El independentismo catalán ha vuelto a exhibir músculo. Ha colapsado el corazón de Madrid. Con decenas de miles de manifestantes, no sé cuantos exactamente, pero muchos más que los que pretende el cálculo oficial. Desde la discrepancia con muchas de las consignas que se corearon, lo considero una proeza. Una demostración de la resiliencia de la que ya hemos hablado para explicar la inédita capacidad de resistencia del movimiento social que ha cuajado en Catalunya entorno al llamado derecho a decidir.
Hay que ser muy cazurro para no reconocer el valor histórico que tiene esta concentración. Y para no concluir, antes de que termine el telediario, que éste conflicto sólo se podrá resolver (si es que se puede, tras tanto tiempo malgastado) con un complejísimo acomodo político. Primera conclusión, a la que deberían estar atentos quienes pretenden gobernar España después del 28-A. La segunda es para quienes tienen algún predicamento sobre el universo independentista. Su desafió es el de saber administrar esta fuerza. El de dar un sentido político a su asombrosa capacidad de convocatoria. No basta con que la fuerza acompañe a los independentistas, de hazaña en hazaña, de Madrid a Bruselas, pasando por Barcelona tantas veces como haga falta, si esto no desemboca en un objetivo político.
Por lo que vi, en la manifestación de Madrid convivían objetivos muy dispares, más allá de la legítima reafirmación. El más concreto, que se ponga fin al juicio, como si esto estuviera en manos de alguien que no sea el Supremo. El más cañero y el que más jaleó la parroquia: “hemos venido a despedirnos”. No quiero ni imaginarme la reacción de las embajadas europeas. ¡Han venido a despedirse! Es tan simpático como poco serio. Patético.
Tanta fuerza puede impresionar al adversario, pero también puede cegar a la parroquia. Llevada al extremo, la idea de que la fuerza estará siempre del lado bueno, es religiosa. Fascinante, pero mágica. Si lo que se pretende es más prosaico, o sea administrarla políticamente, mejor buscar respuestas en Sun Tzu, Gramsci o Maquiavelo que en George Lucas.