Las formas de consumo turístico han cambiado enormemente en las últimas décadas. Si durante su despliegue como sector productivo, después de la II Guerra Mundial con la llegada de las vacaciones pagadas y la jornada de cuarenta horas semanales, el turismo se aparecía paradójicamente, en el sentido de actuar como mecanismo de recuperación física, social y emocional después de un periodo más o menos prolongado de trabajo que hacía necesaria esa desconexión, en la actualidad, bajo un mercado laboral y productivo mucho más flexible funciona más bien como un factor de aceleración de la circulación del capital basado en la generación de experiencias y la satisfacción de deseos. Y, tal como advirtiera Mark Fisher (2009) en Realismo capitalista, ¿no hay alternativa?, estos son inabarcables.
Es interesante reflexionar cómo este cambio en el turismo ha supuesto, también, una modificación en los comportamientos, las inercias y los modos de representación de los propios turistas. Así, si durante los primeros años del nacimiento del turismo como práctica, este estuvo vinculado no solo al descanso y el ocio, sino también a la realización de actividades culturales, formativas, a la recuperación de lazos sociales, al afianzamiento de cierta conciencia de clase, etc., su estado de desarrollo actual ha supuesto extender el ámbito de la alienación en el trabajo a la propia realización turística.
Marx estuvo muy interesado en el concepto de alienación durante sus primeros años de investigación. Así, en Los manuscritos económicos y filosóficos de 1844, ya especulaba con que la alienación suponía un verdadero ‘alejamiento del yo’, esto es, un mecanismo que impide a los trabajadores insertos en la maquinaria de producción capitalista concebirse a sí mismos como alguien con capacidad de decidir y llevar a cabo sus propias acciones. Para Marx, la única forma de salir de esta alienación productiva era ser el dueño de los medios de producción, ya que de esta manera los trabajadores sentirían que formaban parte del proceso, en el más amplio sentido de la palabra, aplicando toda su creatividad y siendo los legítimos propietarios del resultado final de sus actividades. Hace tiempo que la alienación escapó del ámbito productivo y llegó al de la reproducción social. Solo así se entiende la aceptación generalizada de la Sociedad de consumo, una esfera donde hemos sacrificado la capacidad de acceder a la propiedad y gestión del sistema productivo en aras de tener acceso a toda una serie de bienes y servicios que nos ofrece el propio sistema capitalista.
La novedad, en relación con el turismo, es que esa alienación ha penetrado tanto en esta actividad que hemos dejado de ver esta práctica como un momento de ocio, recreación, descanso o aprendizaje, para sustituirla por una dinámica acelerada de consumo de espacios y satisfacción de experiencias que no conducen a nada más que a llenar los bolsillos del sector turístico. Las colas inmensas para pasar dos minutos frente a una conocida obra de arte y tomarle una foto; el FOMO o Fear of Missing Out como forma de insertarnos en el mundo de las redes sociales; los cruceros que te prometen recorrer varios países y ciudades en una semana viviendo momentos únicos; la búsqueda continua de una autenticidad que no existe, ni nunca existió; el descubrimiento de nuevos lugares, nuevos paisajes, con el consiguiente impacto sobre la vida de los locales y el medio ambiente, etc., en definitiva, la carrera enloquecida en la que muchos se ven inmersos en unas prácticas turísticas que hace tiempo que dejaron de estar pensadas y realizadas para las personas y no para el capital.
El turismo no es solo uno de los nombres del poder, tal y como señalara acertadamente el antropólogo A. M. Nogués Pedregal, algo que nos zarandea y transporta en un intento constante de obtener beneficios, sino que puede ser también una apuesta por el reconocimiento colectivo, la creación y el reforzamiento de la identidad, un elemento de diversificación económica, una alternativa social a consumos tóxicos o una forma de encontrarnos y entendernos. Pero para que esto sea así hay que dar lógicos e importantes pasos hacía el decrecimiento turístico y la desfetichización del mismo. Solo así podremos escapar de la alienación a la que nos ha conducido el turismo.


Catalunya Plural, 2024 