
El proceso congresual de ERC termina después de unos largos y pesados meses. El inicio de esta situación de interinidad lo debemos situar poco después de las elecciones catalanas del 12 de mayo. Los resultados electorales obtenidos por la formación independentista no fueron positivos, tras una notable caída, aunque, analizados fríamente y viendo el histórico del partido, tampoco eran para entrar en pánico. Al fin y al cabo, la política tiene sus altibajos y estamos pasando por una época de conservadurismo, mientras que ERC sufría también el desgaste de haber gobernado en solitario y la inhabilitación de su liderazgo más destacado.
La pérdida del gobierno, sin embargo, añadía dramatismo a la situación. De inmediato se notaron las primeras presiones para que Oriol Junqueras dimitiera de su cargo de presidente, presiones que fueron externas, pero también internas. Para los adversarios políticos, era la ocasión clave para dar un fuerte golpe a un partido que había crecido en los últimos años de una manera insolente, impertinente, casi intolerable. Y a nivel interno, había quienes veían la oportunidad para escenificar teatralmente un cambio que no requiriera profundizar demasiado en otros detalles.
Lo que estos movimientos no pretendían era que Junqueras dimitiera para intentar revalidar la presidencia del partido, como así ha sucedido. Después de su dimisión, todos los movimientos de sus opositores internos se dirigieron a intentar frenar su candidatura. En primer lugar, con la publicación de un manifiesto que apelaba ambiguamente a una “renovación general” de la dirección del partido. Luego, con una agresiva campaña mediática protagonizada por varios de los antiguos dirigentes republicanos.
Paralelamente, Junqueras se dedicaba a recorrer el territorio para encontrarse con la militancia y, así, intentar ganar apoyos para regresar a la presidencia. El paralelismo que más se ha utilizado para hablar de este congreso de ERC, salvando todas las distancias, es con las primarias del PSOE que enfrentaron a Pedro Sánchez y Susana Díaz: el de un liderazgo rechazado por los antiguos dirigentes y por algunos de los cargos más importantes, pero que acabó contando con el apoyo de la mayoría de la militancia. Entonces se dijo que Sánchez había “arrasado” y que había sido una victoria “inapelable” (cito literalmente palabras extraídas de la prensa del día) por haber conseguido un 50,21% de los votos.
Junqueras ha obtenido una victoria rotunda con el 52,2% de los sufragios. Ha sido rotunda a lo largo de todo el procedimiento, primero obteniendo más avales que el resto de las candidaturas juntas y, en primera vuelta, obteniendo más votos que las otras dos opciones. Incluso en segunda vuelta superó por diez puntos al tándem formado por Xavier Godàs y Alba Camps, poniendo así fin al Congreso Nacional de ERC.
Por más que haya lecturas que intenten minimizarlo, como la que hizo el mismo Godàs durante la noche electoral presentando a ERC como una formación “dividida”, lo cierto es que Junqueras ha sido capaz de resistir a una larga campaña en la que sus contrincantes tenían como principal objetivo su defenestración. Esta idea ha quedado lejos de obtener el apoyo mayoritario de la militancia y se ha revelado como un importante error de cálculo desde el primer momento en que se pensó que con un manifiesto sería suficiente para hacerle retroceder.
Los retos que Junqueras tiene ahora delante son diversos. En primer lugar, gestionar un partido que sufre la resaca de una pelea interna. A continuación, hacer que la formación vuelva a dirigirse a la ciudadanía después de meses de conversaciones centradas en el propio ombligo. Finalmente, y sobre todo, hacer nuevamente atractivo el independentismo de izquierdas para que sea capaz de articular mayorías políticas. El desenlace lo iremos observando durante los próximos meses.



1 comentari
Mejor sería disolver el partido y pasarse los afiliados a Junts o a AC (o incluso a la CUP). Adelantarían más. Porque un partido de la derecha radical con la “izquierda” en el nombre confunde al personal.