Recientemente, de hecho, se ha publicado la noticia de que la media del precio por habitación y noche ha alcanzado, a nivel nacional, los 146 euros, con máximos de 193,8 euros/hab./noche en Baleares y mínimos de 71,6 euros/hab./noche en Extremadura. El caso catalán se sitúa en torno a la media, con 144,9 euros/hab./noche. Sin embargo, estas medias pueden ocultar las realidades de destinos concretos. Así, Barcelona, según el Institut d’Estadística de Catalunya (IDESCAT) ha alcanzado los 169,43 euros/hab./noche.
De este modo, los hoteles, como cualquier otra propiedad inmobiliaria aunque estos con un doble barniz de legitmización (no son pisos y, además, generan empleo), cuentan con eso que David Harvey, en su Urbanismo y desigualdad social, denominara ‘renta monopólica’. Esta renta es la que se genera a los poseedores del suelo en cuanto titulares monopólicos, ya que nada ni nadie puede consumir un mismo espacio a la vez que otro consumidor. Esta singularidad otorga a los dueños del suelo, así como a los futuros constructores y explotadores del mismo, la capacidad de imponer las condiciones de su consumo. La capacidad de actuar de forma conjunta, que no acordada sino en la misma dirección, es lo que les otorga carácter de clase. Esto pasa con la vivienda, donde la oferta, en términos económicos, es inelástica, esto es, cambios en el precio no cambian de forma perceptible el nivel de la oferta, pero también en equipamientos turísticos como los hoteles. Esta característica hace que, además, ambos elementos se constituyan como reservorios de valor.
En el caso español, al tratarse de un ejemplo de sector productivo enormemente fragmentado, este comportamiento se nota, de forma más evidente, en territorios tensionados o en localidades muy turísticas. En el caso de los hoteles, cuanto mayor número de habitaciones controle una sola empresa, una sola cadena, mayor capacidad tendrán de imponer esta renta monopólica, pero también sus consecuencias, ya que si la mayoría del consumo turístico se destina al pago del alojamiento, el resto de actores que conforman el tejido productivo se verán obligadas a prácticamente sobrevivir. Serían lo que podríamos denominar ‘aspiradoras de plusvalías’.
Este proceso de aspiración, de hecho, ya ha tenido lugar este año. Lugares como Eivissa, donde los comerciantes ya han alertado del escaso nivel de actividad que han tenido esta temporada calificándolo de altamente decepcionante, con el agravante de que la isla vive un proceso acelerado de gentrificación y acaparamiento inmobiliario que dificulta enormemente a los trabajadores y trabajadoras encontrar un alojamiento digno. Pero también el de Menorca, donde además del comercio y la restauración, en las zonas más tradicionalmente turísticas, los propios hoteleros se han visto obligado a bajar precios, hasta el 10%, ya que las cuantías alcanzadas dejaban fuera a parte del turismo histórico de la zona.
Esta transformación de la oferta en aras de un supuesto turista de calidad cuenta con varios efectos indeseados. El primero, que ya se ha mostrado, es esa capacidad de aspirar las plusvalías generadas por los visitantes: a mayor precio de la habitación, menos dinero disponible para otro tipo de gastos. El segundo sería que un incremento notable en el precio de la habitación hotelera desvía la atención de los visitantes hacía ofertas alternativas, como los pisos turísticos; unos pisos que tiene que pasar a controlar la administración, con lo que nos encontramos, de nuevo, ante un caso de privatización de los beneficios y socialización de las pérdidas. Eso por no hablar del poder que alcanzan los hoteleros en cuanto poseedores de un gran capital acumulado que, como no puede ser de otra manera, siempre irá en busca de una mayor reproducción.
A esto habría que añadir una elitización del turismo, y una cierta desigualdad en el poder de negociación de los diferentes niveles políticos del Estado al enfrentarse a un sector que, cada día, es más poderoso. No es de otra manera que les es más fácil conseguir determinados beneficios y facilidades, en forma de préstamos, exenciones fiscales, etc., cuando vienen mal dadas, o cuando delegan en las administraciones las campañas de márquetin y publicidad.
Para finalizar solo recordar que esto también es turistificación, por cuando determinadas esferas de la sociedad alcanzan unos niveles de poder y capacidad de incidencia destacados. El dinero se concentra en unas manos, las pequeñas y medinas empresas se ahogan, los destinos se elitizan mientras los recursos son drenados y los vecinos y vecinas de dichas localidades se quedan con los malos empleos y los espacios y servicios saturados.


