Pablo Casado / Isabel Díaz Ayuso

No es un hecho nuevo ya que desde hace años venimos constatando cómo casos de corrupción claros son ‘perdonados’ por amplios colectivos sociales -incluso premiados electoralmente- que los consideran un hecho anecdótico. Ayer mismo, una de las manifestantes declaraba a la prensa que lo importante era la bondad que la presidenta había manifestado al “enviar a su propio hermano a China a buscar las mascarillas, con el riesgo que eso tenía para su propia familia”. Indicaba así el gesto de heroicidad y sacrificio de una mujer que no duda en arriesgar su familia por salvar la comunidad (¿la suya o la de todos?).

Que los políticos desvíen la atención de asuntos polémicos -para ellos- enfocando otra escena es lo habitual, pero que muchos ciudadanos acepten esta perversión de las reglas de juego implica que para ellos hay otros asuntos en juego, más allá de los personajes del teatro político. Las referencias a la familia en todo este lío no son baladíes, otorgan un aura de tragedia y épica que vela su carácter más prosaico ligado a la ambición y el goce de obtener una satisfacción rápida y clandestina. La familia aparece como el muro protector que protege el silencio sobre cualquier miseria de sus miembros.

Todas las familias tienen sus secretos, mayores o menores, con los que convivir y tapar, si es posible. La familia popular es un ejemplo paradigmático de esa otra realidad oculta y también de los límites de esos secretos que terminan siempre desvelándose y ocasionando terremotos y acontecimientos traumáticos. En cualquier caso, nadie de la familia hará de ello -más allá del tacticismo político- un asunto a debatir y mucho menos a ponerlo a cielo abierto. Eso sería profanar lo sagrado que, por definición, debe quedar siempre envuelto en el misterio. Quizás ese ha sido el error de Casado-Egea, tocar lo intocable sin calcular que el efecto bumerán se los llevaría por delante. Su amistad antigua añade, además, otro dato para entender las pasiones de amor y odio y el reproche mayoritario que han recibido por parte de los que confiaban en ellos: peleles, inexpertos, traidores…

Como telón de fondo de este episodio nacional está la Voz que no deja de vociferar y cuyos ecos ni Casado ni su equipo parecen poder acallar. Es a ese empuje superyoico al que han cedido y que los convierte en esas marionetas, que ahora son zarandeadas por sus propios seguidores. Diaz-Ayuso, en cambio, ha encontrado otra fórmula para lidiar con ello, de allí la confianza que acumula como la única capaz de salvar a la familia, en peligro de separación y ruina.

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