Poco a poco, sin ningún tipo de prisa, voy acercándome a definir con precisión, aunque siempre habrá misterios en la trama, la zona perteneciente antaño a los Xifré, luego a los Coll y desde 1915 al municipio de Barcelona.
La impronta de la Damm nos enseña como estos terrenos son, en realidad, una lucha más entre dos mundos, el burgués e industrial del Eixample, feroz en su imperialismo de convertir los antiguos pueblos en parte integrante de sus cuadrículas, con estas erigidas en moviente económico bajo el ladrillo y las chimeneas de las fábricas, tan olvidadas por el tópico de situarlas fuera del perímetro condal, cuando desde 1897 los barrios de la Sagrada Familia o el Camp de l’Arpa se vieron inundados por las mismas, algo prevalente durante casi todo el Franquismo.
Leo un anuncio del cuatro de enero de 1912: Por el traslado de los pianos Cussó, S.F.H.A. a la nueva fábrica propiedad de la sociedad Franco-Hispano-Americana, levantada en las manzanas que forman las calles de la Industria, Independencia, Claudio Coello y Cataluña, se ponen en venta los edificios de la calle Ramalleras números 13, 21, 23 y 25, donde había los antiguos talleres- También se alquilarán ambos edificios, según condiciones.
La nota demuestra algo ya sabido. Las parcelas de estos límites podían ser muy estimulantes para instalar negocios, mejorándose sus instalaciones, agrandándolas y ahorrándose unas buenas pesetas por la ubicación, distante del centro y pese a ello harto beneficiosa.

La empresa Pianos Ortiz&Cussó se afincó en Barcelona hacia 1898, convirtiéndose en 1904 en Ortíz&Cussó S.F.H.A; en su momento de mayor esplendor construía más de mil instrumentos anuales. Muchos se exportaban a Ultramar y al resto de Europa, en ocasiones con el cebo de un prestigio tocado por las mayores concertistas del primer Novecientos, como Joaquim Malats, Enric Granados, Isaac Albéniz, Gabriel Fauré o Camille Saint-Saëns.
El despacho lo mantuvieron en el meollo. La calle Canuda 31 era una seña de identidad, y por eso mismo inauguraron en ese espacio la sala Mozart de conciertos, una novedad para la capital catalana de 1914, imitada a continuación por la feroz competencia del gremio y sobreviviente a la piqueta hasta 2003.
Mientras investigaba localicé un milagro en una red social. En 1913 se filmó la sede fabril de los Cussó durante más de veinte minutos. Mi interés no radicaba tanto en las teclas, sino en los alrededores del complejo. La cámara graba desde su azotea y hay un halo fantasmagórico en todo el conjunto, rodeado de otros ingenios, con la Sagrada Familia al fondo y caminitos rurales. Justo delante, donde localizamos los ya legendarios pasajes A,B y C, irrumpe la nada, haciéndonos plantear cómo estas travesías debieron surgir a posteriori, algo lógico por datos acumulados e incomprensible por ciertos hallazgos de la hemeroteca.

En 1923 otra carpeta del Archivo Municipal nos brinda un acompañante para l hispano Francesa Americano. El empresario textil José Rebés entregaba al mercado célebres tejidos de color y no podía perder la oportunidad de acelerar el proceso por circunstancias parecidas a las de nuestro primer protagonista. De este modo desplazó sus electromotores de Mariano Cubí, en la esquina de Aribau, hasta Independencia con Industria.
Escasea la información sobre los Rebés. Al menos queda la contemplación actual, con unos bloques de los años sesenta/ setenta bastante partidarios del brutalismo arquitectónico. En el ángulo de Industria con San Quintín toda esa ambición ha desaparecido. Su sucesor es un bloque con apariencia racionalista pese a ser otra colmena más para hacinar a la ciudadanía.
Toda esta investigación nace por muchos factores, dándome cuenta estas semanas de cómo anhelo reparar una injusticia. Durante décadas he paseado de Maragall hasta passeig Sant Joan vinculándola a ese jocoso no man’s land de aquí poco puedo rascar. Solemos equivocarnos cuando brota ese planteamiento, basta fijarse, mimar y levantar el pasado mediante el presente.

Cussó y Rebés cumplieron con su trayectoria. En todo este estudio he mencionado en más de una ocasión la trascendencia de los torrentes en esta barriada de la Montaña. A principios del siglo veinte la energía hidroeléctrica era fundamental para la suerte de la economía catalana, y muchas empresas, además de las distribuidoras, eligieron enclaves donde el agua fuera un componente esencial. A bote pronto recuerdo la fábrica de baldosas Hidraúlicas de Joan Vila, enganchada al torrent de Delemús. La Cussó y la Rebés se hallaban justo debajo de un monstruo barcelonés, un coloso aún hoy en día: el Hospital de Sant Pau. Las tres requerían líquido elemento y lo tenían bien a la vera, la cuestión es dilucidar si las de la calle Industria se alimentaban del mismo, quizás desde el depósito de la Compañía de Aguas sito en justo en medio del tramo entre el Mas Casanovas y el carrer de Cataluña.
Me encantan los enigmas. De no ser por la curiosidad aún pasaría por ese sector y, en vez de obreros, seguiría con la mente fijada en los bares de la cercanía. El Moorea, con su interior a lo Mad Men, es la memoria de muchas citas cuando la noche no estaba prohibida y los besos al aire libre no escandalizaban a ninguno de los puritanos gestapistas de la pandemia. Quizá su ingreso se corresponde con el de los pianos Cussó. Si cruzo el asfalto me atienden los pasajes, cortos, cortados y tan despreciados como para no respetar siquiera su nomenclátor de abecedario por aquello de colgarse medallas.



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