV clamaba por la falta de “seguridad jurídica” por la Ley de Alquileres que llevaba a los propietarios a sustraer los pisos del mercado. Jordi Turull de Junts era más imaginativo aun cuando decía que esta legislación “criminalizaba la propiedad”. Pero la falta de disponibilidad de vivienda no se debe a la escasez de la misma. En la ciudad de Barcelona, ​​hay al menos unos 10.000 pisos completamente vacíos, pero ya no se destinan a la posibilidad de vivir, sino que hay otros juegos más rentables. Sólo hay que ver dos datos para saber dónde está la vivienda: en Barcelona, ​​12 pisos por cada 1000 habitantes se alquilan por airbnb; y el 60% de las nuevas ofertas son de alquiler de temporada. No está desapareciendo la vivienda, está desapareciendo la vivienda “asequible”. Precisamente esta creación de una escasez artificial ha corrido apareja a la inflación de precios y al aumento de los beneficios y la rentabilidad. Engels ya describió este proceso en su texto Contribución al problema de la vivienda de 1873 cuando describía lo que hoy en día llamamos gentrificación:

El crecimiento de las grandes ciudades modernas confiere al suelo en ciertas áreas, particularmente en las situadas cerca del centro, un valor artificial mucho mayor; los edificios construidos en estas áreas disminuyen ese valor en lugar de aumentarlo porque ya no corresponden a las nuevas circunstancias; por eso son derribados y sustituidos por otros. Esto ocurre sobre todo con las viviendas de los trabajadores situadas cerca del centro, cuyos alquileres, a pesar de la gran cantidad de gente que se aloja, nunca pueden aumentar más allá de un límite, o en todo caso lo hacen muy lentamente. Por eso son derribadas y en su lugar se construyen nuevas tiendas, almacenes y edificios públicos.

Tras el problema, Engels explica la solución que ofrecía el capital y que nos será familiar. No es otra que el desplazamiento del “problema”:

En realidad, la burguesía no conoce más que un método para resolver a su modo la cuestión de la vivienda, es decir, para resolverla de tal modo que la solución cree siempre de nuevo el problema. […] El resultado es en todas partes el mismo, sea cual sea el motivo invocado: las callejuelas y callejones más escandalosos desaparecen y la burguesía se glorifica con tan grandioso resultado; pero…. los callejones y callejones reaparecen rápidamente en otra parte, y muy a menudo en lugares muy cercanos. […] La misma necesidad económica que los había hecho nacer en un sitio les reproduce más allá…

En esta vida no hay nada nuevo. Las consecuencias de esta dinámica en 2024 han llevado a una gentrificación —del inglés gentry, burguesía terrateniente— de cada vez una mayor parte de las ciudades. De esta forma, se va configurando más y más una cesura de clase en cuanto a la vivienda entre los que han heredado o heredarán una vivienda y el resto. Así, nos encontramos con que las consecuencias aparecen por todos lados. Mientras que las ciudades y los centros llevan años inhabitadas por las capas populares, cada vez se va a vivir a zonas más alejadas y periféricas, con las consecuencias en el desarraigo que esto supone. Algo que, sumado a la falta de transporte público, lleva al aumento de vehículos privados hasta límites nunca experimentados en nuestra historia. Solo decir que en los últimos 10 años, en Europa ha aumentado en un 14,3% el número de coches por habitante mientras que la población lo ha hecho en torno al 2%. Sobra decir las consecuencias ecológicas de esa tendencia. Otras consecuencias son el hacinamiento de población en determinadas zonas de la periferia urbana. Sólo hace falta mencionar aquí que la Florida (Hospitalet) es la zona con mayor densidad de población de la Unión Europea, con todo lo que esto implica y significa en términos de masificación y servicios públicos. La especulación con la vivienda va generando un efecto dominó en el que la crisis es claramente multinivel.

Además, cuando se buscan soluciones, hay que tener presente que el modelo de bienestar de posguerra antes mencionado fue construido en otro momento histórico de la humanidad. Un momento en el que el crecimiento jugó un papel clave. A día de hoy, con la crisis climática y escasez energética y de materiales, la redistribución de la riqueza deberá ser también redistribución de la propiedad. Ya no se puede seguir ligando crecimiento económico a aumento del bienestar, ya no puede ser la construcción la forma central de abordar la crisis de vivienda en los países desarrollados. El objetivo parece que no podrá ser otro pues que la desmercantilización de la vivienda, arrancar un derecho humano de las garras de la especulación. Desde la expropiación por uso antisocial de la propiedad, al cooperativismo o la regulación del alquiler de temporada, están claras las medidas por las que ponerse manos a la obra. Veremos hasta dónde llegará la voluntad política de las fuerzas del Gobierno.

El agotamiento de la paciencia al respecto se pudo verse en un espíritu que plasmaba perfectamente alguna pancarta en la manifestación del 13 de octubre en Madrid. Se podía leer un claro: «Sois Gobierno, Dejad de Twitear». Habrá que ver cómo evoluciona ese sentimiento. Por ahora, algunos medios de izquierdas recuperaron las declaraciones de Pedro Sánchez donde afirmaba en 2019 que algunas propuestas “no eran realizables porque era un intervencionismo del mercado que ponía a los propietarios en una situación complicada”. Al igual que en el infierno de Dante está escrito sobre la puerta «abandonad toda esperanza, vosotros que entráis», en la regulación del mercado inmobiliario de Pedro Sánchez parece escrita una misma exhortación. Hay pocas dudas si a la movilización social le parece bien esa resignación. De momento, después le ha tocado un aviso desde Valencia. La próxima manifestación está convocada para el 23 de noviembre, ahora en Barcelona.