Estar medio alejado de Barcelona durante estos meses de estío me impide poner toda la carne en el asador con determinados temas. Lo haré a mi regreso, que algunos temen y a otros provoca hilaridad, pues cuando piso la ciudad es como si debiera controlar que las calles siguen en su lugar, siempre con algún acierto y muchos desastres, la mayoría omitidos por el altavoz oficial.
Por ello, antes de retomar la crítica constructiva que tanto gusta a nuestros mandamases, cerraré agosto con una reflexión desde un paseo por el centro de la Ciudad Condal. Hará un par de años Janet Sanz, quien bien haría en potenciar más su liderazgo municipal de Los Comuns si la izquierda quiere ganar a Collboni en 2027, afirmó que la súper illa de Consell de Cent tenía una temperatura dieciocho grados inferior a la del carrer Aragó.
Entonces, en épocas de redes sociales aceleradas y patéticas, exclamé mi sorpresa en X por tan osada declaración. Pasado el tiempo me arrepiento de lo dicho, pues la concejala acertaba al 100%, aunque sin sospechar cómo sus palabras revelarían una urgencia más allá de lo electoral.

La comparación no es odiosa, sino más bien necesaria. Hoy en día Consell de Cent, pese al intento de pervertirla del actual alcalde, se ha impuesto en el imaginario local como una vía de excepción, por lo demás perfecta por varios motivos que impiden ver sus defectos.
Al ubicarse en plena centralidad del Eixample, cruzándolo, el aumento del metro cuadrado se nota menos a simple vista, algo aún más maquillado por cómo algunos negocios dan lustre al lugar, demostrándolo estos últimos meses el tercer establecimiento de la librería La Central, bien simbólico a nivel del potencial que puede darse a esta vía pacificada y con algunos sectores espectaculares por su impecable e infinito verdor, un claro contraste con el carrer Aragó, veloz y a rebosar de polución a escasos metros de distancia.
Ambas son el sol y la luna. Una es la apuesta de un ayuntamiento democrático por la sostenibilidad, mientras la otra sería la resistencia de un modelo franquista que los consistorios al mando desde 1979 han luchado por revertir.

Sin embargo, seamos sinceros, Consell de Cent a secas es una nada bonita complementada con Girona que bien podría asimilarse a todas esas avenidas comerciales de las ciudades de provincias. Cada una de ellas tiene esa calle con tiendas, que aquí casa mejor con Portal de l’Àngel, de acuerdo, pero bien, para disipar ambigüedades vayamos al grano.

Hará un par de años escribí sobre cómo en los barrios aplicar el concepto de Súper Illa es un fraude que sólo encarece el suelo y consolida las alianzas de políticos con promotores inmobiliarios. ¿Por qué? La morfología forjada desde 1897 ha creado reductos casi peatonales, donde los coches apenas molestan.
Entonces puse como buen ejemplo el Guinardó desde passeig Maragall hasta ronda de Guinardó y la prosecución del barrio desde esta última hasta verge de Montserrat. Estas vías concentran el tráfico motorizado y dejan el limbo entre ellas como oasis que se repiten en muchos espacios de los diez distritos.
Si lo medita cada lector encontrará uno en su barriada. Sin irnos muy lejos del Guinardó lo podemos comprobar en el Camp de l’Arpa. La Meridiana lo limita desde abajo y todo su meollo sólo ve cortada su paz en la horizontalidad producto del Eixample, que no disturba al resto del conjunto.

¿Adónde quiero ir? El gobierno de los Comuns fue criticado con merecimiento por su inacción en los barrios. En cambio, una cuarta parte de los habitantes del Eixample depositaron su voto en favor de la candidatura de Ada Colau, con toda probabilidad al comprender los beneficios que Consell de Cent tenía para su entorno.
Las grandes quejas se vincularon con coches y motos. Desde que tengo uso de razón pensé en una via Laietana de aceras más anchas y menos malos humos. Lo reflexionaba por su horrible contaminación acústica, mitigada tras la reforma, que asimismo aplicaría a Balmes, Pelai y por supuesto el carrer d’Aragó para mejorar la salud de los ciudadanos y potenciar su enorme patrimonio, manchado hasta la fecha y más bien ninguneado por las autoridades, nada partidarias de tener una mirada que una el presente con lo pretérito.

Algunos se habrán echado las manos a la cabeza. Vale, Jordi. ¿Qué hacemos si esto se aplica con la circulación? Les propongo caminar por el carrer Girona. Háganlo por el medio, algo utópico no hace tanto y clave para entender cómo la mutación ha alterado nuestra forma de mirar y dominar la calle con nuestros pasos, antes marginados por una indecente estrechez para favorecer la hegemonía motorizada.
Balmes era, es, la frontera canónica entre los dos Eixamples por el trazo del ferrocarril de Sarrià. ¿Tendría sentido peatonalizarla y dotarla de vegetación? ¿Podríamos emular la operación en Pelai y Aragó? Así a bote pronto puede parecer una locura, pero si en los barrios existen estos limbos entre vías rápidas también el Eixample lo es a partir de la estructura de Cerdà, fantástica porque es adaptable a las circunstancias de cada siglo.
El nuestro requiere medidas drásticas en los núcleos urbanos. Si el Ayuntamiento preguntara a los barceloneses descubriría que estos no consideran el coche como una prioridad para desplazarse, salvo, claro está, si tienen mucho dinero en el banco o son foráneos que trabajan en la capital.
¿No han pensado en potenciar de veras, haciéndolo más eficiente, el transporte público catalán y metropolitano en vez de ampliar aeropuertos? Se trata de trabajar para los que viven en el territorio, no para los turistas.

Soy romano de adopción y complemento mi trabajo con muchos viajes por Europa para aprehender cómo funciona el urbanismo en nuestro continente. La Ciudad Eterna lleva más de una década con un trabajo para alejar lo motorizado del centro excepto en vías esenciales, enlaces lógicos que no obstaculicen el progreso en pos de dar a la ciudadanía respiro y hálito para que el asfalto cambie de dueño y textura sin tantos recalentamientos.
¿Tanto miedo tiene Barcelona en conceder toda la centralidad a los habitantes? En el Eixample del siglo XXI bastaría con carga y descarga y una coherencia de conexiones, algo que nadie ha pensado en exceso hasta ahora, como demostraría el vacío que se produce entre el Paralelo y passeig de Sant Joan en la doble direccionalidad. Con un proyecto bien realizado Consell de Cent quedaría como la pionera de una revolución ya aplicada en otros feudos de nuestro Viejo Mundo. Más que mirarse tanto al ombligo convendría tener dos dedos de frente para no arruinar un futuro que los gobiernos, baste contemplar el fuego de este verano, no hacen nada para evitar cuando pueden voltearlo desde ese sentido común al que no son muy aficionados.


Catalunya Plural, 2024 