Mi búsqueda de antropología histórica me permitió ver que el Raval, desde su fundación, a pesar de estar físicamente muy cerca -actualmente- del centro de poder, siempre se ha considerado un espacio al margen. Una especie de vertedero de problemas sociales, refugio de huidos, de toda la gente que no se consideraba que estaba a la altura de la vocación de modernidad de la ciudad.

Sede de CNT y de una UGT combativa y colaborativa y enclave predilecto de “la ciudad de las barricadas”. Al mismo tiempo una especie de templo donde los jóvenes díscolos y los maduros perversos de la burguesía europea vivían sus noches de travesuras.

Esta tensión entre lugar prohibido y espacio de canallismo lo ha convertido en un auténtico laboratorio de culturas de control. Se inició con la Casa de la Misericordia y las leyes de pobres que tenían como meta evitar el vagabundismo… recluir y forzar al trabajo a todos/as aquellas que no querían someterse a la asalarización masiva y expropiatoria a la que se vio abocado gran parte del país desde finales del siglo XIX.

Curiosamente, las culturas de control implementadas -que no han desaparecido, sino que se han ido acomodando a las nuevas realidades poblacionales- tienen esta función de recluir y explotar a todos los “anormales” mediante, primero la misericordia (S. XVIII), posteriormente el higienismo (XIX) y el urbanismo (XIX-XX). Pero no ha sido hasta el siglo XXI, con el ‘civismo’, que a esta población se le ha declarado enemiga del progreso de la ciudad y se ha decretado su persecución y expulsión.

Se trata de una especie de barrido de las poblaciones improductivas para allanar el camino para poblaciones con más capacidad de consumo y a ser posible visitantes ocasionales y, por tanto, ideales: vienen, consumen, callan y se marchan.

Estas poblaciones visitantes son ideales porque se conforman como los “buenos vecinos” que reclaman más civismo y “más dignidad para el barrio” y aceleran la expulsión de los indígenas, imposible de poner al servicio de la especulación y el consumo espurio. Aún mejor resultan los turistas, poblaciones que causan molestias que afectan especialmente a los vecinos con menos recursos que ven su día a día convertido en una gincana en la que deben evitar despedidas de solteros, fiestas privadas, suciedad y ruidos y todo tipo de actos típicos de un festival de música o un parque temático.

Esta es la situación actual. Si hubo un momento en que los intelectuales de Barcelona apostaron por mejorar las condiciones de vida de los habitantes del Raval (desde el propio plan Cerdà hasta el Centro de Tuberculosos) la nueva izquierda capitaneada por Maragall, Bohigas, Subirós o Subirats, han considerado que el problema del Raval era que “no tenían suficiente cultura” y que lo que se necesitaba era rellenar el Raval de Centros Culturales.

Así, el barrio más asociado a la pobreza y la delincuencia de Catalunya se ha convertido -desde el proyecto del Liceu al Seminari-, en el Raval Cultural, donde hay más centros de este tipo que en ningún otro barrio de Europa. No los voy a enumerar todos, pero sí quiero hacer notar cómo estos “mamuts culturales”, tal como los llama Manuel Delgado, han ocupado elocuentemente los espacios antes dedicados a la misericordia, a la reclusión y control de pobres o a la salud. Hospitales que se convierten bibliotecas, iglesias que se convierten en centros de documentación o librerías, conventos de reclusión de “mujeres arrepentidas” que se convierten en Residencias de Investigadores y un largo etc …

Los espacios han cambiado pero las funciones se han mantenido. Se trata de templos donde expiar las culpas de unos y redimir los comportamientos de los demás.

Quizás el Raval es paradigmático en dar cuenta de este abandono al que las élites culturales han condenado las clases populares descapitalizadas. Medio siglo atrás se consideraba -con razón o sin ella- que las izquierdas eran responsables de las clases más vulnerables y que, de alguna manera las debían guiar y apoyar para hacer una sociedad mejor.

Pero no es hasta la llegada del PSC a la ciudad, que este proyecto se abandona, iniciándose, como perfectamente reconoce el primer director del MACBA Miquel Molins, una “agresión en toda regla, una agresión ilustrada pero una agresión “contra los vecinos.

Porque si algo sabemos sobre el Raval es que se han cometido todo tipo de agresiones, violencias y atropellos en nombre del bien y últimamente en nombre de la cultura. Y sabemos que los poderes condales nunca se han cortado enagredir el Raval para, con la excusa de mejorar la ciudad, destruir todo lo que no les parecía bastante ‘chic’ para incluirse en la postal …

Esto se ha podido hacer porque el barrio ha sido siempre maldito por parte de la derecha pero ante todo, por parte de la izquierda, la que era capaz de decir lo que nunca hubiera podido decir sobre ningún otro barrio de Europa: que “las intervenciones de mejora y saneamiento del barrio del Raval, aunque fueron concebidas por los arquitectos del GATCPAC, las hicieron las bombas fascistas del 37 y 37”.

Nos encontramos pues en el penúltimo asalto contra el Raval, aquel fruto de un atraco: la cultura o la vida. Y nosotros decimos, en el Raval estamos por una cultura de la vida en común, colectiva, conflictiva y digna que pasa, antes que nada, por restituir una cultura de la salud pública

Share.
Leave A Reply