Barcelona sube seis posiciones en el ranking de las mejores ciudades donde vivir, según The Economist

En solo un año, la ciudad de Barcelona ha subido seis posiciones en el ranking de las mejores ciudades donde vivir que, cada año, elabora The Economist. La alcaldesa ha valorado esta noticia y ha dicho que “es un reconocimiento a las políticas innovadoras que estamos impulsando en la ciudad como son las “superilles” (menos contaminación, más verde, más espacio público de calidad); las políticas de vivienda y rehabilitación; el fomento de la cultura, la ciencia y la tecnología; la regulación del turismo o la movilidad sostenible”.

El ranking elaborado por The Economist ha incorporado, fruto del año pandémico, un conjunto de nuevos indicadores que vienen a sumarse a los ya existentes en materia de salud, cultura, medio ambiento y educación. La voluntad de estos nuevos indicadores es la de evaluar cómo lo conjunto de infraestructuras de las ciudades han resistido la sobrecarga a la que se han visto expuestas (como puede ser lo caso de los Centros de Atención Primaria y del sistema sanitario en general) así como en la capacidad de ofrecer alternativas que aligeren el estrés generalizado causado por la pandemia. Precisamente el incremento mayor en la puntuación de la ciudad de Barcelona viene por la banda de mencionada de los recursos sanitarios, empujando la capital catalana de la 22.ª a la 16.ª posición del ranking mundial.

Colau también ha dicho que esta valoración que hace The Economist consolida Barcelona como ciudad de vanguardia que “innova para dar respuesta a los retos que enfrentan todas las grandes ciudades del planeta”. En el caso de la ciudad condal, el principal reto más estructural que arrastra la ciudad es el de reducir los elevados grados de contaminación que sufre, no sólo Barcelona capital, sino toda el área metropolitana. Según un estudio de la Agencia de Salud Pública de Barcelona, ​​la mala calidad del aire sería responsable de unas mil muertes anuales, causaría el 33% de los nuevos casos de asma infantil y provocaría un 11% del total de casos de cáncer de pulmón. Invertir estas tendencias y hacer de Barcelona una ciudad 100% limpia es una de las prioridades fijadas por el consistorio liderado por Colau. Una tarea que recae, en gran medida, en manos de la concejala de Ecología, Infraestructuras y Movilidad y segunda teniente de alcalde Janet Sanz, que se está desplegando políticas en dos niveles.

De carácter más inmediato, son todas aquellas medidas de aplicación inmediata que no requieren obras o modificaciones en la morfología urbana, como pueden ser los programas “protejamos las escuelas” o “abramos las calles”. El primero, como bien indica su nombre, trata de preservar los ambientes escolares del tráfico de vehículos, tanto para evitar que los niños y niñas tengan que respirar aire contaminado como, también, para garantizarles una zona de seguridad en la que se puedan desplazar despreocupadamente. El segundo, es una iniciativa que busca recuperar el espacio urbano para la ciudadanía cortando ciertos tramos de la ciudad del tráfico durante los fines de semana. Pero el verdadero cambio de Barcelona – y aquel que, en caso de proseguir, tendrá un impacto positivo en todos los rankings internacionales – tiene que ver con la reconversión urbanística de la ciudad: ampliar el número de carriles bicis, ensanchar el modelo de las “superilles” en los diferentes barrios, o llevar a cabo ambiciosas reconversiones de calles que, tradicionalmente monopolizados por el coche, ahora se convertirán rutas peatonales. Ejemplo del último caso, cabe destacar el proyecto que, bajo el nombre de “Caminar desde el centro”, afectará las calles Consell de Cent, Girona, Rocafort y Comte Borrell incrementando sus espacios verdes, construyendo cuatro grandes plazas en los cruces de Calle Consell de Cent, y priorizando el espacio central peatonal.

Barcelona todavía le queda camino por recorrer para convertirse en una ciudad 100% verde, pero la tendencia impulsada por el equipo de Colau parece ser la correcta. Al menos así es como lo valora The Economist.