Hace ya algún tiempo, a raíz del gesto del pseudo-sieg-heil de Musk, comenté en un artículo que el fascismo es condenado con facilidad en retrospectiva, en su historia y en su estética, pero que no encuentra dificultades en volver a poner su discurso sobre la mesa, siempre y cuando se desprenda de las referencias icónicas a cualquier estética pasada. Es decir, se puede lanzar un discurso abiertamente racista o xenófobo, pero hacer el Sieg-heil sigue chirriando. Así, en dicha reflexión ya se podía anticipar parcialmente la hipótesis de la disociación fascista que quiero esbozar aquí.

El 13 de agosto se filtraron las primeras imágenes del rodaje de la nueva entrega de la saga Torrente. Aún no se tienen todos los detalles, pero la trama gira alrededor del intento del icónico personaje por hacerse con la presidencia del gobierno de España. De este modo, en las imágenes se observa la típica imagen de un líder político realizando una arenga/discurso en un balcón. ¿El problema? En el balcón se ve colgada la pancarta con el logo del partido por el que hace campaña, NOX, con la misma tipografía y en una clara alusión al partido político realmente existente (chascarrillo para marxistas) VOX. Ante esta evidente referencia, las redes han estallado. O, más concretamente, una parte de quiénes son afines a VOX. Los comentarios del tipo “debería poner NSOE” o “¿Pero el putero no era Ábalos?” no han parado de repetirse e intensificarse con el paso de las horas. De algún modo, la parodia de Torrente ha generado rechazo y ha considerado que los defectos evidentes del personaje son mucho más atribuibles a sus adversarios políticos que a ellos mismos.

De algún modo, el discurso fascista no sería en sí mismo lo que incomoda sino que lo que lo hace es la definición de nosotros como fascistas. A pesar de la ventana de Overton, a pesar de la normalización de muchos discursos de odio y abyectos, aún hay algo ciertamente incómodo en el fascismo incluso para los propios fascistas (hasta tal punto es así que con mucha frecuencia vacían de contenido la etiqueta, la relativizan o, incluso, se la adjudican a sus adversarios políticos, sean quiénes sean, a la mínima ocasión en la que se les hace mención a que ellos son fascistas por su discurso).

El problema tiene que ver, en cierta medida, con la distancia. Y, en cierta medida, con algo que se asemeja mucho más a la presbicia que no a la miopía o, lo que es lo mismo, un problema de visión con lo que se tiene cerca mucho más que con lo que se tiene lejos.  Probablemente este sea el único modo de comprender lo paradójico de que, a decir verdad, no ha sido nunca el personaje de Torrente un problema para la derecha afín a VOX en España, sino todo lo contrario.

De hecho, desde hace ya largo tiempo, determinados fragmentos de las películas de la saga Torrente se difunden reiteradamente por las redes sociales y se llenan de comentarios como “Torrente tenía razón”, “Más claro no se puede decir”, “Nos parecía exagerado y resulta que tenía más razón que un santo”, siempre en alusión a sus esperpénticas declaraciones racistas, homófobas, machistas, etc. Y esta complicidad, insisto, viene dada en buena medida por las mismas personas que ahora se han ofendido ante la alusión a VOX.

Pero, entonces, ¿qué está sucediendo? ¿Por qué ofenderse cuando parece que el personaje genera tanta simpatía o confraternidad en determinada comunidad? Y es aquí donde merece la pena profundizar en el problema de la distancia.

En primer lugar, el ver al personaje desde dentro, sin distancia, es decir, al personaje haciendo sus cosas propias pero sin etiquetas como parte de un comportamiento rutinario, se nos permite darnos el lujo de suscribir algunas de sus ideas como parte de una suerte de sabiduría popular, de apelación al sentido común, incluso en ocasiones de cierto profetismo, etc. No obstante, no nos compromete. Sus ideas no quedan definidas ni tampoco expuestas, aunque su tendencia sea evidente para cualquiera que quiera verlo.

No obstante, al hacer que el personaje haga una referencia a una realidad existente, una remisión y referencia al partido de VOX, de alguna manera sus ideas se anclan, se observan con la nitidez de quién se separa unos metros para ver mejor aquello que se emborronó al estar demasiado cerca. Ya no hay posibilidad de eludir que el contenido de sus mensajes tiene un anclaje material en determinada realidad y que su contenido filofascista se refleja en determinados partidos políticos mucho más que en otros.

En segundo lugar, hay algo más que no se puede pasar por alto. El efecto cómico. Al filtrarse directamente el contenido de nuestra realidad (VOX) en Torrente, al recorrer el camino inverso, esto es, al ser la propia ficción la que apela a la realidad y no al revés, se está pasando la realidad por un filtro paródico y, al hacerlo, se exprime un limón sobre una herida: el ácido produce reacción, escuece. El retrato de los defectos que antes estaban disueltos, difusos y emborronados en el discurso se vuelve ahora nítido, arde y, ante esta situación, una reacción habitual es la del rechazo: esto que se parodia no soy yo, este personaje nada tiene que ver con nosotros, etc.

Llegados a este punto una pregunta interesante sería, ¿cuando vuelvan a circular imágenes de las películas pretéritas de Torrente seguirá siendo aquél héroe voxero que fue antaño o ya habrá caído en el ostracismo y en el rechazo para siempre?

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