
Se cumple, este 2024, 60 años de la creación del concepto gentrificación. Fue en la obra London: Aspect of change donde la socióloga Ruth Glass evidenció, por primera vez, la dinámica que se estaba produciendo en Islington (Londres), tradicional barrio obrero el cual veía a su población sustituida por otra de mayor poder adquisitivo proveniente de fuera de la ciudad. Los gentry, o pequeña burguesía rural, buscaban acomodo en la capital británica iniciando una dinámica de desplazamiento socio-espacial que afectaba, principalmente, a los vecinos y vecinas menos acomodados. Se evidenciaba así, por tanto, su marcado carácter de clase.
Desde entonces hasta ahora el concepto ha dado muchas vueltas y ha generado páginas y páginas de literatura académica, así como abierto numerosos debates en la opinión pública. Desde su uso más comercial por parte de algunos desarrolladores inmobiliarios estadounidenses, los cuales anunciaban en algunas de sus calles We’re gentrifying, hasta llegar a la situación actual donde el concepto ha sobrepasado las fronteras de las universidades y facultades de ciencias sociales para convertirse en un arma en manos de colectivos y movimientos sociales.
Cabe recordar que, aun hoy día, la gentrificación es un concepto relativamente resbaloso. Las dos posiciones clásicas en su análisis: la vinculada al consumo, esto es, a la demanda que determinaría que los procesos de gentrificación se manifestaran cuando determinados grupos sociales se interesaran por espacios concretos de la ciudad, incrementando sus precios, y la relacionada con la producción, aquella que subraya que serían los intereses económicos, fundamentalmente financieros e inmobiliarios, los que se encontrarían tras unas dinámicas que lo que pretenden, en definitiva, no es otra cosa que incrementar sus beneficios a través de la revalorización de determinadas zonas urbanas, se han contaminado mutuamente manifestando la relativa influencia de ambos aspectos en el desarrollo de su conceptualización. Sus principales autores y teóricos, David Ley (1998), por parte de la demanda con la obra The New Middle Class and the Remaking of the Central City, y Neil Smith (1982), por parte de la producción con su trabajo Gentrification and Uneven Development, así lo reconocieron en algún momento.
Sin embargo, lo que sí ha quedado en evidencia, tras estas seis décadas de análisis del proceso, es que sus efectos y manifestación escapan a la simple oferta inmobiliaria. La gentrificación, de este modo, no es únicamente un fenómeno relacionado con el mercado de la vivienda, sino una circunstancia con vocación de totalidad que abarca la totalidad de la esfera urbana y más allá. Un ejemplo de esto es su relación con el paisaje comercial, donde determinadas marcas internacionales ven como sus franquicias revalorizan una calle o un barrio solamente con su instalación; con el espacio público-urbano, que se ve sometido a tensiones y privatización mediante la instalación de terrazas de bares y restaurantes, o mediante su uso como vía de circulación, no de socialización, con la aprobación de normativas que limitan su uso; o con el turismo, que resignifica zonas completas de las ciudades y otros entornos transformando su valor tradicional de uso en un mero escaparate para el consumo de visitantes presentes y futuros. La gentrificación, de esta manera, ha pasado a tener apellidos –comercial, turística, azul, verde, marrón, etc.– pero también a imbricarse con algunos procesos, como la turistificación, aquella dinámica que hace imposible considerar cualquier aspecto o relación social que no esté sometida o vinculada a la actividad turística, de forma que es imposible, casi, separar dónde comienza una y acaban las otras.
No obstante, lo que sí manifiestan todas estas referencias es un hecho común: su relación con la desigualdad, la explotación, la desposesión, los procesos de acumulación, de vulnerabilización, de desplazamiento y otros tantos -ción y -mientos, que se traducen en la ruptura sistemática y la precariedad de la vida de muchos vecinos y vecinas de territorios alrededor del globo. La gentrificación divide, separa, mercantiliza, fragmenta las ciudades y las transforma en espacios de consumo, de lucha por la supervivencia. Es, además, un proceso sin fin, que se extiende no solo geográficamente, como una mancha de aceite, sino también temporalmente; los actuales desplazadores serán, en un futuro, posibles desplazados, porque la idea del crecimiento económicos continuo y la búsqueda de plusvalías es inherente a su funcionamiento como aspecto espacial del capitalismo. Solamente mediante una decidida intervención pública, así como por la articulación de los movimientos sociales urbanos, los sindicatos y los partidos políticos, es posible su limitación. La única forma de atajarla seriamente sería mediante la municipalización de todo el suelo urbano pero, mientras no se tome esa opción, siempre se puede gobernar la ciudad mediante la institución de planes de uso, la construcción de vivienda pública, la limitación de alquileres, etc.
Es así que, en este 60 aniversario, quizás más que una fiesta de cumpleaños, le podríamos comenzar a organizar un funeral. ¡Muérete gentrificación!


