Estamos en la civilización de la mirada: miramos el mundo, pero también somos vistos. Hasta tal punto creemos que todo es visible, que hemos borrado la diferencia entre lo íntimo y lo público. Los reality show nos anunciaron que el mundo era fundamentalmente un espectáculo, algo para mirar y ser visto. Luego, llegaron las redes sociales -y ahora la IA- para certificar que el mundo es omnivoyeur (Lacan) y no para de alimentar al ojo absoluto (Wacjman): ¡siempre una imagen más! ¿Por qué íbamos a dejar en la sombra los detalles y minucias del drama de un asesinato, una infidelidad, una conspiración o un abuso?

Vivimos sometidos a un (falso) ideal de transparencia donde reducimos la verdad a una imagen y el problema es que hemos descubierto la ilusión de lo visible, que está hecho de la pasta del trampantojo. Rápidamente, hemos pasado de pantalla, sin pudor, para hacer de lo fake “nuestra verdad”. El mundo es ya el mundo visto a través de un sinfín de cámaras que elimina la separación sujeto-mundo. Puesto que ya no hay límites, el sujeto queda sin lugar, sin domicilio, sin interior, al ser ‘siemprevisto’. Lo íntimo desaparece y no hay diferencia entre ver y ser visto. Las fronteras de lo íntimo y del cuerpo están amenazadas al no poder sustraernos a esa mirada omnividente, que nos dificulta captar lo íntimo que desconocemos de nosotros mismos.

En política, además, la imagen enmascara lo real en juego. Cada escena de Trump: sus broncas en la Casa Blanca a otros líderes, sus discursos amenazantes en las cumbres políticas, son ‘imágenes’ que velan -con su impacto visual- la lógica de lo que se oculta (intereses económicos, pulsos de poder, trampas varias).

Necesitamos, pues, un poco de oscuridad, como reivindicaba Tanizaki en su Elogio de la sombra, ya que somos más que una imagen o una voz. Hay también lo opaco de nuestra propia manera de satisfacernos, las pasiones que nos anidan y que, por ser tan íntimas, nos parecen extrañas y se las imputamos al otro.

Hoy, la mirada nos impide ver en nosotros mismos. La IA propone una solución easy: hablar con ella para conocernos mejor. Sus chats conversacionales (y terapéuticos) se ofrecen como un interlocutor empático, siempre disponible y aparentemente particularizado (sería mejor decir customizado). Hablar para sugestionarnos mejor y creernos el relato que nos defiende de lo real. Más de 30 millones de usuarios se conectan cada día a programas como Replika para conversar.

Mirar, hablar… hay otra posibilidad: leer, como fórmula para no alienarnos ni a la ilusión de lo visible ni al adormecimiento del chat que nos cuenta lo que queremos oír. Leer como ejercicio activo de indagación y de elaboración de preguntas. Leer libros, sí, pero también saber leer nuestros tropiezos y lapsus cuando algo de lo inconsciente, que nos constituye, emerge.

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2 comentaris

  1. Helena Ferrer on

    en plena canícula la sombra evoca recogimiento, sosiego, detenimiento.. surge entonces la oportunidad de encuentro con nuestro inconsciente y preguntarle discretamente: ” Y tu, cómo me ves?”

  2. Francisco Cruz Quintana on

    Magnífico e inquietante análisis de José R. como siempre. Magnífica salida también la que propone a través de esa tercera vía que no es voz, ni mirada, sino lectura.
    Saludos
    Francisco Cruz