Con un juicio que nunca debería haber llegado y una campaña electoral que promete ser cualquier cosa menos edificante, muchos vemos con preocupación que las escasas esperanzas depositadas en el diálogo entre partidos han acabado enterradas ante la convocatoria electoral y la extrema polarización política.

En cuanto al diálogo, hay que reconocer que no todos los partidos han actuado igual. Algunas formaciones han hecho el esfuerzo de sentarse a hablar mientras que otros ni siquiera se lo han planteado. Algunos reconocen que hay que llegar un acuerdo y volver a hacer política si se quiere salir del callejón sin salida y otros han convertido el conflicto en el motor de su existencia.

A pesar del esfuerzos, parece que el diálogo ha alcanzado sus límites y afronta obstáculos casi insalvables. Este bloqueo del diálogo no es casual y tiene causas estructurales que creo que no son exclusivas de nuestro país. En mi opinión son las siguientes:

En primer lugar la fabricación de relatos. La política se ha convertido en los últimos años en la lucha por imponer un relato. Estos relatos o marcos mentales son útiles electoralmente a los partidos, pero dificultan la solución del problema. Hemos dejado que los partidos políticos definan el problema según sus intereses electorales. Esto les ha sido útil electoralmente pero ha sido perverso socialmente. Los ciudadanos cada vez hemos vivido más dentro de un relato y menos en la realidad.

En segundo lugar, el discurso político se ha simplificado hasta el extremo explotando el agravio y la polarización. Carentes de propuestas positivas y de soluciones para problemas complejos, muchos partidos han preferido magnificar los aspectos negativos del rival para generar la adhesión de los propios votantes. Si no tengo un paraíso para prometer, al menos tendré un infierno de donde huir. La política convertida en una lucha entre el bien y el mal. La caída de las ideologías clásicas ha reforzado esta tendencia.

En tercer lugar, la mayoría de partidos han renunciado a conseguir el voto de los ciudadanos moderados o transversales y se han concentrado en el mismo tipo de votantes. La competencia por el mismo tipo de electores ha radicalizado el discurso de las diversas formaciones políticas. Sólo hay que ver cómo la aparición de VOX ha llevado al extremo el discurso de PP y Cs y como la la competición entre independentistas les impide también hacer ciertos gestos y actuaciones que pueden ser tachadas de cesiones o traiciones.

Todo ello se ha visto incrementado por unos medios de comunicación que han practicado un periodismo de trinchera a favor de una de las dos bandas cuando no directamente mintiendo y manipulando. Las redes sociales, su efecto túnel y las burbujas comunicativas que han generado han terminado de configurar un escenario casi imposible para el diálogo y la negociación.

Finamente la proximidad de la doble convocatoria electoral no ayuda a que los partidos políticos hagan gestos valientes que ayuden a desbloquear la situación. Para iniciar un diálogo sincero necesitarían políticos valientes que se atrevieran a salido del relato que han creado, lo que no es fácil y que seguramente les perjudicaría electoralmente.

Está claro pues que este diálogo no vendrá de los partidos. Habrá que buscar otras organizaciones que el lideren. Creo que somos muchos los que echamos de menos otras voces que trabajen de manera independiente para favorecer la distensión y la negociación. Todas las encuestas indican que existe una mayoría en Catalunya y España a favor de una solución política para el conflicto. Los estudios de opinión también muestran que en la mayoría de casos los partidos son más radicales que sus votantes que no comparten sus postulados más extremos. Parece que hay espacio para una iniciativa más decidida de organizaciones de la sociedad civil de aquí y de allá para intentar reconstruir los puentes de diálogo.

Para ser justos hay que reconocer que se han hecho cosas. Durante los últimos años ha habido intentos y varias organizaciones y personas han hecho esfuerzos en este sentido. Pero todas han quedado enterradas por la conflictividad política. Recordemos iniciativas de mediación y diálogo como Hablemos/Parlem que tuvo poca incidencia o la Mesa por la Democracia y el Espacio democracia y convivencia, con la participación de CCOO y UGT que fueron desapareciendo poco a poco. Otras iniciativas interesantes como “¿Es posible renovar la convivencia?” De la Fundación Cristianismo y Justicia, el Grupo Pròleg o el ciclo de debates Catalunya y Españaorganizados por la UB han tenido escaso eco. Hace menos de un año el Círculo de Economía hizo una propuesta de nuevo estatuto que rápidamente quedó olvidada. Los medios y las redes normalmente han dado muy poco espacio a iniciativas de este tipo.

La situación es compleja pero empieza a ser imprescindible una voz diferente que ayude a compensar las limitaciones de los actores políticos, intente romper los relatos de unos y reduzca la polarización social. Muchos nos sentimos huérfanos y en medio de un discurso público dominado por las voces más llamativas y menos partidarias de rebajar el conflicto. Soy consciente de las limitaciones de una iniciativa de este tipo pero la situación es bastante grave y enquistada como para empezar a pensar que si queremos encontrar una salida es necesario que otras voces se hagan oir.

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