¿Son todos los fenómenos que ocurren en este mundo traducibles y reducibles a términos económicos? O para apuntar con mayor precisión y especificidad, ¿son todos los fenómenos un conjunto de máscaras bajo las cuáles siempre encontramos el signo del dinero?

Estas dos preguntas, lejos de ser hipotéticas, creo que constituyen el sustrato bajo el cual estamos asentando nuestras sociedades. Sin duda alguna, hay una creciente inclinación a pensar que sí, que todo en el mundo es dinero. Y no nos engañemos: la lógica de nuestro tiempo está presidida por la potencial capitalización de todo lo existente (¿de dónde iba a surgir sino el término capitalismo?).

No obstante, ¿es toda forma de violencia, odio o prejuicio un pretexto o camuflaje para disimular unas intenciones pecuniarias?

Nos hemos acostumbrado a un mundo en el que casi cualquier cosa que imaginemos tiene un precio de mercado. Sin embargo, antes de que la neurosis propia de este tardocapitalismo llegará a todos los rincones y ámbitos de nuestra vida, ya se habían construido mundos (y también se han construido posteriormente: aunque hayamos sido cegados por el brillo de nuestras relucientes monedas).

En esos mundos pretéritos, las ideologías dominantes se sustentaron sobre ideas en las que el dinero era apenas accesorio y, en cambio, criterios como la superioridad racial, la integridad ético-moral, la concepción de pueblo-elegido, por solo mencionar algunos ejemplos, eran no solo centrales, sino reguladores. Es decir, eran criterios que generaban y alimentaban una visión del mundo hasta el punto de que estos mundos no eran pensables sin dichos criterios (tratemos de imaginar el Tercer Reich nazi sin la idea de raza aria o de Volk alemán, por ejemplo).

La filósofa Alenka Zupančič escribe en su libro The Odd one in: On comedy que la ideología dominante tiende a mostrarse como no-ideológica en la medida en la que no tenemos distancia respecto a ella. Es decir, tal y como también se ve en Mark Fisher cuando habla de su realismo capitalista, la falta de perspectiva hace que veamos nuestro ideario como algo necesario, inevitable, que confundamos este modo de ser las cosas con las cosas “en sí mismas”. De ahí que estemos muy acostumbrados a habitar un mundo lleno de injusticias en el que habitualmente escuchamos: “es lo que hay”, “las cosas son así”, “el mundo funciona de este modo”, etc. Sin embargo, otros mundos no solo son posibles, sino que se han dado… y hasta cierto, aún persisten.

El hecho de que nuestro mundo actual esté inmerso en una vorágine capitalista no implica que todos los significantes anteriores hayan dejado de ser operativos. Tampoco aquellos significantes que operan criterios de segregación y discriminación. Sigue habiendo supremacismo, xenofobia, racismo, sexismo, etc. Y estas ideas no obedecen a una lógica puramente economicista, aunque a menudo puedan asociarse con ella.

Con este escenario desgranado, leemos que, al parecer, podría haber un interés oculto en la reciente invasión de Gaza: la región alberga unas enormes reservas de gas, estimadas en al menos 500.000 billones de dólares. En un momento en el que las sanciones a Rusia han hecho imperativo buscar nuevos proveedores de gas, este depósito podría ser una gran noticia para Occidente, que no debería acelerar la transición energética ni sufrir costes tan desmesurados en el precio de la energía.

En este sentido, si esta noticia se confirma, podríamos comprender mejor, que no justificar, la masacre que se está produciendo: se trataba otra vez del dinero, del sucio dinero y, el interés geoestratégico por mantener el equilibrio vigente entre las potencias económicas, lo que está detrás de esta barbarie.

Por aberrante que nos parezca, si lo traducimos a un problema extractivista/económico la situación nos resulta más fácil de comprender. Esto es así porque es traducir el conflicto a los términos operativos/reguladores de nuestra realidad: si el mundo actual es movido por y para el dinero, si el gas es el leitmotiv de Gaza, entendemos la problemática sin mucha dificultad. Y comprender la situación nos resulta muy útil para pasar de la inmovilidad y la inacción a la indignación movilizante: ¿hasta cuándo seguiremos reduciendo todo a cenizas por un poco más de dinero?

Sin embargo, que nuestra lógica neoliberal tenga en el capital su fetiche máximo no significa que todo significante anterior se haya vuelto inoperativo e, incluso, que no se puedan generar nuevos significantes ajenos a esta lógica. Así, quizás los depósitos de gas en Gaza pueden ser un factor a tener en cuenta para su invasión, pero es difícil decir que toda la deshumanización involucrada en este proceso y el nivel de masacre que estamos viendo se reduce a un mero cálculo económico. Como si no hubiera podido producirse en un territorio yermo. Como si esta invasión solo sirviera para probar munición, para extraer gas y para, en definitiva, sacar provecho.

Las lógicas del poder y la dominación siempre han poseído más tentáculos que el del extractivismo económico, aunque este haya sido siempre importante y hoy parezca acaparar cada espacio y cada momento. Cuando hacemos esto, cuando reducimos Gaza a un conflicto por interés económico, perdemos los matices de una realidad mucho más compleja. Y lo hacemos porque queremos comprender, porque queremos que nos traduzcan a los términos de nuestro mundo lo que está pasando, queremos que tenga algún sentido todo lo que sucede, aunque sea un sentido atroz. En este conflicto había y hay rencor, odio visceral, ideas supremacistas, fanatismo religioso, etc. Y sí, el dinero puede entrar en la ecuación. Pero no, el dinero no lo explica ni lo puede explicar todo: hay masacre más allá del signo del dólar.

Share.
Leave A Reply