Uno de cada cuatro jóvenes en España afirma sentirse solo y más de la mitad de estos solitarios han sufrido acoso escolar durante su vida (Observatorio Estatal de la Soledad No Deseada). Los jóvenes de clases bajas sienten esa soledad el doble (47%) que los de clases altas (22%) porque estos últimos disponen de recursos para ir a conciertos, viajes u otros modos de ocio de pago. Los palacios del pueblo (lugares públicos de interacción) a los que se refiere el sociólogo Eric Klinenberg están de capa caída.

En su lugar tenemos las redes sociales que, curiosamente, multiplican por dos -cuando se hace un uso abusivo y cuasi exclusivo- las posibilidades de sentirse solo, lo que parece otorgar a las relaciones presenciales un carácter protector en cuanto a la sensación de soledad. También aquí la brecha social existe porque la presencia -y, por ende, la desconexión- serán cada vez más un lujo al alcance de algunos privilegiados. A los otros les queda la opción de surfear en la pantalla y vivir la vida de los otros en el scroll infinito.

Este sentimiento de soledad se acompaña de otros fenómenos como el aumento del consumo de ansiolíticos (las benzodiacepinas ya son el tóxico más consumido por las jóvenes españolas), los trastornos del sueño, los trastornos de la conducta alimentaria o las ideaciones suicidas. La incidencia de la cirrosis hepática por consumo de alcohol, tradicionalmente una enfermedad masculina, está incrementando de forma preocupante en mujeres jóvenes, siguiendo la tendencia de los países anglosajones. En Estados Unidos se ha registrado un aumento espectacular de trasplantes de hígado en chicas jóvenes.

Muchos, además, necesitan un año sabático al graduarse -que dedican a viajar, cooperar o hacer otros trabajos menores- antes de zambullirse en el remolino laboral que los angustia por el miedo a no dar la talla. Un tercio de los jóvenes se declara en estado de malestar emocional con serias dificultades de emancipación (vivienda inaccesible y trabajo móvil y precario). El futuro, más incierto que nunca y las certezas de la tecnociencia no les aseguran ninguna estabilidad: emergencia climática, política y digital, globales e inabarcables desde lo local.

Su experiencia de la sexualidad aspira también al frenesí de un semblante de alto rendimiento que les proporciona el porno o el slamsex, un empuje químico (chemsex) cada vez más frecuente. Desde los estimulantes sexuales tradicionales hasta la reciente moda de los sobrecitos de miel que los incluyen disimuladamente. O la literatura New Adult -fenómeno de éxito en la última edición de la Feria del libro de Frankfurt- con escenas explicitas de sexo, aptas para el consumo de jóvenes de 18 a 24 años.

Sus opiniones políticas varían, pero hasta un 20% se decantan por discursos misóginos y xenófobos, optando por personajes inconsistentes como Alvise o influencers como Llados o Hugo Monteagudo (21 años y 2,5 millones de seguidores). Ellos les hablan de “Los hombres de Alto Valor”, aquellos con ideas claras, que guían a sus parejas, las proveen para que otros cazadores no les roben la pieza, las protegen y les transmiten seguridad. Son los preferidos de “Las mujeres de Alto Valor”, las exclusivas y femeninas, que se dejan ayudar y cuidar, ansiosas de ser conquistadas y perseguidas, según nos cuenta otra joven influencer, la modelo Martina Erregue (20 años). Todo muy original y novedoso.

Unos y otras comparten un rasgo bastante generalizado: la dificultad de trabajar en equipo, de hacer algo colectivo que no sea la suma de las partes. De conversar y confrontar más allá de opinar. Las satisfacciones autoeróticas prevalentes en lo virtual seguramente impactan en esta dificultad de sostener la enunciación y el vínculo con el otro. Por eso, cuando la urgencia aprieta vemos a muchos de ellos caminar con escobas para ayudar a los damnificados y, de paso, hacerse presentes en el vínculo con los otros, sin el brillo engañoso del postureo digital.

A los adultos nos toca acompañarlos en ese tránsito promoviendo lazos que aseguren la presencia, articulada a la atención y al deseo. Ya no basta con estar, ni tampoco con observar atentamente, hace falta que ese estar se guíe por un deseo decidido de compañía.

José R. Ubieto. Autor de “Adolescencias del siglo XXI. Del frenesí al vértigo: ¿cómo acompañarlos?”

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