Me dicen los lectores que llevamos mucho tiempo en Vallcarca. Es mentira. Si la pasearan descubrirían la brevedad de estas semanas en forma de artículo. Volvemos al inicio, a ese carrer de la Mare de Déu del Coll plagado de una cierta esquizofrenia arquitectónica por culpa de los siglos y un desprecio pasado para con el patrimonio.
Nos situamos en el número 21. Bingo. Contemplamos la casa Anita Rodés, un inmueble de 1909 con claros componentes modernistas. Hasta este punto nada nuevo bajo el sol. La fecha encaja con el estilo. La propietaria no pidió mucho a Josep Masdéu, a quien tuvimos oportunidad de conocer cuando circulamos por la Meridiana y dimos con la casa Josep Sabadell. El edificio se compone de semisotáno, planta baja y piso. Su estética no es en absoluto espectacular y se estructura a través de falsos sillares eclipsados por el ritmo de la fachada, incomprensible sin los cuatro balconcitos inferiores y otro central corrido con el habitual hierro forjado, elemento indispensable como seña de identidad del período, al igual que la decoración vegetal en los dinteles. La austeridad exterior contrasta con la belleza de la puerta de ingreso, antesala a un maravilloso vestíbulo repleto de policromías florales.
Anita Rodés nació a mediados del siglo XIX. Lo sabemos por el obituario de uno de sus hijos, comandante de artillería fallecido en 1943 a la edad de sesenta y cuatro años, por lo que nació en 1879. La nota sobre su desaparición indica a las claras el bando elegido durante nuestra guerra incivil, casi como colofón de la fortuna familiar, de origen misterioso por culpa del apellido patriarcal.

Anita se casó con un Planas, y en esa época había muchos en Barcelona. El vaciado de la hemeroteca no ha servido para dar con el nombre del esposo, pues en las menciones de nuestra protagonista sólo figura como viuda de su hombre, del que sólo se cita el apellido. En cambio si pudimos averiguar que la propietaria de la casa que nos concierne tuvo un hermano corredor de bolsa afincado en unos bajos del 33 del carrer de Carretes, en pleno Raval.
Podemos fantasear mucho sobre el Planas anónimo. Las nupcias entre ambos indicarían un compromiso entre miembros de la burguesía ascendente. Lo cierto es que al construir la vivienda de Vallcarca Anita estaba compuesta y sin marido, por lo que el encargo obedecería a una especie de retiro dorado. Las referencias sobre su figura nos informan que en diciembre de 1915 se abonó con vistas al año nuevo a una serie de cuatro sesiones vespertinas en el Ideal Cine de plaça Lesseps, famoso a posteriori por las pajilleras de Marsé y la canción que le dedicó Serrat inspirada por las historias del escritor cuando el espacio ya se llamaba Roxy. Estaba a pocos metros de su residencia y a buen seguro supondría una distracción para una mujer muy mayor para los estándares de entonces.
Este pago se realizó mediante el Centro Excursionista de Defensa Social, institución de carácter conservador que nos transporta, sin arte de magia, a la coronación de ese número 21 a priori insustancial. Su cima mixtilínea remite a las almenas de un castillo, otro rasgo pretencioso propio de los aspirantes a un estatus. Un poco más abajo, bien centrada, apreciamos la fecha, y a continuación un nicho vacío donde, por lógica, debería ir alguna figura religiosa.

En 1909 Barcelona sufrió una revuelta fallida que nunca aspiró a ser revolución. Nadie ocupó los puestos primordiales para completarla y sólo, en un arrebato de ira anticlerical con tintes decimonónicos, se quemaron iglesias a finales de julio. La Semana Trágica desató el miedo entre los más pudientes, los mismos que tenían a muchos de sus hijos en casa al haber pagado las mil quinientas pesetas para salvarse del servicio militar. Los llamados a filas fueron los pobres, esa misma carne de cañón que en el puerto fue ninguneada por las señoras bien entre ofrendas de cigarrillos, medallones religiosos y otras chucherías detestables en medio de ese tenso e hipócrita contexto, el mismo de siempre.
Tras el incendio llegó la calma y una cierta reflexión que afectó a las obras en curso. Si un día sorteáis a los guiris en la Pedrera y alzáis la vista no os resultará complicado hallar una inscripción religiosa en su cumbre. La Casa Milá debía culminarse con una estatua de la mare de Déu del Roser, pero los acontecimientos veraniegos recomendaron no colocarla para evitar males mayores tras el enorme coste de tan faraónico proyecto, testamento del Modernismo.
En otros lugares de la ciudad es posible encontrar nichos huérfanos. En el carrer Providència 79, cuando Gràcia empieza a perder su nombre camino del Guinardó, hay una interesante pieza de Bonaventura Bassegoda sin santo donde debiera estar. Durante muchos meses pensé que la causa se debía a las agitaciones proletarias contra la guerra. Me equivocaba. Es de 1925, pero en el caso de Anita Rodés la coincidencia del fatídico 1909 es signo indudable de un miedo no tan inconsciente por los recientes sucesos, con el añadido, algo fácil de averiguar en esa zona antaño poco poblada, de la profesión del hijo. La religiosidad de la viuda y lo marcial de un elemento primordial de su progenie eran una doble amenaza. Dado que la segunda no podía erradicarse optaron por disimular, a duras penas, la primera, y ese espacio sin invocación lo demuestra. A mi, os lo confieso, me gustaría saber más de Planas.


