La nave de la Caracola en el Raval se ve amenazada por la notificación del juzgado de su desalojo, con fecha abierta entre los días 1 y 15 de octubre. En este espacio comparten sus actividades sociales varios colectivos, como el Sindicato Popular de Vendedores Ambulantes, donde ubicaron su segundo taller a partir de la pandemia, el Espacio del Inmigrante y el Sindicat d’Habitatge del Raval. Además es un refugio y hogar para personas migrantes que están en situación de extrema vulnerabilidad.
Desde que llegó la notificación, se difundió en las redes sociales un vídeo del Sindicato pidiendo apoyo. El 1 de octubre, bajo las pancartas de las paredes del edifico de la Caracola con lemas tales como derecho natural a la vivienda y las vidas negras importan, se organizó un desayuno solidario y dieron una rueda de prensa los representantes de los colectivos mencionados.
“Los vecinos están contentos con nosotros aquí, porque estamos rehaciendo el tejido social que se destruyó. Todo el mundo sabía que existía el narcopiso, y nadie entendía porque las autoridades no hicieron nada”, recalca Adrián Ponce, representante del Espacio del Inmigrante. Y es que en los últimos años la nave estuvo okupada por traficantes de droga. Los movimientos sociales expulsaron a los narcos e instauraron proyectos sociales. “Ahora nos estamos enfrentando a poderes financieros y empresariales, pues el edificio pertenece a la Caixa, y hay una promesa de compra por la cooperativa SOM“, declara.
Taller de Costura en plena pandemia
El Sindicato Popular de Vendedores Ambulantes habilitó una de las naves para realizar sus reuniones, y donde ideaban nuevos proyectos y daban clases de español a los senegaleses recién llegados. Tras año y medio, la llegada de la pandemia convirtió el espacio en un taller de confección de mascarillas para servir a la ciudadanía catalana y española. Se sumó pues al local de la tienda Top Manta: en ésta aunque se vació y se paró la venta de artículos de su propia marca, transformada para la pandemia con máquinas de coser, cabían pocos costureros. Mientras la mayoría de la población estaba confinada en sus casas, más de 45 manteros sin papeles cosían con gran rendimiento y donaban más de 14.000 piezas sanitarias entre batas, gorros y mascarillas, tanto para hospitales como para residencias y colectivos vulnerables; desde Barcelona hasta Granollers, pasando por Rubí. “Nosotros, sin recursos, que nos buscamos la vida día a día, durante el estado de alarma salimos a la calle a trabajar para servir a este país, a esta sociedad, produciendo y donando material de protección sanitario. Si esto lo hubieran hecho personas blancas, todos los políticos y gobiernos se lo habrían agradecido por ponerse en riesgo en plena pandemia y por apoyar a la sociedad. Pero eso no nos pasó, porque somos negros. La manera de agradecérnoslo es desalojarnos”, denuncia Lamine Sarr, portavoz del Sindicato.

También han creado un banco de alimentos solidario desde el inicio del estado de alarma del COVID-19, financiado con aportaciones voluntarias. El espacio en la Caracola ha sido utilizado para almacenar y distribuir los productos de primera necesidad a los compañeros y sus familias, que dependían como único ingreso las ventas de la calle, desaparecidas con el confinamiento. “Hemos distribuido alimentos a más de 150 familias afectadas por la pandemia, organizando un grupo de reparto que ha llegado hasta Mataró”.
Este local es multifuncional, pues hasta primeros de octubre, Aziz Faye, portavoz del Sindicato, daba clases de forma gratuita todas las mañanas de patronaje y costura a 24 manteras y manteros, una formación esperanzadora para salir de la venta ambulante. Además de las clases de idiomas. También es un lugar de rezo. Mientras, en el piso de arriba donde habitan 7 personas, Mansur Djité prepara comida senegalesa que todos comparten al finalizar las clases.
Viviendas “de protección no oficial”
En las 4 naves de la Caracola viven alrededor de 17 personas sin “papeles”, según el sistema sin ninguna “categoría”. Entre ellas se encuentran mujeres mayores migrantes con escasos o nulos recursos y con alguna enfermedad, un colectivo invisible a la mayor parte de la sociedad. “Para nosotros, poner en la calle personas en extrema vulnerabilidad en medio de una pandemia, es un acto criminal” declara Adrián Ponce.

Encima del Taller, vive Mansur Djité junto con 7 compañeros más. Él es uno de los encargados de la tienda Top Manta, donde los ex-manteros venden los productos diseñados y confeccionados por ellos mismos. También se encarga de cocinar para todos, incluso para personas del barrio vulnerables no africanas, como filipinos y españoles. Tal como es propio de su cultura, comparten lo que tienen. Lleva 12 años aquí y aún no está regularizado por las trabas que pone la Ley de Extranjería. “Muchos inmigrantes han muerto aquí en España por la ley de Extranjería: en las vallas, en las fronteras… Nosotros no merecemos esto. Los derechos humanos no sirven para los africanos, existen solo para los europeos. Nosotros no somos pobres, pero están robando nuestra riqueza en África. No queremos salir de nuestro país. Si ellos no robasen, no vendríamos aquí.”
A pocos metros se encuentra otro local de la Caracola, ocupado por el Espacio del Inmigrante. En el piso de arriba viven 5 mujeres mayores de diferentes nacionalidades enfermas, con escasos recursos económicos y que no tienen donde vivir. Virginia, originaria de Santo Domingo, se lamenta: “No hay derecho que a nosotras nos saquen y que los narcos vuelvan. Y yo no se lo voy a poner tan fácil. No sabemos dónde vamos a ir a vivir”. Virginia apoya la labor de sus vecinos, los vendedores ambulantes convertidos en costureros. ”Se merecen una regularización, han trabajado muy duro durante esta pandemia, y por los demás.”

Isabel Gudsens, del Sindicat d’Habitatge del Raval, cantante española y vecina del barrio acompaña a las mujeres de la Caracola. Se une a las luchas del barrio y nos recuerda el lema de las plataformas: Cases sense gent, i gent sense cases. “Apoyo a todos los emigrantes porque son personas. Y les digo: Chicos, no hay que bajar la guardia, hay que luchar por los derechos, no somos criminales ni somos animales”, comenta. Sentada delante de la puerta del Espacio del Inmigrante, está esperando a Virginia: le prepara una bebida y pasarán la tarde juntas. Desde la lucha por los derechos humanos, ha surgido entre ellas una amistad profunda.
“Para nosotros, desalojar no solo locales sino viviendas con personas en extrema vulnerabilidad en medio de una pandemia, es criminal”, declara Adrián Ponce.
Espacio del Inmigrante
Esta asociación que funciona hace años en el Raval, trabaja por los derechos de las personas inmigrantes que son olvidadas por el sistema. Su labor se plasma en tres ramas: por un lado en el acompañamiento a estas personas (como sacar el empadronamiento y la tarjeta sanitaria) y en ofrecer servicios gratuitos de atención médica, asesoría psicológica y jurídica. Así como defender sus derechos. Otra rama es la de proyectos de autogestión, para que los mismos inmigrantes puedan liderar y defender su propia lucha, ejemplificado en el Sindicato de Cuidadoras Sin Papeles, los Ex Menas y el Sindicato de Manteros. Y la tercera rama es crear un pensamiento alternativo que se oponga a las lógicas de los discursos racistas que están en escuelas, instituciones y sociedad en general. “Un ejemplo es la escuelita antirracista, en las que son los propios migrantes que sufren el racismo, los que establecen diálogos con los niños sobre el racismo. Además es una forma de empoderarlos al tomar el rol de profesor y ser escuchados”, comenta Adrián Ponce, que está coordinando estas diversas acciones.

El posible desalojo les afecta para continuar su obra altruista. Tienen proyectos en curso, como el de autogestión que empodera a 30 mujeres formándolas en taller de serigrafía y costura para poder vender sus productos, y fomentando que formen un tejido social y se ayuden. Y desde la pandemia también hacen acopio de comida para repartirla un día a la semana a estas mujeres de familias vulnerables.
Jornadas de defensa y armonía vecinal
A partir de la fecha del posible desalojo, los colectivos sociales afectados han organizado diferentes actividades, desde charlas hasta talleres de danza y música, pasando por torneos deportivos. El cuarto día de acciones, la tranquilidad se vio perturbada por la intervención de la Guardia Urbana de Barcelona (GUB), identificando al personal, decomisando las guitarras y multando. Sin embargo esta intervención no les va a hacer retroceder, y la resistencia va a continuar en los próximas jornadas. Mientras, en estos últimos días los colectivos están negociando con el Ayuntamiento. Su propuesta es que dicha entidad compre la nave y se la alquile a ellos.
La diputada española de origen brasileño, María Dantas, participó también en las jornadas de defensa de la Caracola Migrante, dentro de lo que fue el taller de Top Manta en plena pandemia. “Este desalojo en este contexto y afectando a estas personas vulnerabilizadas por la Ley de Extranjería y la pobreza estructural, es criminal. Porque sabemos que puede pararse, pero no hay voluntad política”, declaró en su charla. Tras su intervención, el espacio se convirtió en una sala con danzas colombianas, donde el movimiento y la música mestiza amenizaban la tarde, junto a las máquinas de coser arrinconadas y paradas desde la fecha que inició el posible desalojo.

Durante su presencia en las actividades de la semana, Alberto, vecino del Raval, explica que la presencia del edificio de la Caracola es una aportación de humanidad al barrio, de calidad de vida, porque da vida, apoya a vidas, salva a vidas y sostiene también la economía, ya que allí hay trabajadores que contribuyen al progreso de la ciudad. “No hay problema con ellos a nivel vecinal, dan color, calor y alegría a la zona. Y se unen a todas las luchas vecinales en favor del barrio, como contra la gentrificación y la transformación de la zona en pisos para el turismo”. Este barrio de apenas 1 km², alberga a 37 culturas diferentes, y remarca que esta diversidad cultural es una riqueza para la ciudad, destacando una convivencia armónica y tranquila. “Los únicos problemas que hay aquí vienen de fuera, no se han creado aquí, como los narco pisos y la droga, y los vecinos que aquí residimos apoyamos las luchas vecinales en favor de la convivencia”.
Alberto destaca que los inmigrantes, aun no siendo originarios de aquí forman parte del lugar, porque todos tenemos raíces de aquí y de allí, todos tenemos la misma sangre, y los distintos colores forman ese arcoíris que es la vida. “Apoyamos esta causa del Espacio Inmigrante y de los manteros, de las luchas sociales que sean en favor de la vida y de una sola humanidad; contra el capitalismo salvaje sin rostro humano”.
Aziz Faye agradece a todas las personas que están apoyando estos días la causa, y añade que desde este sistema racista y desde las instituciones, se está excluyendo a las personas más vulnerables, las más desprotegidos de esta ciudad. Y afirma que van a seguir avanzando con la esperanza de construir un mundo mejor; una sociedad digna donde quepamos todas, donde todas tengamos las mismas oportunidades.



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como se dice en el articulo, la existencia de este espacio y todo el entorno alrededor suyo es una realidad oculta a la mayoria. La razón principal es que no tiene interés para los medios de comunicación y es un obstáculo para determinados intereses económicos. El dilema que se plantea al final es hacia donde quiere decantar la balanza el conjunto de la sociedad, no deja de ser una decisión plenamente consciente entre considerar todo el beneficio social y toda la generosidad humana existente en el dicho espacio, o ignorarlo y destruirlo para obtener un beneficio económico del edificio, por otra parte legalmente legítimo para su propietario. Debemos entre todos exigir una solución a las entidades implicadas. No hacerlo así debiera pesar sobre las conciencias de las personas que tienen capacidad para ello. Esperemos que no acabe como muchos otros casos similares y por una vez los que pueden decidir demuestren los valores humanos y de justicia social que la sociedad exige de ellos. El cronómetro ya ha empezado a contar el tiempo que queda para ello.
Es totalmente injusto que espacios de refugio y trabajo multicultural recuperados en los barrios no sean apoyados y protegidos por las administraciones de forma decidida
Es totalment injust que espais de refugi i treball multicultural recuperats als barris no siguin recolzats i protegits per les adminitracions de forma decidida
Enhorabuena que hayáis conseguido visibilizar y actuar a favor. Estas acciones son vitales para las personas inmigrantes, quienes están en situaciones muy vulnerables que con panorama actual se agravan aún más!
Muy buenas las fotografías!!
Gracias a reportajes como este, los que no hemos podido ir a solidarizarnos con nuestros amigos migrantes apoyándoles con nuestra presencia, nos hacemos una idea de lo que se vivió allí y seguimos conectados con ellos.
Me gusta mucho como está escrito y las fotografías ayudan mucho a visualizar la situación real de los manteros en su realidad cotidiana laboral.
NO QUEREMOS QUE LOS ECHEN. Ellos suponen una respuesta vital y creativa, además de noviolenta a un sistema criminal te fabrica pobres en serie y quiere dividirnos.
Muy buena reflexion sobre como queda en un hilo la situación de tantas personas, ademas me parece super importante dar visibilidad a estos temas en épocas como esta donde solo se habla de la pandemia, pero no de como afecta a los mas vulnerables
Enhorabuena por hacer pública una realidad oculta para muchos de nosotros.
Colectivos como La Caracola son un reflejo de los valores carentes en nuestra sociedad y que quedan perfectamente mencionados por Alberto ,un vecino del Raval, ” este colectivo es una aportación de humanidad al barrio, da vida, apoya a vida, salva vidas y sostiene la economía”.
Ojalá se encuentre una solución rápida, y permanente.
No es la primera vez que pasa y, desgraciadamente, no será la última. En los inmigrantes, los intolerantes encuentran un chivo expiatorio a su medida: se les culpa de problemas que ya estaban en nuestra sociedad antes de que ellos hubieran llegado. Sin embargo, los inmigrantes ponen a prueba nuestra humanidad: quien no acepta al inmigrante por ser diferente tiene una visión muy limitada de lo que es un ser humano. Una visión muy pobre espiritual y culturalmente. Como dice en el reportaje Alberto, los inmigrantes de La Caracola amplían nuestro concepto de humanidad: nos muestran otras formas de vivir más abiertas, más tolerantes y empáticas. Por eso, defender los derechos de los inmigrantes es defender nuestros derechos, los derechos de todos los seres humanos. Y uno de los primeros derechos más elementales es el derecho a tener un techo bajo el que dormir. Defender el derecho de los inmigrantes de La Caracola a vivir en ese espacio y a dignificarlo con sus actividades solidarias significa defender un concepto de ciudad más humana y más plural. Por eso tenemos que agradecer reportajes como este, que nos ayudan a entender y a aceptar que la ciudad es mucho más que el pequeño mundo al que estamos acostumbrados. Y dar las gracias a los inmigrantes de La Caracola por su resistencia y por su ejemplo.