Vista desde la distancia, parece increíble que una propuesta como la de la Teoría de las Ventanas Rotas, articulada en menos de siete mil palabras y publicada en 1982 en la revista The Atlantic Montley, aunque con un posterior desarrollo más amplio en formato libro, tuviera el desarrollo y la expansión que llegó a alcanzar. Recordemos que esta propuesta está basada en que un control inicial de cualquier tipo de hecho que altere el orden establecido en el espacio urbano, ya sea pequeños actos de vandalismo o algún tipo de delito menor, puede generar una especie de efecto bola de nieve que, no solo suponga un incremento y acumulación de éstos sino que, además, acabe por generar otros de mayor importancia, incluso crímenes. El ejemplo de las ventanas rotas, que incluso le da título al texto inicial y al libro posterior, Arreglando las Ventanas Rotas (1996), es bastante elocuente al respecto. Cuando un cristal roto de una ventana no es arreglado de forma más o menos inmediata, este simple hecho sugerirá una especie de atmósfera permisible con el delito, de forma que primero irán apareciendo otros de similar magnitud -más ventanas o puertas rotas, suciedad y basura amontonada, grafitis y pintadas, etc.- para luego dar lugar a una escalada en la importancia de las infracciones, llegando a producirse, finalmente, algunas de primer orden. En el contexto de los Estados Unidos (EEUU) de principios de la década de los 80, con necesidad perentoria de salir de una dura crisis económica que llevó a ciudades como Nueva York, incluso, a declararse en quiebra; la llegada al poder de la Administración Reagan, posiblemente una de las más conservadoras y ultraliberales del siglo pasado; con el nuevo papel que las urbes parecían tener que adoptar en los ciclos de acumulación capitalista, y una cierta resaca de la supuesta permisividad o liberalidad que había supuesto la década de los 60, que planteó alternativas centradas en una mayor mano dura, la Teoría de la Ventanas Rotas vino que ni al pelo a una sociedad como la norteamericana, profundamente funcionalista, a la que se le mostraba que, simplemente con un mayor control policial, el imperio del orden se mostraba accesible. Políticos de infausto nombre, como el alcalde de Nueva York Rudolph Giuliani, apostaron decididamente por este tipo de estrategias bajo el epígrafe de Tolerancia Cero.
Posteriores análisis mostraron que los éxitos iniciales de esto tipo de política altamente punitivista no estuvieron relacionados tanto con las característica de la misma como con toda una serie de factores externos que hicieron que los índices de criminalidad descendieran. El crecimiento económico y el fin de la crisis, algo que generó millones de empleo; la reforma de la organización del propio cuerpo policial en muchas ciudades; políticas sociales basadas subsidios y subvenciones; la legalización del aborto, que hizo descender el número de madres solteras y familias con escasos recursos obligadas a la pequeña delincuencia para sobrevivir o, incluso, la disminución numérica del grupo de varones entre 16 y 24 años, por determinadas cuestiones demográficas, parecían ser factores mucho más relevantes a la hora de explicar esta disminución que el incremento de la presión policial y las prácticas securitarias. Además, tal y como sociólogos como Loïc Wacquant se encargaron de recordar, este tipo de propuestas solo consiguieron afianzar las dinámicas de estigmatización y criminalización de los pobres, pues son estos los que, en gran porcentaje debido al carácter estructural de su situación social y económica, acaban por ser acusados de los delitos vinculados a las ventanas rotas. La simplicidad naif y los datos acabaron por demostrar que este tipo de políticas no solo no tenía eficacia demostrada sino que, incluso, era contraproducente.
Pese a todas estas evidencias, el actual equipo de gobierno del Ayuntamiento de Barcelona continua apostando por políticas inspiradas por la Teoría de las Ventanas Rotas a la hora de elaborar su estrategia de seguridad ciudadana. Solo así es posible explicar la presentación, a bombo y platillo, hace unos meses de los resultados del nuevo contrato de limpieza en el marco del Pla Endreça, el propio Pla, con su insistencia en las inspecciones y el control del espacio público de la ciudad, el incremento en el número de dotaciones de Guardia Urbana, así como la mayor presencia policial en las calles, o la reciente propuesta reelaboración de la Ordenanza de Convivencia con una apuesta importante por el incremento de las sanciones y los aspectos sancionables. Tal y como se ha señalado en otro artículo, y en línea con lo que ya destacaba Wacquant, este tipo de estrategias solo conducen a la persecución y estigmatización de los más pobres, presentando una solución fácil y rápida a una cuestión que es muchísimo más compleja.
La puesta en práctica de la Teoría de las Ventanas Rotas, a día de hoy, solo tiene un fin: tranquilizar a las clases medias y las élites de la ciudad mediante la escenificación y teatralización de determinadas políticas públicas. Es ahí donde se sitúa el actual Ayuntamiento, en una postura en la que se encuentra muy cómodo, posiblemente no porque crea que es lo que hay que hacer o aparezca en su programa electoral, sino porque, directamente, no cuentan con ninguna otra alternativa en su cartera de proyectos.


