Sorprende ver a algunos echando la vista atrás en busca de un oráculo, como parece que sucede ahora con Manuel Vázquez Montalbán. Debemos de estar muy mal cuando no hallamos en los pensadores de hoy alguien con credibilidad o acierto que nos sirva de orientación, o por lo menos de inspiración para llegar a encontrar alguien o algo que pueda indicar un camino. ¿Qué diría Manolo de esto o de aquello?, se preguntan. Una cosa es lo que pensara y otra distinta lo que dijera. No porque fuera hipócrita sino prudente, y ello no por temor sino por una desconfianza radical hacia toda afirmación totalizadora, que siempre trata de atraer hacia sí a quien la escucha para absorberlo y zampárselo de un bocado. Parece como si Vázquez hubiera intuido este tiempo de memos, en el que algunos caraduras sacaron un día a pasear la memoria de Antoni Gutiérrez Díaz para hacerle decir lo que a ellos les convenía, y otros espabilados estamparon la firma de Pasqual Maragall en otro papelorio para que colase como asentimiento, ay, a lo que a ellos les interesaba. Cualquier intento actual de presentismo, es decir, de canibalismo retrospectivo se topará tanto con la altura crítica de los textos de MVM como con su renuencia a dar por buena cualquier solución providencial o fórmula universal que asomara la patita. Era esa circunspección, sumada a la timidez, lo que a veces le hacía parecer hosco cuando sólo era prudente.

A Manolo Vázquez difícilmente se le podía pedir consejo porque era de los que creían que, puestos a equivocarse, mejor era hacerlo solo que en compañía de otros. Lo que daba era su mano y su ayuda tangible cuando se le solicitaba y cuando no, nadie se despedía de él sin que le consiguiera un puesto de trabajo o una recomendación de empleo, y además solía ser la antítesis de su homónimo simétrico, el Vázquez dibujante de Bruguera –autor de La familia Cebolleta—famoso en el mundo entero por sus certeros sablazos asestados a propios y extraños (cuando palmó me dejó a deber cinco mil pelas como a tantos otros damnificados por su afectuosidad simpática). Vázquez Montalbán corrió a ofrecer trabajo a los indultados de los fusilamientos de militantes del FRAP cuando salieron de la cárcel en 1976, lo que le permitió escuchar las amables excusas de uno de ellos cuando le propuso trabajar en una revista del Grupo Zeta que él dirigía, declinando la proposición de un puesto fijo de redactor al sentirse llamado a destinos más altos. Manolo no movió un músculo de la cara en una impasible actitud de conspicuo revisionista, por supuesto.

Así que no iremos ahora a aspirar los turbios vapores délficos y a despertar a la Pitón oracular para que el ectoplasma de nuestro añorado amigo nos diga si hemos de dirigir la vista a Itaca o ponernos mirando para Pamplona. Suerte hemos tenido de disponer de un Carlos Zanón que, asumiendo velis nolis el caramelo envenenado de remover los huesos de Pepe Carvalho en su tumba supo salir adelante a base de calidad literaria, temple y honestidad para no caer él en el sepulcro de la mediocridad lloricona y nostálgica y dejando con un palmo de narices a quienes esperaban un juguetito halagador. Manuel Vázquez Montalbán era un escritor de una pieza, un militante comunista, un hombre solidario y un pensador crítico riguroso pero no un científico social ni un hechicero de la política tacticista. Le diferenciaba su conciencia de que las emociones cuentan más de lo que se supone en el devenir histórico y que los catalanes vivimos siempre atravesados por una vena sentimental que acaba mordiéndonos en el talón cual escorpión traicionero. Por eso consideraba esa emocionalidad a la luz de la cultura de masas y la memoria popular, como la nova cançó, el Barça o el recuerdo de los huérfanos derrotados del Companys mártir, para limitar la exposición a un exceso de aquellos vapores embriagantes que intoxican sobre aquello que pudo haber sido y no fue.

Ya lo dijo una vez José Luis de Vilallonga: la nostalgia es un error. Y la nostalgia la dejaba Manolo para escuchar a Concha Piquer y Angelillo. Porque la realidad siempre acaba igual: con un asesinato en el Comité Central.

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  1. Magnífico artículo Gabriel Manolo si viviera tendría bastante con aguantar a su señora tan implicada en el Proces. Yo creo que como en su última etapa se mantendría su cuartel general alejado de la parienta tan frivola como trepa.