Recientemente coincidí, en un evento celebrado en Ibiza, con una alta funcionaria del Ministerio de Cultura. En concreto, de aquel departamento que tiene como objeto principal velar por los elementos considerados Patrimonio Mundial de la Humanidad por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), tanto material como inmaterial, en el conjunto del territorio español y en relación y coordinación con las áreas responsables de esta materia en las diferentes Comunidades Autónomas (CCAA). Cabe recordar que la Convención para la Protección del Patrimonio Mundial Cultural y Natural surgió en 1972 tras detectar la necesidad de identificar parte de los bienes inestimables e irremplazables de las naciones. La idea era que la pérdida de cualquiera de dichos bienes representaría un daño invaluable para la humanidad entera. Sin embargo, esto hace tiempo que no es así. O, más bien, no es totalmente así, ya que la conocida como Lista de Patrimonio Mundial de la UNESCO se ha convertido en uno de los principales elementos de diferenciación territorial a nivel global y, por tanto, en una impresionante herramienta de creación de atractivos turísticos. Ante tal situación, no pude más que lanzarle una pregunta que, a modo de broma, llevo pensando desde hace años: ‘¿Cuándo se fusionará la UNESCO con la Organización Mundial del Turismo (OMT, ahora llamada ONU-Turismo)?’ La respuesta de la funcionaria no podía, por menos, que ser más diplomática, a la par que tecnocrática, y breve: ‘La razón de ser de la Lista de la UNESCO es proteger el Patrimonio, no promover el turismo’.
El mercado turístico mundial es una esfera en continua competición. Los diferentes destinos luchan por atraer visitantes e inversiones y, para ello, emplean las técnicas y estrategias más diversas: desde la creación de nuevos espacios y referentes, a la puesta en marcha de planes de márquetin y promoción, pasando por la implementación de etiquetas (sostenibilidad, cultura, etc.) o la búsqueda de la distinción en base a etiquetas simbólicas de reconocido prestigio. Es aquí donde entraría el contar con elementos pertenecientes a la Lista de la UNESCO. Es verdad que la Convención de 1972 se organizó ante la amenaza que suponía el avance inexorable del capitalismo y la modernización a nivel global, sobre todo en base a las dinámicas de industrialización del momento, pero el mundo ha cambiado mucho desde entonces y, en este nuevo mundo, el turismo juega un papel fundamental a la hora de actuar como motor económico y estrategia de desarrollo económico y territorial.
Sin embargo, también se ha de decir que el hecho de contar con un elemento Patrimonio de la Humanidad no es la única alternativa a la hora de significarse en el mercado mundial de destinos turísticos. De hecho, hoy en día, puede que no sea tan importante como contar con una buena campaña de promoción o aparecer en los principales motores de búsqueda de internet o en medios de comunicación, redes sociales, y otras esferas digitales especializadas. Hasta hace unos años, contar con una edición de las Guías Michelin o Time Out, suponía toda una ventaja importante a la hora de atraer turistas y capital. Al contrario que las declaraciones de la UNESCO, que en teoría responden a criterios políticos y técnicos, aparecer en este tipo de publicaciones es tan fácil como contar con la suficiente presupuesto como para pagarlo, ya que se trata de empresa privadas que, de hecho, encuentran en este tipo de nicho su principal objeto de beneficio. El caso de las guías Lonely Planet es paradigmático en este sentido.
Lonely Planet surge cuando un par de jóvenes mochileros recorren parte de Asia durante el año 1973. Posteriormente, piensan en facilitar este tipo de experiencias a futuros viajeros y, para ello, publican la primera guía llamada Across Asia on the Cheap (A través de Asia con gastos mínimos). En la actualidad, sin embargo, es una gran empresa, propiedad de Red Ventures, multinacional norteamericana. Un simple ejemplo bastará para mostrar cómo funciona Loney Planet a la hora de promocionar destinos turísticos. Como cada año, en 2018, la guía publicó su listado de ‘Top 10 ciudades para visitar’ situando, en primer lugar a Sevilla, en Andalucía, España, pero en segundo lugar a Detroit, Michigan, Estados Unidos. Detroit, también conocida como De(s)troit por los efectos que la Gran Recesión de 2007-2008 había tenido en ella, ha sido históricamente una de las mayores concentraciones industriales de América. Los efectos de la crisis, aceleración del proceso de desindustrialización, desahucios, caída demográfica, etc., se trataron de solventar con la apuesta por el turismo como actividad económica alternativa. De ahí que aparecriera en segundo lugar, aparecer en cabeza hubiera sido imposible, en el Top 10 de Lonely Planet. Como en Los 40 Principales de la Cadena Ser, quien paga, manda.
Antes de finalizar mi estancia en Ibiza, por propósito profesionales, tuve la oportunidad de conversar en más ocasiones con la funcionaria del Miniterio de Cultura. En otra de las charlas, me confesó que, de vez en cuando, en la alta institución del Estado recibían unas propuestas de lo más curiosas en cuanto a candidaturas a ser declarados como Patrimonio Mundial. Una de estas, según ella la que más gracia les hizo a todos, fue la de Benidorm. Es cierto que Benidorm ha optado, en más de una ocasión a tal nombramiento. Y también es cierto que su relación con el turismo es más que evidente, lo cual probaría mi comentario irónico de la necesaria fusión entre la UNESCO y la OMT. Pero la curiosidad señalada por la funcionaria no venía de ahí, sino del hecho de que una ciudad como Benidorm, cuna y enseña del turismo popular, propio de las clases trabajadores de este país, no tenía la entidad como para optar a dicha calificación. Pues bien, este hecho, junto a los anteriores, no es más que una prueba de que los listados de mejores destinos turísticos estarían conformados por una mezcla entre mercantilización territorial y cierto clasismo.


