Nabila Ghafoori colaboraba en una radio afgana, trabajaba como profesora de inglés y como traductora, y a través de una entidad que ella misma había creado realizaba programas de capacitación para mujeres. Esta emprendedora de 27 años estaba cocinando en su casa el 14 de agosto cuando, de repente, escuchó mucho ruido y gritos que venían de la calle. “¿Qué está pasando?”, se preguntó. En pocas horas entendió la dimensión de la tragedia: al día siguiente la ofensiva talibana ponía fin a la República Islámica de Afganistán coincidiendo con la retirada de las tropas estadounidenses y proclamaba el restablecimiento del Emirato Islámico de Afganistán.

Nabila se encontró sola con un hijo de seis años, Sohail, y una hija de cuatro, Saima. No podía salir, no conseguía contactar con su marido, que era funcionario del gobierno, y no sabía si él podría volver a casa ni cuándo. “Me dije, ‘no saldré fuera, me quedo en casa’, porque las mujeres que estaban solas, las mujeres jóvenes y las mujeres solteras estaban en una situación de riesgo. Registraban casa por casa para saber cuántas mujeres había, cuántas mujeres solteras había y cuántas niñas había. Estaba muy asustada. Los vecinos anunciaban que las mujeres no podían salir, que tenían que estar en casa. Era como una prisión y decidí que tenía que irme. Yo tengo mis sueños, y las chicas ya no podían ir a la escuela nunca más, ya no tenían derecho a la educación. ¡En el año 2021! ¡En el siglo XXI! Mucha gente quería salir de Afganistán”, explica Nabila desde Pakistán, en un lugar seguro y con conexión a Internet.

Nabila Ghafoori, Saima Miazada, Sohail Miazada en Pakistan | Nabila Ghafoori

“Salvar mi vida y la de mis hijos era lo más importante”

La odisea de Nabila no fue nada fácil. Sin pasaporte, sin dinero y con dos niños pequeños, necesitaba ayuda de dentro y de fuera del país. Por suerte, estaba en contacto con organizaciones internacionales y, como activista, conocía a personas con las que podía contar. “Yo no lo podía conseguir sola. Los talibanes no te facilitan el pasaporte porque dicen que si lo tienes, entonces abandonarás el país. Y tarda meses y meses en hacerse. Yo no tenía más de 300 dólares, ¿qué podía hacer? En aquel momento, salvar mi vida y la de mis hijos era lo más importante”.

La decisión estaba tomada. Los tres tenían que escapar. “Quería vivir y allí no podía vivir. Mi hijo y mi hija tampoco. No veía ninguna otra salida, tenía que marcharme. No hay futuro con los talibanes”. Pasó meses escondida, hasta que el 13 de enero inició el duro camino hacia Pakistán. Había 638 kilómetros entre la ciudad en la que se encontraba, Balkh, y la frontera de Torkham. Decidió hacerlo por carretera en un vehículo con un conductor de mucha confianza, ya que es impensable para una mujer sola hacer un viaje de estas características con dos criaturas.

“El conductor dijo que éramos su hermana y sus sobrinos. Yo estaba muy nerviosa y tenía miedo. Encontramos muchos checkpoints (puntos de control) y en cada checkpoint nos paraban y yo me tapaba la cara. Todo fue demasiado peligroso. Nos pegaban, a mí me pegaron, los niños estaban asustados, veían a los soldados y toda esta situación, y acabaron con vómitos”.

Aun así, Nabila procuró hacer fotos y vídeos con su móvil durante el trayecto para documentar lo que está ocurriendo en su país. Quiere explicar su historia porque es la de muchas personas afganas que han quedado atrapadas, que están escondidas y que esperan poder huir del control talibán.

“Había checkpoints en todas las entradas de las provincias, y por motivos de seguridad no pude hacer muchas fotos. Cuando mis hijos se enfrentaban a los controles y las investigaciones, se asustaban, y me llegaron a decir: ‘Ay, mamá, ahora nos matarán’. Quién lo pasó peor fue mi hijo porque es mayor y comprendía un poco más la situación, así que se escondía dentro del vehículo”.

Punto de control de los talibanes

El conductor les dejó en la frontera de Torkham, desde donde tenían que coger otro transporte hasta la capital de Pakistán, Islamabad. Todavía quedaban horas de colas y de preguntas. “Estaba en una de las filas haciendo cola y de golpe vino un talibán y me preguntó por mi acompañante. Me asusté, casi me muero, porque una mujer no viaja sola. Ahí me pegaron y después una familia que estaba conmigo dijo que yo era su hija. Finalmente, cuando pudimos salir de Afganistán, nos sentimos seguros y sentimos una esperanza de vida”. Todavía quedaban 244 kilómetros hasta Islamabad. En total, el viaje duró más de 16 horas, pero Nabila consiguió su objetivo.

“Ahora estamos en un hotel, seguros. Los niños quieren vivir en un lugar en paz. En Afganistán, cada día me preguntaban ‘mamá, ¿por qué no voy a la escuela?’ y ‘¿por qué hay tanto ruido?’ Un día arranqué a llorar y mi hijo me preguntó, ‘mamá, ¿moriremos pronto?’ Le dije ‘¡no!’ Él solo tiene seis años, tendría que pensar en ir al colegio a estudiar, y no en vivir o morir, y no estaba seguro de si viviría o moriría”.

Trámites con la embajada española

En la actualidad, Nabila, Sohail y Saima, tienen un visado de 30 días en Pakistán. La madre ha iniciado los trámites con la embajada española para pedir protección internacional, ya que después de este plazo no podrían continuar en el país de manera regular. “Me gustaría ir a Europa. España es mi prioridad. Espero que vaya rápido”. La embajada le ha dado cita para el 16 de marzo, y Nabila está preocupada porque no tiene dinero para una estancia tan larga y no sabe cómo hacérselo para agilizar las gestiones. La buena noticia es que durante estos días ha conseguido contactar con su marido, ahora sabe que está vivo y a salvo.

Antes de acabar la entrevista, Nabila tiene una petición: “Por favor, ayuden a la gente a salir de allí. Estamos en peligro. Éramos activistas, éramos periodistas, ahora no hay lugar para nosotros en Afganistán, no hay futuro. Solo quiero ofrecer un futuro para mis hijos. Yo era profesora de inglés, estaba en una organización internacional, tenía un proyecto educativo, las vecinas recibían alfabetización, y ahora parece que niñas de 12 y 13 años tendrían que estar casadas. Es muy, muy pronto. Si te casas y tienes hijos tan pronto, envejeces muy rápido”.

Nabila se refiere al hecho de que los talibanes han recuperado la práctica de los matrimonios forzosos. La comisión cultural del Emirato Islámico ha ordenado a las autoridades administrativas y religiosas que elaboren listados de jóvenes solteras y de viudas menores de 45 años para proceder a estos matrimonios.

El apoyo de People Help

Desde agosto, Nabila ha estado en contacto con diferentes personas y entidades extranjeras, cuando las comunicaciones y la seguridad lo permitían, para salir del país. Una de estas redes es People Help, creada inicialmente en Barcelona y formada por unas treinta personas voluntarias, mayoritariamente mujeres, que vieron la necesidad de apoyar y hacer acompañamiento a personas que habían quedado atrapadas en Afganistán, sobre todo a partir del 31 de agosto, después de la retirada de las tropas estadounidenses y de la fecha máxima de evacuación de colaboradores de gobiernos extranjeros y de otras personas. Muchas de estas familias escondidas están relacionadas con el mundo de la cultura y el activismo y, entre sus miembros, figuran periodistas, doctoras, artistas y políticas que hablan inglés.

Las “madrinas” de People Help, como se denominan, que ya están en diferentes ciudades catalanas, españolas y europeas, se ponen en contacto vía redes sociales con personas que pueden estar en proceso de fuga y, a partir de aquí, y respetando siempre las decisiones de las familias afganas, las asesoran a nivel burocrático y las acompañan emocionalmente. Algunas de estas madrinas son Mónica Bonafonte, arquitecta y directora del Fomento de las Artes y del Diseño (FAD); Zoe Bonafonte, actriz; Sílvia Sala, abogada; Mònica Moya, especializada en desarrollo de arquitectura hospitalaria, y Elena Carmona, educadora social.

Mónica Bonafonte, Zoe Bonafonte, Sílvia Sala, Mònica Moy y Elena Carmona | Ana Basanta

La iniciativa empezó cuando, la segunda quincena de agosto, Zoe Bonafonte vio las noticias y pensó que se tenía que hacer algo para intentar ayudar a la gente a huir del país. Contactó con Fawzia Koofi, activista por los derechos de las mujeres que había sido vicepresidenta de la Asamblea Nacional de Afganistán. Le preguntó cómo estaba y si necesitaba algo. Algunas de las mujeres con las que contactó no necesitaban ayuda, pero sí dieron nombres de familias que estaban en peligro. “Nos daban toda la información necesaria, como los pasaportes, y después teníamos que procurar que borraran los mensajes. Pensábamos que si los talibanes encontraban en su móvil algo que indicara que habían contactado con personas de otros países para salir de allí, podían estar en una situación muy peligrosa”.

Poco a poco se sumaron más voluntarias hasta formar una red que ya ha colaborado en que lleguen a España una quincena de familias y que está en contacto con más de 80. En total, suman cerca de 400 personas, si bien las cifras pueden aumentar semana a semana. Entre otras actividades, People Help ha coorganizado la manifestación virtual Grito por las Mujeres Afganas, con la que pretende dar visibilidad a la situación actual que está viviendo la sociedad civil afgana, y captar fondos para ayudar directamente a las familias en la obtención de visados, pasaportes, transporte en la frontera de Afganistán y manutención en los países limítrofes, e incluso que puedan conseguir asilo político en cualquier país del mundo.

“People Help es un proyecto transversal que acoge a cualquier persona que está en riesgo de muerte y lo que hace es acompañarla emocionalmente, y darle información para que tome decisiones de, si quiere, moverse hacia Pakistán, hacia Irán, donde decidan, para después ayudarla a hacer un proceso de solicitud en las embajadas españolas en terceros países”, señala Mónica Bonafonte que, desde el FAD ha impulsado el movimiento Cultura por Afganistán, promovido por Gemma Sendra y formado por diferentes asociaciones de disciplinas artísticas, y ha ayudado a activar la Fundación FAD.

People Help está en contacto con diferentes personalidades políticas, institucionales, jurídicas, deportistas y culturales, así como con entidades sociales, como Too Young to Wed (Demasiado jóvenes para casarse), para conocer cuál es la mejor manera de proceder, ya sea para presentar cartas a las instituciones, conseguir salvoconductos, obtener citas para las embajadas o preparar a las familias para las entrevistas.

“A mí me sorprende la capacidad de acción”, asegura Elena Carmona al ver la buena respuesta que han obtenido de algunas instituciones, puesto que si bien en agosto la mayoría de las madrinas no se conocían, antes de acabar 2021 ya se habían reunido con altos cargos del ministerio de Inclusión, por ejemplo, y tenían contacto directo con la embajada de Islamabad. Mònica Moya asiente: “Estamos teniendo muy buen recibimiento en el sentido de que las personas y las organizaciones son sensibles”.

Uno de los temas en que están haciendo más hincapié es en la puesta en marcha del artículo 38 de la Ley de Asilo, que estipula que las embajadas pueden promover el traslado a España para presentar la solicitud de protección internacional a personas cuya integridad física esté en peligro. Las madrinas coinciden en que el trabajazo que se está haciendo desde Islamabad es “impresionante”, si bien en tres casos ha habido una resolución negativa y están presentando recursos. Las gestiones se tienen que hacer fuera de Afganistán porque en la actualidad no hay embajada española en Kabul, ni de ningún otro país de la Unión Europea.

Las familias afganas asumen muchos riesgos

Las madrinas insisten en que son las familias las que tienen que decidir si quieren salir de Afganistan y las que asumen los riesgos, puesto que conocen casos de personas apaleadas en la frontera de Torkham o de familias que han visto morir a algunos de sus miembros antes de emprender el viaje. Además, los precios de los billetes de avión han llegado a multiplicarse por cinco y por seis, y esto es una traba importante para muchas personas que no pueden pagarlos. Por eso, a menudo, la vía de evacuación es la terrestre. Algunas veces lo hacen con dos autobuses, uno de los cuales es de refuerzo por si hay alguna avería o por si ocurre algo; otras lo hacen mediante un taxista de confianza, y otras lo hacen como pueden intentando pasar desapercibidos.

Además del miedo a emprender un viaje de estas características, Sílvia Sala recuerda que hay que tener toda la documentación necesaria: “Las familias, para salir, tienen que seguir una serie de pasos. Deben tener el pasaporte, pero no todas las familias lo tienen actualizado, y a algunas se les está haciendo imposible. A veces cierran las oficinas y es una odisea, es muy desalentador. Una vez en Pakistán, o en Irán, deben obtener el visado; hay un decalaje de precios y puede haber problemas, como que no llegue a tiempo. Si ya tienen pasaporte y visado, si tienen dinero pueden coger un vuelo comercial, pero los precios han subido una barbaridad”.

Nabila, que tenía una vida plena profesional y personalmente en Afganistán, lo ha arriesgado todo para empezar desde cero. Cuando decidió irse, su madrina, Mònica Moya, envió una carta a la embajada con toda la información necesaria, como hacen con las personas a quienes acompañan, para acortar los plazos de las gestiones. Durante las 16 horas del viaje estuvo pendiente del móvil y, desde la distancia física pero no emocional, vivió el trayecto en directo: “¡Es muy valiente!”, asegura.

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