La cifra de fallecidos en Valencia supera con creces la de 200. Estamos ante el récord español de fallecidos en los últimos ochenta años debido a circunstancias sobrevenidas. ¿Se sabía lo que podía pasar? Los científicos, AEMET, cinco días antes ya indicaban que la situación era cada vez más peligrosa. Incluso acertaron con las precipitaciones máximas y su localización. Afinaron mucho. Yo lo sigo por Twitter, una red minoritaria. Pero el día antes, los noticiarios de televisión ya advirtieron de que el área de Levante se encontraba en peligro extremo, señalado con el rojo, el más alto, en la escala de peligros. La escalera es: amarillo, peligro; naranja, mucho peligro; y rojo, peligro extremo.

Pero se ve que, pese a advertirlo en los informativos y en redes sociales, una parte importante de la población no se dio por concernida. Y encima la máxima autoridad en protección civil, la Generalitat, falló estrepitosamente. Seguro que se aclarará el nivel de responsabilidad de cada uno en esta catástrofe. El día 29 de octubre, Mazón decía públicamente a las seis de la tarde que lo peor de la DANA ya había pasado, justo en el momento en que más altos eran los estragos y no fue hasta más tarde, a las ocho, cuando se decretó alarma general. Alarma general significa que se decreta que nadie salga de casa, que todo el mundo abandone las actividades laborales y académicas y que se protejan, que no vayan a buscar los autos a los garajes y que se eviten las zonas inundables, que se sabe perfectamente cuáles son. Y comunicarlo por teléfono móvil y con toda la autoridad de las fuerzas de seguridad. Como cuando el inicio del confinamiento de la COVID. Es lo que hacen las autoridades en Estados Unidos cuando viene un huracán.

Creo firmemente que la tardanza en decretar el estado de alarma general no es tanto un tema de máxima incompetencia como de ideología, de ideología liberal malentendida. «No debemos extender el alarmismo entre los ciudadanos porque las circunstancias no están probadas». Pero cuando estuvieron probadas ya era demasiado tarde. La derecha y la ultraderecha ven una intromisión en la libertad de los individuos que les llegue un mensaje al teléfono móvil diciendo: «Quédate en casa, enciérrate, protégete y, sobre todo, no vayas a sacar el coche del párking». Ya se vio la reacción histérica de Isabel Díaz Ayuso cuando se realizaron simulacros de emergencia en Madrid con mensajes universales en los teléfonos móviles.

También llama la atención que buena parte de los fallecidos parece que se han producido en zonas teóricamente no inundables y en las que no llovía. Esto lleva rápidamente a pensar que es necesario revisar los criterios de inundabilidad, porque las gotas frías serán cada vez más frecuentes y más devastadoras debido al cambio climático, que induce el doble efecto de calentar el mar –hasta 32 ºC– y la facilidad con la que se descuelgan gotas frías desde el Ártico.

Pero para mí resulta meridianamente claro que, pese a que se hubieran hecho correctamente los procedimientos de alerta, estaríamos todavía ante una cifra de muertes considerable. Decía hoy JV Boira, en un artículo en La Vanguardia, que “la acumulación de coches destrozados en Valencia es la viva imagen de un espacio articulado sobre el transporte privado”.

Para mí, éste es el meollo del asunto. La catástrofe de Valencia, en la que en su área metropolitana viven 1,6 millones de personas, es el espejo del gran fracaso que supone la inexistencia de ninguna política pública a la hora de organizar un modelo de vida que sea sostenible, equilibrado y que nos proteja del creciente peligro provocado por el cambio climático.

¿Por qué los valencianos tienen tantos coches? Además de porque para muchos el coche es todavía un bien aspiracional, la razón principal es probablemente porque su red de transporte público es de segunda división, sin posibilidad alguna de subir a primera en la próxima década. La mitad de la escasa red de cercanías de Renfe es todavía de vía única, con lo que las frecuencias hacen llorar, o reír. Pero, además, lo que las autoridades valencianas llaman metro es un sistema ferroviario de muy larga extensión, con muy baja frecuencia y grandes secciones con vía única. Es de las cosas más alejadas del metro que se pueden ver dando un paseo por Europa. La red de tranvías es importante, pero carece de lógica metropolitana.

En el área metropolitana de Valencia, fuera de la capital, moverse en transporte público es francamente difícil. El mensaje subyacente transmitido por las autoridades valencianas durante los cuarenta y cinco años de democracia es «cómprate un coche y no seas un pringado». Mientras Barcelona, ​​Madrid y Bilbao levantaron formidables redes de transporte público, Valencia no hizo los deberes y se quedó muy atrás, como tampoco, por cierto, los hizo Sevilla.

No debe extrañarnos, pues, que mientras en Barcelona, ​​la mitad de los hogares hayan decidido prescindir del coche, y en París la cifra de desafectos en el automóvil llega ya al 90%, en Valencia y su área metropolitana la mayor parte de la población contemple el coche como un elemento de libertad, no como el segundo gasto del hogar tras la vivienda. Tanto amor se ha tenido en el automóvil que muchos han muerto ahogados sacándolos del párking.

Pero, además de la quiebra de la política de movilidad, se constata también un enorme fracaso en la gestión del territorio. ¿Cómo es posible que miles de viviendas todavía se levanten sobre terrenos inundables, comprobado en sucesivas inundaciones, sabiendo que cuando algún día llueva mucho más de la cuenta, como ha ocurrido ahora, las rieras se convertirán en pequeños Danubis, Roïnes o Rihns arrasando todo lo que encuentren a su paso? En Valencia no ha habido, ni existe, gestión del territorio en función de los riesgos, ni mucho menos una política metropolitana que unifique las políticas locales de urbanismo.

Por increíble que resulte, Valencia no se ha dotado de ninguna gobernanza metropolitana y sin ésta no existe política de transporte, ni de gestión del territorio, ni de prevención ante los efectos devastadores del cambio climático. Son muchos los amigos valencianos que me dicen: «escucha niño, en Valencia sufrimos la consecuencia de la política de sálvese quien pueda». Y yo les creo. Pero como soy un optimista empedernido, espero que esta segunda lección recibida, después de la COVID, haga que las cosas empiecen a cambiar en Valencia.

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