Las transformaciones en la economía, el bienestar y el trabajo son evidentes, pero no es lo único que ha cambiado en las últimas décadas. El conocimiento se ha convertido en la mercancía privilegiada de la sociedad de la información y ello ha propiciado cambios sociales que han alcanzado el mundo entero, tanto a países como individuos. El desarrollo de las tecnologías de la información y la comunicación y, por supuesto, Internet, han configurado el mundo de hoy hasta el punto de estar a las puertas de la Cuarta Revolución Industrial.

En 1971, Alain Touraine advirtió que los cambios que se estaban produciendo estaban formando un tipo nuevo de sociedades, a las que llamó postindustriales. Con ese nombre, el sociólogo francés quería remarcar la distancia que las separaba de las industriales. Además, también las llamó tecnocráticas -porque consideraba que era ese el poder que las dominaba- y programadas, al definirlas por su modo de producción y organización económica. El hecho diferencial de esas nuevas sociedades, las que ya casi dejamos atrás, es que dependen mucho más del conocimiento y por lo tanto de la capacidad de la sociedad para ser creativa.

Unos años más tarde, en 1976, Daniel Bell profundizó en el concepto de sociedad postindustrial para señalar que la economía había dejado de producir mercancías para producir servicios, con preeminencia de las clases profesionales y técnicas, con el control de la tecnología y con la creación de una nueva tecnología intelectual. Según Bell, la sociedad postindustrial aportó el marco social para la sociedad de la información.

En efecto, a mediados de los años 80, Jean-François Lyotard afirmaba que el conocimiento se había convertido en la principal fuerza de producción de las últimas décadas. Al mismo tiempo, Yoneji Masuda habló de la sociedad de la información, cuyo origen se situaba después de la Segunda Guerra Mundial. El sociólogo japonés señalaba el desempleo como un problema común en la sociedad industrial y la sociedad de la información, sin embargo, también remarcaba que los sindicatos y las huelgas de la era industrial daban paso a los movimientos sociales. Así mismo, los problemas como la guerra y el fascismo se convertían, en la sociedad de la información, en el shock del futuro, el terrorismo y la invasión de la intimidad.

Ya en los años 90, siguiendo la estela de Lyotard, David Lyon, Scott Lash y Fredric Jameson hablaron de posmodernidad o posmodernismo. Para Lyon, el término posmodernidad se refiere al agotamiento de la modernidad, en que o bien se forma un nuevo tipo de sociedad o bien se inaugura una nueva fase del capitalismo, pero en cualquier caso se ponen en tela de juicio los modelos anteriores de análisis social y práctica política.

En los 2000, Manuel Castells prefirió el concepto de sociedad red y Zygmunt Bauman el de modernidad líquida para referirse al mundo contemporáneo. Bauman hacía especial hincapié en la incertidumbre que provoca la vida en una sociedad que cambia vertiginosamente. Casi a punto de empezar la segunda década del siglo XXI, en 2017, Marina Garcés puso sobre la mesa lo que llamó “la condición póstuma”, al señalar que nos encontramos en proceso de extinción como civilización basada en el desarrollo, el progreso y la expansión.

La digitalización ha sentado las bases de lo que el fundador del Foro Económico Mundial, Klaus Schwab, ha llamado la Cuarta Revolución Industrial. Las transformaciones que están por venir prometen fusionar lo biológico, lo físico y lo tecnológico de maneras nunca vistas. Pero, si ya ha cambiado la forma en la que trabajamos, vivimos y nos relacionamos, ¿cuándo nos detendremos a pensar en cómo queremos gobernar los algoritmos?

Los riesgos, los desafíos y las oportunidades empiezan a vislumbrarse, y es cosa de todas las personas defender que los cambios que vendrán sean sostenibles y equitativos. Si técnica y científicamente hoy son posibles cosas jamás imaginadas, ¿no será hora de imaginar cómo va a repercutir eso en el bienestar de todos? Ante nosotros tenemos el reto de avanzar en la sociedad de la información e, incluso, de convertirla en algo totalmente nuevo. El pensamiento crítico es más necesario que nunca.

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