En otro momento ya advertimos del hecho de que no debería importarnos  el número de expats que hay en ciudades como Barcelona. Esta figura hace tiempo se apareció como aquello que Claude Levi-Strauss denominó operador simbólico. Un operador simbólico sería aquella figura que es capaz de generar eficiencia simbólica conectando en nuestro subconsciente elementos que, en la realidad, no tienen ningún tipo de vinculación directa aparente, pero que pueden llegar a generar ciertos efectos fisiológicos y transformadores en las personas. El ejemplo más conocido, ya que así aparece en sus obras, sobre todo en Antropología Estructural, es aquel que vincula los cantos y poemas shamánicos centrados en el discurrir de ríos y afluentes en su llegada al mar con las labores de parto de las mujeres koshimo, un pueblo originario de la península de Vancouver, en Canadá. Los efectos benéficos de este ritual sobre el nacimiento del futuro miembro de la comunidad son constatados por los relatos etnográficos del momento. Pues bien, de forma similar opera la figura del expat, les hemos adjudicado cosas que no nos gustan de la ciudad aunque ellos no sean los responsables.

Los expats no dejan de ser trabajadores de clase media con pasaporte fuerte dedicados a profesiones con cierto estatus. Su estancia entre nosotros puede ser temporal o definitiva influyendo, durante ese tiempo, en relación a su número y concentración geográfica en dinámicas de gentrificación, homogeneización comercial y banalización urbanística. Sin embargo, tal y como recogiera el antropólogo mallorquín Marc Morell, en realidad, esta singular figura, aun incrementando el valor del espacio mediante su capital simbólico, se sitúa al lado del resto de los vecinos y vecinas de la ciudad en cuanto a mecanismos de extracción de rentas se refieren, por cuanto aunque tengan mayor capacidad adquisitiva, debido a su nivel de ingresos, necesitan también un lugar donde vivir, comer y socializar, siendo, de esta manera, objeto de atención del capital. La gentrificación, como todo nombre en castellano o catalán acabado en el sufijo -ión, indica una acción, un movimiento. No existen zonas gentrificadas, todas están en proceso de gentrificación, ya que la revalorización de un territorio y los impactos generados por ésta no tienen más límite que el de encontrar nuevos consumidores, con mayor capacidad adquisitiva, mayores ingresos, nuevamente. Los expats desplazadores de hoy son los futuros desplazados y esto los convierte en potenciales aliados contra la gentrificación, no unos adversarios que hace ya tiempo que es evidente que son los propietarios del suelo y los inmuebles.

Dicho esto, si bien es cierto que desde una perspectiva objetiva de clase, en cuanto a producción del espacio, se sitúan lado a lado con el resto de los vecinos y vecinas de una ciudad, no ocurre lo mismo si nos referimos al marco superestructural, esto es, a la ideología o la cultura. Las relaciones sociales propias de los expats son exactamente iguales que aquellas propias de las clases medias locales, las cuales se fundamentan, en gran medida, en el individualismo consumista y la mediación mercantilizada y en esto se alejan enormemente de aquellas características de las clases populares, mucho más centradas en formas autotélicas, esto es, aquellas que son concebidas como un fin en sí mismas, sin ningún tipo de interés o potencial mercantilización, así como en otras vinculadas a la reciprocidad y la ayuda mutua, mecanismos desarrollados en aras de una mejor vida material, o en cuestiones más identitarias como el idioma o las costumbres. El filósofo y político italiano Antonio Gramsci se refirió a este tipo de disputa como lucha por la hegemonía, donde la cultura de las clases populares tendría que alcanzar grado de cultura nacionalpopular si no quería acabar por desaparecer en el conflicto con otras formas propias de otras clases sociales más poderosas.

En definitiva, aunque los expats pueden considerarse aliados circunstanciales en la lucha por cuestiones materiales, hay que ir con cierto cuidado cuando traspasamos el umbral de lo superestructural porque, aunque es bien cierto que comparten escenario en la extracción de las plusvalías con las clases populares, también lo es que compiten con ellas en formas de consumo o relaciones sociales, pudiendo favorecer, finalmente, aquello que las dinámicas del capital ya tenían entre sus objetivos: la transformación de las ciudades en clave de clase.

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