En apariencia sólo hay dos pasajes en el tramo de la calle Industria entre San Quintín e independencia. Todo lo anterior de esta serie surge de esta trilogía del abecedario tan olvidada como para no respetar su nomenclátor.
Estas travesías son clave de algunos enigmas, pero para resolverlos conviene tener preguntas propias y empezar a encajar el rompecabezas. En mi caso durante mucho tiempo no presté excesiva atención a esos caminitos del lado mar. En un informe del 20 de diciembre de 1946 el arquitecto adjunto del Ayuntamiento los describe como “de una longitud que oscila entre los cuarenta y seis y los cincuenta y cinco metros, sin salida a la calle de Córcega y cuya anchura oscila entre los tres metros y veinticinco centímetros y cuatro metros. Todas sus construcciones son de planta baja y de muy pequeña superficie e importancia.”

Antes de mover precisiones más históricas conviene pensar algunas minucias de esta santísima trinidad. Son callejones sin salida, y esta condición disuade a muchos de pasearlos, más si sus edificaciones no revisten unidad estilística, como ocurre con A, B y C.

Mapa del 1931 de la zona dels passatges A,B, I C.

El final de B ha sido uno de mis últimos quebraderos de cabeza, como si fuera el acceso a la resolución de una de esas casillas vacías y siempre esenciales. B se rebautizó en 1997 para homenajear a la pintora Lluïsa Vidal, recuperada no hace tantos años con una gran exposición en el MNAC. A se dedica a Graziella Pareto, una soprano barcelonesa de carrera internacional.

No tengo nada en contra de ambas artistas, es más Vidal es sin duda remarcable. El problema es constatar una redundancia del Ayuntamiento de finales de los ochenta hasta una década después, basada en sacarse de la manga espacios progresistas en los barrios periféricos o en lugares sin Historia a recordar, como ocurre con A y B, los más longevos con esta denominación, bastante común en zonas medio aisladas de la ciudad. A y B forman parte de la loable operación destinada a dar mayor relevancia a las mujeres en el nomenclátor, donde menos del 10% de las vías son femeninas.

En Nou Barris, la plaça Karl Marx o la de la República, y en El Carmel hay ejemplos de esta valencia política del callejero. Las de la montaña pelada remiten a las Brigadas internacionales con un monumento en la confluencia de la rambla del Carmel con el túnel de la Rovira y a una plaza con una estatua muy particular de Salvador Allende.

Vista del passatge A, de Graziella Pareto, del carrer Indústria | Jordi Corominas

Si me parara a meditar un poco más no terminaríamos con esta temática. Entre Gràcia y el Baix Guinardó, está la plaça Pi i Margall, escondida de la homónima avenida. El centro debe ser limpio y la periferia permite ejercer memoria, alejándola del pulcro meollo, así como muchas luchadoras figuran en pasajitos o interiores de manzana.
Más allá de esta cosmética mi obsesión por la trilogía es más o menos reciente. El autobús siempre me dejaba a su vera, pero estaba cansado y subía hacia el Guinardó sin mirar atrás. Durante la pandemia fui fijándome y comprendí el trampantojo del actual conjunto.

¿Y C? La tercera en discordia es la única resistente en su carné de identidad, si bien con claudicaciones al ser una senda, más breve que sus hermanas, encajonada entre dos bloques de los años setenta. Su irrelevancia para la velocidad contemporánea, donde las personas caminan hipnotizadas con el móvil y no aplican la lentitud para retener, contrasta porque su portal de ingreso es transparente y propicia mirar el interior, una cápsula del pasado entre el tráfico hacia passeig Maragall y el ladrillo de la expansión porciolista.

Todos los datos edilicios apuntan una edificación estable de los tres pasajes hacia 1924. Ese año un documento de l’Arxiu Municipal recoge cómo Miguel Paradela quería usar un solar de su propiedad para erigir una fincha de dieciocho metros de largo, con una fachada más bien de finca decimonónica, y es una lástima ese anonimato de Paradela en registros y hemerotecas, como el de Isaac Gil Vives, quien en 1925 encargó a Jaume Sanllehy, activo en esa época por los vecinos pasajes de Roura y Catalunya, una modesta villa como debut de B.

Vista del passatge B, de Lluïsa Vidal, del carrer Indústria | Jordi Corominas

La rúbrica de Sanllehy podría plantear si se encadenaba una idea estética de apariencia y clase media de Roura a la trilogía. Las viviendas de B y C no son nada del otro mundo, humildes y con esa vitola de ser casi las últimas de un universo en trance de desaparecer al exterminarse su lógica anterior a la Guerra Civil, sintetizada en inmuebles más bien horizontales, cielos despejados y una mansedumbre casi rural, un privilegio, hoy en día y siempre en peligro, vestigios bellos por su significado en el conjunto.

Este también es válido para aprehenderlos mejor. Justo delante del lado superior de Roura y Catalunya brilla, a la espera de una sesión de chapa y pintura, la masía de Can Miralletes, por donde transitaba el torrent del Bogatell antes de seguir por su curso de Rogent, hasta 1917 denominado como el arroyo.

Los mapas han sido uno de los motores en la investigación de estos tres gemelos irregulares. En 1890 el terreno aún bebe de Xifré y vive baldío. En un artículo de 1907 se comenta el cambio de nombre del pasaje de Industria a pasaje de Labèrnia, nombre presente en el turó de la Rovira. En este sentido no está de más recalcar cómo esta trilogía es de Industria, no de La Industria, pues esa travesía corresponde al paréntesis entre Sant Pere y el Eixample.

Vista del passatge C, del carrer Indústria | Jordi Corominas

En estos planisferios del siglo XX cuesta dar con la progresión de estas parcelas, pero en el canónico de los años treinta se observa cómo B no está clausurado y es el preludio de uno de los dos ramales de la alineación de la calle San Quintín, entonces Catalunya y durante un suspiro Martí Vilanova, un joven militante de Estat Català

Esta alineación fue el segundo resorte. En una fotografía aérea de 1961 B ya está tapiado y los huertos de antaño, indicio de líquido elemento, ceden ante la inminente inauguración de la parroquia de San José de Calasanz, a pocos metros de la plaza del mismo nombre, popularmente conocida como de las Tortugas. Sin embargo, la forma de la ruta aún no se ha desvanecido y la calle Córcega ha superado una barrera más en su avance imperialista.

Aquí las posibilidades eran dos. Una desde la confluencia de dos torrentes y otra como si fuera un atajo para alguna fábrica de los alrededores, a sabiendas de los intereses económicos depositados en esos lares. Una tercera no cuajó, porque si bien es otra incógnita saber el porqué de tantos cul-de-sac en esa frontera, al reflexionar si el barraquismo de los aledaños podía generar esa salida, aún más incongruente al acabar en una hilera de casitas en Freser, con talleres y almacenes.

L’illa de cases dels passatges A, B i C a una foto aèria de 1961. Institut Cartogràfic de Catalunya

La hipótesis acuática tiene muchas papeletas por un inmueble como encrucijada entre Córcega y Xifré, un meandro para el torrente del Bogatell y del Melis hacia Rogent, rebautizada así porque este arquitecto fue quién hizo un informe para Xifré y Hamel para urbanizar las hectáreas del heredero del indiano próximas a la carretera d’Horta y el Camp de l’Arpa, en un límite entre distritos.

Pero si os confieso la verdad la chispa para indagar como si no hubiera un mañana fue la chimenea al fondo del pasaje B, otra anomalía más en el delirio, sobre todo al estar cercada en el interior de la manzana, invisible desde Córcega y a priori accesible desde una puerta verde, guinda de B. Busqué descifrar el acertijo con Google Maps, con la chimenea cual obelisco de Lúxor. Más tarde visualicé las tomas aéreas de 1961 y al fin, gracias a mi amiga Esther, archivera de Sant Martí, descubrimos cómo la chimenea se hallaba en el taller de reparaciones mecánicas y eléctricas en turismos y camiones de Córcega 683, con lo automovilístico asimismo preponderante en el ángulo del número 689, esquina con San Quintín, donde esa boca proveniente de B completaba su función.

Así pues la chimenea, a quien saludamos hasta el próximo jueves, no era ninguna ruina de un esplendor fabril como madre indirecta de los pasajes. ¿Por qué brotaban como setas por esas falsas cuadrículas del Eixample? ¿La forma desde B nacía por la colisión de dos torrentes? Se salvaron de la quema y sobrevivieron milagrosamente, sin apenas modificaciones de calado a lo largo de una centuria. Su diferencia es un mar de dudas, y estas sólo pueden conducir hacia algunas respuestas.

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