A menudo se suele percibir la política como una suerte de capa superficial, casi cosmética, que recubre nuestras sociedades, que se ocupa de determinadas cuestiones, como la gestión de los presupuestos, pero que no nos atraviesa de forma fundamental.

Así, desde dicho prisma, cuando ocurre una tragedia tan brutal como las consecuencias de la DANA de esta semana, una expresión cobra fama: no es el momento de hacer política, por respeto al sufrimiento en la desgracia, tenemos que estar con el dolor de las víctimas. No obstante, permítanme discrepar: tal vez es el mejor momento para entender determinadas cosas.

La impugnación del prisma del primer párrafo no pasa por querer obtener un rédito político partidista “utilizando a las víctimas”, lo que nos mantendría aún en la susodicha capa superficial, sino por entender la política en un sentido más amplio y, sobre todo, en un sentido más profundo. En este sentido, y en aras de la claridad y el orden explicativo, quizás quepa enumerar una serie de factores involucrados en el desastre.

En primer lugar (1), la Agencia Estatal de Metereología (AEMET) marcó una alerta roja por el altísimo riesgo de que una DANA muy destructiva azotara la provincia de Valencia (y otros lugares). En esta línea, alrededor de la una del mediodía del martes 29 de octubre había información suficiente para valorar seriamente la necesidad de evacuar determinadas zonas y/o, cuando menos, alertar a la población de que no se desplazaran a sus lugares de trabajo, o para que los abandonaran inmediatamente (y, sobre todo, que evitaran salir a la carretera o quedarse en zonas bajas y más fácilmente inundables). No obstante, la Generalitat de Valencia no alertó hasta las ocho de la noche, cuando ya se estaban comenzando a producir las riadas y los atascos (y cuando ya había terminado la jornada laboral del grueso de la población trabajadora).

En segundo lugar (2), el PP de Valencia presumió en noviembre de 2023 (apenas seis meses después de llegar al poder) de haber desmontado la Unidad Valencia de Emergencias que había construido el anterior gobierno presidido por Ximo Puig (PSOE). Esta forma de presumir con ello tiene una explicación realmente sencilla: la concepción de que los servicios públicos son sospechosos en su inmensa mayoría, sobre todo aquellos que no tienen una incidencia diaria en la vida de las personas. ¿El mercado siempre puede hacerlo mejor?

Se podría mencionar incluso al menos un tercer factor, que se arrastra desde muchísimo antes (siglos), y que nos explica cuán inundables son determinadas zonas del litoral valenciano. No obstante, el peso de tan solo ese punto ya podría dar para otro artículo, así que por el momento nos centraremos en los argumentos anteriores.

Respecto al primer punto, se ha mencionado hasta la extenuación en redes sociales, pero no por ello deja ser cierto. El temor a un freno en la productividad nos lleva a arriesgar más de lo que es razonable, siempre pensando que, quizás, “la cosa no es para tanto”, que la AEMET “exagera” porque es su papel (¿lo es?), etc. Pero hay una pregunta que puede parecer sensacionalista pero que es, más bien, un descongestionador ideológico.

Ante una alerta por riesgo elevado de desastre metereológico, ¿le diríamos a nuestra madre o a nuestro esposo o esposa que salieran a la calle? O, ¿les diríamos que extremaran las precauciones por si acaso? Puede sonar a sugerencia bizarra hoy en día pero, ¿por qué deberíamos pensar diferente respecto a nuestros vecinos? ¿Por qué el gestor político debería despreocuparse de nosotros? Ojo, no hablo de paternalismo: hablo de gestión y cuidado, de humanidad y empatía.

Respecto al segundo punto, ¿qué decir a estas alturas? Deberíamos volver a suscribir la terminología foucaltiana sobre la materialidad del discurso. Los discursos en contra de lo público, en contra de la supuesta intromisión en la libertad individual que suponen el grueso de los impuestos (o ellos mismos como concepto), al final tienen una traducción evidente en los hechos: los recortes en los servicios acaban deteriorando a los mismos y esto dificulta la gestión de los problemas que deberían solventar. No, los discursos políticos no son una mera retórica intercambiable e inocua: los discursos tejen y posibilitan vidas, pero también las resquebrajan.

A todo esto, y en especial consonancia con el último párrafo, muchas veces son los mismos que escurren su responsabilidad política, los que reafirman el poder de lo que se dice y cómo se dice. Así, la Presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, declara su consternación por lo sucedido en España recalcando la importancia de combatir el cambio climático para tratar de frenar la escalada de estos fenómenos extremos (si es que esto es aún posible). A estas declaraciones, el Presidente de Vox, Santiago Abascal, le contesta de forma muy airada, cuestionando la realidad del cambio climático y, a su vez, diseminando un famoso bulo sobre el derribo de presas en España por parte del actual gobierno de Pedro Sánchez.

Por su parte, proliferan las conspiraciones más extremas que hablan del control climático, de lo oscuro del proyecto HAARP y de cómo, en definitiva, nos quieren atemorizar y mermar poblacionalmente. En este punto, los conspiranoicos recuerdan a lo que Žižek comenta de cierta moralina ecologista: nos gusta pensarnos no solo responsables, sino los únicos culpables, porque así tenemos el control de la situación1. Es una fantasía de poder.

En definitiva, ni tan siquiera necesitamos pensar que estos fenómenos climáticos extremos se podrían aminorar o evitar si estuviéramos combatiendo de forma efectiva el cambio climático desde hace largo tiempo. No nos hace falta plantear ese escenario hipotético (aunque realista). Nos basta con ir a lo concreto. Si la gestión hubiera sido otra, la DANA hubiera sido otra. Si algunos discursos no hubieran socavado la legitimidad de todo lo público, si no se hubiera primado la apertura productiva por encima de todo, esta DANA habría arrasado con muchas cosas, pero muy probablemente no con tantísimas vidas. Esa es la DANA que no fue, la DANA que pudo haber sido.

 

 

  1. Y así, yendo más allá del planteamiento serio y sistemático sobre cómo operar ante el cambio climático, se acaba poniendo muchas veces el foco en acciones individuales como el reciclaje, acciones que nos hacen sentir que “estamos haciendo algo” para evitar el desastre.
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