El Presidente Aragonès, en funciones en la Generalitat, ha propuesto una fórmula alternativa a la construcción de una nueva pista en el Aeropuerto de Barcelona-El Prat: el uso, durante unas horas al día en verano, de una de las dos pistas paralelas con las que cuenta actualmente, tanto para aterrizajes como para despegues, de forma que se le pueda sacar más provecho a una infraestructura ya existente sin necesidad de construir nada nuevo. La propuesta, sin embargo, no está exenta de impacto ni de inversión. Entre los primeros se encuentra el hecho de que, durante esas horas, los aviones que despeguen desde El Prat ocasionarán molestias en forma de ruidos y vibraciones a los vecinos y vecinas de la zona, algo que lleva al elemento número dos: la necesidad de invertir 300 millones de euros en comprar o adaptar éstas áreas para que la afectación sea mínima.

Por su parte, el Ajuntament de la capital catalana ha propuesto, dentro de su estrategia de descentralización del turismo, crear en el Distrito de Nou Barris un hub artístico. Para ello, ha comenzado por licitar la creación de una oficina técnica que pueda proyectar y desarrollar completamente la idea. Se trataría de poner en marcha un nuevo equipamiento que incluiría trabajos de dirección artística, coordinación técnica, dinamización comunitaria y ejecución artística y comunicación por un coste de casi un millón de euros. La medida, que según palabras del regidor de Cultura y Turismo, Xavier Marcé contará “en la medida de lo posible” con la colaboración del vecindario y las entidades de la zona, perseguiría tematizar Nou Barris bajo el paraguas del arte urbano mediante el fomento del muralismo, el grafiti, la cultura efímera y otras.

En 2002, el Premio Nobel en Economía Joseph Stiglitz publicó uno de sus libros más reconocidos, El malestar en la globalización. La obra, cuyo título original en inglés es Globalization and its discontents, algo que en una traducción directa sería La globalización y sus descontentos, señalaba cómo, durante los años 90, se había celebrado acríticamente el proceso de globalización sin tener en cuenta algunas de sus múltiples y no tan positivas dimensiones. Para Stiglitz, economista neokeynesiano, ésta supone una dinámica con potencialidades positivas importantes, en la medida en que permite el intercambio de ideas, de conocimientos, la ruptura de barreras que facilitan desarrollos democráticos y sociedades más justas, pero de la cual se esconde, por su carácter no tan mediático, cómo ha sido construida y fomentada: sobre la base de la ideología radical del libre mercado como mecanismo supuestamente ideal para lograr un cierto equilibrio económico global; una autorregulación neoliberal que no ha funcionado y que solo ha acabado por generar un incremento de la dependencia Sur-Norte, una mayor desigualdad y la imposición ideológica de una doctrina, el neoliberalismo, que reduce al mínimo el papel del estado, básicamente porque le conviene a los actores que finalmente han salido enormemente beneficiados: las empresas multinacionales y los países que las vieron nacer.

Con los procesos de turistificación pasa algo parecido. Si entendemos la turistificación como aquellos aspectos, sociales y espaciales, que son alterados al ser sometidos a la presencia intensa y prolongada de la proliferación de actividades directa o indirectamente ligadas al consumo y la producción turística, ésta se encontraría sustentada por un discurso y unas prácticas claramente neoliberales que ocultarían, en primer lugar, aquellos que salen favorecidos por la misma, las grandes empresas, y, en segundo, las inequidades o los procesos de explotación y externalidades que generan, principalmente para los y las trabajadoras del sector, pero si ampliamos la mirada, también para las poblaciones de los territorios turistificados y el medio ambiente general.

En lo que respecta a la modificación de las disposiciones de trabajo actual de las pistas del Aeropuerto de El Prat-Barcelona, más allá de que es algo que ya se viene haciendo, el incremento del número de vuelos puede que no tenga una afectación directa sobre el territorio de acogida de la infraestructura, pero esto no nos puede hacer olvidar que las compañías aéreas son grandes, enormes, contaminadoras (Ryanair, por ejemplo, fue, en 2019, la 7ª empresa más contaminante de Europa, emitiendo más de 13,3 millones de toneladas de CO2 en 2022), un aspecto cuyas implicaciones en las afectaciones sobre el cambio climático y su impacto territorial estamos observando cada día.

Por su parte, la supuesta descentralización del turismo no deja de ser un eufemismo para continuar hablando de crecimiento ilimitado. Si bien el Gobierno de Barcelona en comú, cuando estuvo en el poder, basó parte de su estrategia en una supuesta redistribución de la riqueza turística apostando por la tematización de algunos barrios dentro del Pla Estratègic del Turisme 2020, la administración de Collboni no se entretiene en veleidades socialdemócratas. El PSC busca, directamente, crecer y contentar a sus amigos lobbies y, para ello, pretende que los turistas no se queden únicamente en Ciutat Vella y se expandan a toda la ciudad mediante la creación de nuevos recursos, más atractivos y diversos, que rompan con la estacionalidad temporal y la concentración espacial, de forma que los actuales impactos (incrementos del alquiler, homogeneización del paisaje comercial, urbanalización, privatización del espacio público) acaben por formar parte de la totalidad de la ciudad.

Es de esta forma que surgen los descontentos; unos descontentos que muestran su rechazo frontal a una dinámica que no tiene otro objetivo que el de continuar con la acumulación, pase ésta por encima del medioambiente o de la vida de los vecinos y vecinas de la ciudad, y que, como apuntaba la traducción del título del libro de Stiglitz, solo hará que incrementar el malestar.

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